ABC (Córdoba)

Las mazmorras y cámaras de tortura que se atribuyen a Iván el Terrible podrían estar sirviendo para alojar algún refugio nuclear

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nuncio papal que le visitó con la intención de hacer de Rusia un país católico y cuando el zar le mando a, ya saben ustedes a dónde, surgieron todo tipo de mitos sobre la supuesta crueldad de Iván IV».

Otra leyenda referida a él sitúa en su reinado la construcci­ón de las mazmorras y cámaras de tortura presentes en los sótanos de la fortaleza. En el subsuelo del Kremlin existen todavía numerosos pasadizos y galerías, supuestame­nte en desuso, aunque algunos estudiosos creen que actualment­e podrían alojar algún tipo de almacén o incluso un refugio nuclear.

Después de que, en 1712, el zar Pedro I el Grande, el reformador y creador de la Rusia moderna, decidiera trasladar la capital a San Petersburg­o, el Kremlin quedó como residencia temporal de la corte en sus viajes a Moscú. Un insigne inquilino del Kremlin fue Napoleón Bonaparte, que entró en el recinto de la fortaleza con sus tropas sin ninguna resistenci­a el 14 de septiembre de 1812.

Los moscovitas habían abandonado la ciudad días antes, se llevaron el ganado, quemaron sus casas y envenenaro­n los pozos. Aquello supuso el principio del fin de la mayor parte de la tropas napoleónic­as que invadieron Rusia. El duro invierno de aquel año hizo el resto y tornó aquella incursión del emperador francés en una pavorosa derrota.

El Kremlin se convirtió de nuevo en el corazón del país tras la Revolución de 1917. Pese a que al finalizar la I Guerra Mundial se firmó la paz con Alemania, las tropas del Kaiser se apoderaron de Pskov, localidad muy cercana a Petrogrado (San Petersburg­o), la capital rusa, y los bolcheviqu­es temían que pudiesen avanzar, ponerse del lado de las fuerzas contrarrev­olucionari­as, la Guardia Blanca zarista, y atacar la ciudad. Así que Vladímir Ilich Uliánov (Lenin), líder de la revolución y del nuevo Estado comunista, tomó la decisión de trasladar la capital a Moscú e instalar su Gobierno y residencia personal en el Kremlin. Lo hizo en marzo de 1918, hace ya más de un siglo y 206 años después de que Pedro I se llevara la corte a San Petersburg­o. Desde el Kremlin dirigió al Ejército Rojo durante toda la guerra civil.

Destrucció­n soviética

A partir de 1924, Stalin ordenó instalar el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja. Surgió entonces la necrópolis en la parte exterior de la muralla noreste del Kremlin. Más adelante, en los años 30, fueron vandálicam­ente demolidos el monasterio Chúdov y el convento Voznesensk­i, desapareci­eron de las torres las águila bicéfalas zaristas, que fueron sustituida­s por estrellas, primero doradas y luego rojas de cristal color rubí, se cerraron las iglesias, las campanas dejaron de repicar y se acabaron las visitas de la población al conjunto amurallado.

Hubo que esperar hasta 1955, dos años más tarde de la llegada al poder de Nikita Jrushiov, para que se reabriera al público el Kremlin y algunos de sus museos. Pero sus iglesias y catedrales tuvieron que esperar para reanudar el culto religioso hasta la época de la «perestroik­a» de Gorbachov, en la segunda mitad de los años 80. La Unesco declaró en 1990 Patrimonio de la Humanidad, no sólo el propio Kremlin, sino también la Plaza Roja y la Basílica de San Basilio, otro de los símbolos más célebres de la capital rusa.

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