Viernes Santo, la costumbre de disfrutar de pasos que no se mueven
▶La Virgen de los Dolores preside una jornada con mucho público, sobre todo en las últimas horas de la tarde, y estampas para la memoria
Con procesiones o sin ellas, con tiempo radiante o con la lluvia que obliga a estar pendiente del teléfono o de la radio para saber si las cofradías salen o suspenden, la Semana Santa siempre sacude el tiempo y los hábitos del que la vive. Ni antes ni después en todo el año pasará nada igual en que se suspendan las costumbres y se instauren unas nuevas, e incluso el más enamorado de la fiesta tendrá que adaptarse a sentarse menos, a comer como se pueda y a robar bastantes horas a la cama. Aunque uno esté soñando con la Semana Santa todo el año, el cambio se nota y a todo el mundo le pasa que cuando por fin se ha acostumbrado la fiesta se va terminando.
Pasa tanto tiempo entre una y otra que por mucho que se recuerde uno no se imagina todo lo que se zarandea la vida diaria. Por eso al amanecer del Viernes Santo, cuando nadie recordaba la nostalgia de que las cofradías no pudiesen salir a la calle y todos habían comprendido la propuesta de las hermandades y la habían disfrutado, no había más que prepararse para salir a la calle otro día y disfrutar de lo que se podía hacer esta Semana Santa.
Esa sensación tenían quienes habían salido de ver a la Virgen de los Dolores y habían dado por bien invertida la espera antes de poder estar delante de Ella. La calle hubiera gustado, pero pesaba el recuerdo del encierro total de 2020.
No era ver pasos andando, ni bullas entre nazarenos y tampoco tenía más música que la que se colase en los templos, pero sí tenía lo atractivo de un altar de cultos y la novedad de lo que generalmente apenas se había visto y no se podrá ver en otra ocasión.
La mañana del Viernes Santo siempre tiene el aire cansado y tardón de un día festivo que sucede a otro. Ya hubo por la mañana muchos que quisieron ver a la Virgen de los Dolores, aunque recordaran que su momento es la tarde, y otros se repartieron por los barrios de extramuros que todavía no han podido contar que han vivido un Viernes Santo de pasos.
En la parroquia del Rosario de Electromecánicas estaba desde primera hora la hermandad de la Conversión, que tuvo que haberse sumado a la carrera oficial en 2020. Como otras, optó por un calvario simulado por las flores y por la tierra y en él no una cruz, sino tres, como corresponde a su paso de misterio. Estaba el conjunto ante el altar mayor y muchos lo veían así por primera vez.
El Cristo de la Oración y Caridad miraba a la izquierda para prometer el reino a San Dimas y por eso muchos buscaban por ahí los ojos enrojecidos que se dirigen con perdón y con ternura, y luego podían rodear y encontrar nobleza y dignidad en la imagen del buen ladrón. La de Gestas sí estaba resuelta con algo grotesco, como corresponde en la tradición a los que tienen un papel desagradable en la pasión, y allí se acercaron muchos de los que tienen curiosidad por esperar a la cofradía en la calle.
En una capilla estaba María Santísima de la Salud y Consuelo, la titular de la cofradía, con la inconfundible impronta de Cerrillo, que todavía tendrá que esperar hasta el momento en que pueda salir con su cofradía.
Todo el mundo sabía que había que buscar los horarios de las veneraciones y los de los actos para hermanos para organizarse el día, porque la costumbre de este año no es la de las tablas con horarios de siempre.
Del oeste iban muchos al este, a un lugar que acaba de recibir a una cofradía. La puerta que la hermandad de la Soledad ha abierto en la parroquia de Guadalupe todavía no ha visto pasar a la Virgen, pero por allí llegaban en
La Virgen de la Soledad, en veneración en Guadalupe cruzar el Puente Romano, este año sin la mancha de la cera y sin ver por allí una cruz de la que descendía Cristo.
Para eso había que entrar en su iglesia a una hora en que, otra vez, las colas en las calles ya eran un hecho. Había estado el misterio todos los días, pero esta Semana Santa tenía que parecerse en algo a todas y había buscarlo el Viernes Santo.
Allí estaba el Señor rodeado por su misterio enlutado, y en ese rato se reparaba en el dolor de las figuras, en los cardos y flores a los pies y en el rojo de la Virgen del Buen Fin, que parecía prometer lo que tiene que llegar.
Los Dolores
Ya era para entonces la hora de la Virgen de los Dolores. La cola tenía un aire distinto al de la semana anterior, pero la misma emoción al traspasar la puerta y encontrarla por fin, sobre su peana. Como cualquier Viernes Santo llevaba el manto de los dragones y al lado, en un calvario de rosas rojas, estaba el Cristo de la Clemencia.
Muchos se detenían respetuosos y rezaban, y sabían que la cola no podría ser rápida porque todavía había que pedir muchas cosas y mirarla muchas veces en un día que se justificaba por verla y pasar despacio delante de su altar.
Cuando el Santo Sepulcro, tras su Vía Crucis, abrió las puertas de la Compañía hubo colas casi hasta Santa Ana. Por la mañana el Señor estuvo en su urna, a los pies de la Virgen del Desconsuelo, San Juan y Santa María Magdalena, y por la tarde se mostraba exento, en perpendicular.
El conjunto estaba rodeado por elementos del paso antiguo, como los faroles y los ángeles de forja con tulipas, y allí, en ese dolor solemne y calmado y con su música de siempre se iba terminando la jornada y el aire de que el cuerpo y el alma se habían acostumbrado a que este año los pasos existían, aunque no se movieran.