Bienvenido, Sr. Presidente
Hoy, 20 de enero de 2021, Joe Biden se convierte en el 46º presidente de los EE.UU. La ley y la tradición se han impuesto, como necesariamente debía ser, sobre una absurda entelequia de embustes, y ridículas quimeras forjadas en una realidad paralela impropia e indigna de la democracia más antigua y consolidada del mundo. La singularidad del momento en que Biden alcanza la presidencia resulta tan atípica como aquella de Harry Truman sucediendo a Roosevelt en plena guerra mundial. La comparación bien pude resultar excesiva para algunos, cierto, pero de justicia es reconocer que ningún presidente se ha encontrado en una situación interna tan delicada como la actual. Lo atípico de la ceremonia, a la que no asistirá su antecesor, sin multitudes en el Mall de Washington y con el mayor contingente de fuerzas de seguridad, resulta altamente representativo del histórico momento, más allá de la toma de posesión, que vive Norteamérica. En cualquier caso son otras las preocupaciones del nuevo presidente. La única noticia positiva en el último mes, y no es poca cosa, ha sido obtener mayoría en ambas cámaras; se garantiza dos años, al menos, sin
cortapisas legislativas para desarrollar su programa.
El proceso de impeachment iniciado por su propio partido puede suponer un inconveniente a su ya larga lista de problemas que requieren urgentísima resolución. En anteriores procesos de destitución presidencial, el Senado ha interrumpido su cometido legislativo para centrarse exclusivamente en un asunto de índole ejecutiva tan delicado como ese. Biden ya ha pedido que se actúe de forma paralela, pues de los casi 1.500 nombramientos que dependen directamente de él, algo más de 1.100 deben ser aprobados en el Senado. Otros dos aspectos de capital importancia deben ser ratificados por esta cámara: el impulso económico –cifrado en torno a los 400.000 millones de dólares– y medidas antiCovid tan simples pero inexistentes en la actualidad, como la obligatoriedad de usar mascarilla en espacios cerrados oficiales.
En el medio plazo, más allá de propiciar el retorno de EE.UU. a su espacio natural de buena relación con sus aliados tradicionales y reintegrarlo en instituciones como el Tratado de París o la Organización Mundial de la Salud, deberá centrarse en establecer puentes sólidos entre las dos Américas profundamente divididas en la actualidad. Pocos candidatos estaban tan facultados como Biden para afrontar este necesario cometido.
Más indeterminada resulta la deriva que pueda tomar el Partido Republicano. Si su actual situación es enrevesada como nunca en su historia, los demócratas también deberán reflexionar sobre sus actuaciones en los próximos cuatro años. Su ala socialdemócrata representada por Alexandria Ocasio-Cortez aspira a encaminar al partido hacia una deriva más izquierdista, tal como Bernie Sanders expusiera en las primarias. Corren el peligro de caer en un error similar al del presidente saliente: gobernar tan solo para sus votantes. Bien pudiera depender de la vicepresidenta, Kamala Harris, el camino a seguir por los demócratas. Muy probablemente sea ella la presidenciable del partido dentro de cuatro años y su posicionamiento permaneciendo en el fiel de la balanza o escorándose hacia uno de los extremos resultará determinante para el futuro de los demócratas y de ella misma.