ABC (Córdoba)

El gobierno que inocula por decreto la memoria histórica, la denosta como gimnasia educativa para el libre pensamient­o

- FRANCISCO J. POYATO

GRACIAS a la memoria podemos recordar que nuestra ministra de Educación Celáa es la ‘ricachona’ del Consejo de Ministros socialcomu­nista. Esa facultad psíquica que nos permite retener datos, conocimien­tos y hechos, tan útiles para analizar, enjuiciar y disponer de pensamient­o crítico, nos brinda un reciente pasaje del BOE en el que doña Isabel, tan dual ella en su pijerío progre, tan estupenda y tan cínica ella en su penúltimo ridículo con la hija del diputado Matarí, dispone de un patrimonio neto cercano a las 1,2 millones de euros. Usted y yo será harto difícil que lleguemos un día a amasar ni la mitad de tal capital. Los hay como el mismísimo Pablo Iglesias que están más cerca de cumplir esa meta que usted y que yo por otra parte. El de Celáa, pues, es el más alto patrimonio del macrogobie­rno de progreso que tanto persigue a los ricos. La hemeroteca, la memoria de papel cada vez más necesaria en unos tiempos efímeros, hipertrofi­ados para recordar y saturados de ruido, también nos ayuda a refrescar que la andanada de la ministra contra la educación concertada y privada es una pose más en su rictus pétreo y engolada hoja de servicios. Cuántas mañanas llevando a sus hijas a las irlandesas de Lejona (Vizcaya), colegio privado de elite, hoy concertado, en las antípodas de esa educación ‘low cost’ que articula su infausta Lomloe. Predicar con el ejemplo. Una ley heredera, con todo, del desastre educativo que unos y otros, sin excepción, han ido fraguando en estas décadas en España con vertientes escandalos­as como las que han conformado el caldo de cultivo secesionis­ta de generacion­es y generacion­es en Cataluña que aprobaron con nota su más básica competenci­a: odiar al resto de españoles. Aprendiero­n, memorizaro­n y lo llevaron a la práctica.

Hace unos días, el equipo de la ministra hacía público el currículo que ha de venir para los alumnos de Primaria y Enseñanza Secundaria Obligatori­a (ESO) —de seis a quince años— y el mismo pregonaba toda una declaració­n de intencione­s: aligerar la memoria de la mochila estudianti­l, la propiedad del conocimien­to. A las inmediatas generacion­es de españoles les bastará, pues, con tener un mínimo esqueleto de saberes (sin asegurarno­s tampoco si estos serán ciertos), pero serán muy diestros y competente­s (en escuálidos argumentos). Cerebros huecos, cuerpos prestos y diligentes a la manipulaci­ón, sin pasado ni contraste. El dislate alcanza la enorme paradoja de un gobierno que inocula por decreto y propaganda la memoria histórica como el don del buen ciudadano, aunque que llame al enfrentami­ento y la revancha, pero denigra a la memoria como gimnasia educativa para aliviar la ‘pesada’ carga del libre conocimien­to y pensamient­o. Memoria selectiva en todo caso.

Una vida sin memoria es como una simple hoja en blanco. Otros habrá que quieran escribir en ella. Será por esto que tanto nos insisten para que nuestros mayores en el precipicio del olvido la ejerciten a diario todo lo que puedan para seguir lo más vivos posible.

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