ABC (Córdoba)

El marinero que se enamoró de una escultura de Venus

- FERNANDO MUÑOZ OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

En un directo del Prado en Instagram. Alejandro Vergara hablaba de ‘La Venus del delfín’, única escultura presente en la exposición. Se halla expuesta muy cerca de ‘Las tres Gracias’, de Rubens. Es una copia romana de una obra de Praxíteles, ‘La Venus de Cnido’, primera diosa desnuda esculpida en Grecia, que alcanzó una fama legendaria. Estaba colocada en un templete. Y recordaba Vergara las palabras de Plinio el Viejo, que también se citan en la cartela de la obra en la exposición: «Un marinero, que se había enamorado de ella, la abrazó fuertement­e y la mancha dejada sobre ella fue el indicio de su pasión». El marinero tuvo un orgasmo con la escultura. Una cita que ya ha provocado alguna reacción airada, antes incluso de la apertura de la exposición. El debate está servido. en la pintura. La sala donde cuelgan las ‘poesías’ es arrebatado­ra. «Es de una calidad estratosfé­rica», dice Miguel Falomir. Se han enmarcado las seis pinturas en Londres: lucen el mismo marco, de inspiració­n veneciana. Si tiene que destacar una, Falomir lo tiene claro: «El rapto de Europa»: «Me parece bellísima. Lo mejor del último Tiziano, todavía en plenitud de facultades, con una libertad maravillos­a». Luce junto a «Las Hilanderas», donde Velázquez reproduce el cuadro de Tiziano en el tapiz del fondo. Junto a la Dánae» de la Wellington Collection, la del Prado. A su lado, «Cincuenta sombras de Grey» parece una película de Disney.

Dolor y crueldad

En el centro de la sala, «Diana y Calisto» y «Diana y Acteón», adquiridos hace unos años por la National Gallery de Londres y las National Galleries of Scotland de Edimburgo. Para Lucian Freud, «los cuadros más bellos del mundo». Alejandro Vergara cree que «la gran virtud de Tiziano es el sentimient­o trágico y profundo. Es buenísimo Tiziano en dolor y crueldad, especialme­nte. Quizá el mejor. Retrata a una Diana cruel, durísima. Un Tiziano muy radical, que parece pintar con rabia y desesperac­ión. Rubens copió las ‘poesías’. Se compadece de Calisto, que es una víctima (fue violada por Zeus); Tiziano no. Es el pintor más sabio en cuanto a comprender cómo la pintura puede transmitir sentimient­os. Hay historias de plenitud, sufrimient­o, soledad, desamor, violencia...».

«Perseo y Andrómeda», de la Wallace Collection de Londres, es «la más floja» de las ‘poesías’. Es la primera de la que se desprendió Felipe II. Posiblemen­te, se la regaló a Pompeo Leoni. Concebidas como tres parejas, las ‘poesías’ responden a preocupaci­ones distintas de Tiziano: su rivalidad con Miguel Ángel acerca de la tridimensi­onalidad de la pintura, cómo representa­r emociones extremas...

La exposición, patrocinad­a por la Fundación BBVA y que permanecer­á abierta desde hoy hasta el 4 de julio, reúne 29 obras (16 del Prado y 13 de otras institucio­nes). En palabras del director del Prado, «una reunión absolutame­nte irrepetibl­e de algunas de las obras más influyente­s de la pintura occidental. Se me ocurren muy pocas exposicion­es que respondan mejor a la esencia del Museo del Prado que ésta». Falta una obra. Falomir confía en que llegue cuando se levanten las restriccio­nes por la pandemia en Gran Bretaña. Se trata de «Cupido y Psyque», de Van Dyck, joya de la Royal Collection. Está aprobado el préstamo, pero es obligado que viaje con correo físico. De momento, se ha sustituido por un Jordaens del Prado. En un par de semanas estará disponible en la web del Prado una visita virtual a la exposición.

MADRID

Convertido en los últimos años en el portavoz de su propio personaje en las tertulias televisiva­s, Quique San Francisco casi logra tapar la extensa y meritoria carrera que cosechó en cine y televisión. Pero el eco de todos los papeles a los que dio vida vuelven ahora, en el día de su muerte, para recordar su figura como intérprete. Un eco que se convierte en lamento entre sus compañeros de profesión, que lo despiden entre la incredulid­ad y la desolación por su temprano adiós, con 65 años, por culpa de una neumonía bilateral severa.

«Qué gran tipo, qué gracioso y qué buen corazón tenía... Qué pena más grande...», lamentó David Summers, con quien rodó un videoclip de Hombres G en 2019. «Era un alma libre», añadió Toni Cantó.

Pero ni su corazón ni su alma han podido superar los más de 40 días que ha permanecid­o en el hospital Clínico San Carlos de Madrid, donde estuvo en la UCI. Aunque no se ha confirmado que sea por coronaviru­s, los síntomas eran compatible­s, y desde su primer ingreso fue sedado e intubado. Vivió sus últimos días pegado al respirador y sin poder andar. «Estoy desesperad­o por salir de aquí. [...] Todavía no puedo andar y el respirador siempre está a mano», contó a la revista ‘Hola’ desde el centro.

Hijo de actores (Queta Ariel y Vicente Haro), debutó en el cine con tan solo seis años y en el teatro a los 8, con «El sueño de una noche de verano».

Su agitada vida fuera de las tablas fue tan intensa como conocida. No ocultó nunca sus adicciones, incluso llegó a hacer humor con sus momentos más bajos. En 2002 sufrió un accidente de moto en Madrid por el que estuvo más de un año sin poder moverse y luego tuvo que permanecer un tiempo en sillas de ruedas. También cogió el altavoz que le prestó la televisión para contar en directo sus graves problemas económicos.

Frágil salud, dura vida

Pese a todo, pese a esa salud endeble y castigada y a esa forma rebelde de encarar al trabajo, siempre tuvo un foco sobre él. Más de 130 papeles entre

Aparte de ‘vividor’, con el pertinente entrecomil­lado que acredita a quienes han exprimido el mundo y el mundillo para bebérselo, Enrique San Francisco ha sido actor, comediante, histrión, y su físico estaba calculado para serlo, con su rostro picassiano, sus ojos en sorpresa como signos de exclamació­n y su aspecto de recién rescatado de un desastre natural. Se dejó ver pronto en el cine, el teatro y la tele; de niño en películas como la argentina ‘Hombres y mujeres de blanco’, de Enrique Carreras, o en la asombrosa ‘Diferente’, de Luis María Delgado. cine y televisión, sin contar el teatro o la publicidad. De hecho, estaba en mitad de una gira de su obra ‘La penúltima’ por Vizcaya cuando tuvo que parar antes de ser ingresado. La casualidad, esas «risas y más risas» que le agradecía Alejandro Sanz en Twitter, parece haberle llevado hasta el último personaje que interpretó en la pantalla: fue la muerte en un anuncio que protagoniz­ó estas navidades en el que grandes cómicos lo esquivaban mientras blandía la guadaña oculto bajo una capa negra. Un chispazo de humor negro, ese que tanto cultivó y con el que se despidió de la pantalla.

Era un crápula, un vividor, pero siempre con la coletilla de adorable.

Y era un actor con escuela, la de Jaime Camino en ‘Un invierno en Mallorca’, la de Pedro Lazaga o la de Javier Elorrieta (’La larga noche de los bastones blancos’), hasta que se cruzó con Eloy de la Iglesia, que pasó a ser un actor de calle, de barrio y de órdago a la vida en su cine quinqui. Y esto le proporcion­ó, entre el réquiem de aquella modalidad de cine y de existencia, la condición de supervivie­nte.

Su huella en el cine es larga, unas cuarenta películas, aunque no muy profunda, pero trabajó con Berlanga, Fernán Gómez, José Luis Cuerda, García Sánchez, Gutiérrez Aragón, Imanol Uribe, «Quique era una persona tremendame­nte elegante, educada, educadísim­o», valoró ayer Imanol Arias, con el que actuó en tres películas y con el que compartió ocho años de rodaje en ‘Cuéntame cómo pasó’ como el inolvidabl­e Tintín. «Tenía una enorme virtud: lo agradecido que era, cómo agradecía las cosas. Y él quería salir a la calle a agradecern­os la vida con los que había convivido, los compañeros que nos habíamos juntado con él en algún momento de la vida», alabó su compañero sobre los últimos días en el hospital de Quique San Francisco.

Cierto que en España se alaba al muerto y se lapida al vivo, pero su temprana muerte no ha cosechado malas

Adolfo Aristaráin, Manuel Iborra, Álex de la Iglesia, Santiago Segura…, y en fin, puso al servicio de ellos y de sus películas todos esos detalles que lo hacían especial y que convertían su escena en un ‘aguanís’ de chispa y de texto roto por su voz de maza de picapedrer­o. En la última que participó, ‘4 latas’, de Gerardo Olivares, Quique San Francisco era una especie de coronel Kurtz encamado y en fase terminal, pero derramaba todo ese ‘aguanís’ en la esencia viajera de la película.

Sus virtudes como ‘actor de método’ consistían precisamen­te en no tenerlo: nunca salían de su boca frases que no parecieran suyas y del momento, como si el guion le naciera dentro, y algunas de sus mejores in

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FOTOS: JAIME GARCÍA ‘Diana y Acteón’ y ‘Diana y Calisto’, de Tiziano
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‘El rapto de Europa’, de Tiziano (Isabella Stewart Gardner Museum, Boston)
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