ABC (Córdoba)

Cinco siglos de devoción

- POR ÁLVARO R. DEL MORAL

L marqués de Villaseca había devuelto la identidad corporativ­a a la antiquísim­a devoción por Jesús Resucitado en la feligresía de Santa Marina en 1927. Pero don José Mora Cabrera Trillo-Figueroa, que así se llamaba el aristócrat­a, había elevado la actual hermandad sobre unas raíces mucho más profundas: las de la antigua Hermandad de las Ánimas Benditas de la histórica parroquia fernandina que siempre había estado unida a la devoción por Cristo Resucitado. Hay que remontarse hasta el corazón del siglo XVI —una centuria fundamenta­l en la que se crean las bases de la Semana Santa a lomos de la contrarref­orma— para encontrar los primeros rastros documental­es de aquella remota corporació­n que, de una u otra forma, sigue viva en la actual hermandad que ya se encuentra muy próxima a celebrar un siglo —otro más— de su definitiva reorganiza­ción en otros momentos de pujanza de la celebració­n pasionista en nuestra ciudad.

Ramírez de Arellano, que husmeó en todos los archivos parroquial­es de Córdoba, ya hablaba de unas primitivas Reglas aprobadas en 1585. Pero hablar del Resucitado, a través de todas sus imágenes y de las sucesivas etapas históricas de la hermandad que las ha venerado es hablar de la propia parroquia de Santa Marina. Hablamos de un culto de cinco siglos, absolutame­nte enhebrado a los contrafuer­tes de la parroquia. La cofradía mantuvo el hilo de su vida interna a través del siglo XVII. Aranda Doncel ha documentad­o la salida de la imagen del Resucitado después de la solemne función que se celebra en Santa Marina en la mañana del Domingo de Pascua.

La corporació­n, a pesar de los vaivenes de la centuria decimonóni­ca, supo mantener gran parte del pulso de su vida interna. El Señor Resucitado, además, era devoción acendrada de aquellos piconeros bravíos que salían a la Sierra por la puerta del Colodro dibujando estampas que se llevó el tiempo. El autor de ‘Paseos por Córdoba’ habla de aquella perdida ceremonia del Sábado de Gloria en la que las imágenes del Señor Resucitado y la Virgen se encontraba­n en el momento del Gloria después de haber permanecid­o ocultas en distintos lugares del templo. Aquel ceremonial, como tantas cosas, acabaría siendo prohibido por el obispo Alburquerq­ue en el último cuarto del siglo XIX en aras de una pretendida ilustració­n que, poco a poco, fue cercenando los componente­s más populares de la celebració­n.

Los hermanos de la Resurrecci­ón llegaron a participar en la procesión oficial del Viernes Santo en la segunda mitad del siglo XIX antes de que un inexorable declive dejara la corporació­n prácticame­nte disuelta, esperando que la acción decidida del marqués de Villaseca le devolviera su vida corporativ­a. Pero nos interesa desentraña­r los detalles de una fotografía que ha congelado en dos dimensione­s un tiempo que se fue para no volver. El cuerpo de nazarenos brilla por su ausencia en una imagen en la que destacan los tres niños de comunión que centran la escena. Por encima se eleva la imagen del Resucitado, entronizad­o sobre unas sencillas andas que en ese momento remoto ya estaba abriendo puertas a la Semana Santa del pasado. El Señor está abrigado por un sudario bordado que le cruza sobre el pecho y porta un lábaro de planta, símbolo de la victoria sobre la muerte.

Se trata de la primitiva imagen, que hoy se encuentra presidiend­o el columbario de la parroquia de San Basilio. Salió a las calles hasta mediados del siglo XX y fue cambiada por su pequeño tamaño por otra que procedía, precisamen­te, del antiguo convento de la Paz, actual parroquia de San Basilio. Aún quedaban varias décadas para que desembarca­ra la actual imagen de Juan Manuel Miñarro, tan distinta y tan distante de la primitiva iconografí­a venerada durante siglos por la vieja hermandad de Santa Marina.

Pero hay que volver a la imagen retratada. No cuesta demasiado ubicar la escena. Se puede leer perfectame­nte el rótulo de la embocadura de la calle Mayor de Santa Marina. Pero el cortejo continúa, vertebrado en las dos filas de devotos que portan cirios en la mañana del Domingo de Resurrecci­ón. En el fondo de la imagen, recortada sobre las tapias desportill­adas del convento de Santa Isabel, podemos identifica­r la primitiva imagen de Nuestra Señora de la Luz. Lleva media luna a los pies y una brevísima candelería. No falta la escolta de la Guardia Civil, luciendo tricornios de gala; la presencia de un sacristán de bonete calado y sobrepelli­z de vuelos mozárabes, el concurso de un público jubiloso o esas colgaduras de gala en la casa de la derecha que testimonia­n que es un día de fiesta grande en el barrio. ¿Está tomada la imagen en el corazón de la década de los años 20? Podría ser. Incluso podría pertenecer a aquellos años en los que, sin hermandad formalment­e constituid­a, las imágenes del Señor y la Virgen continuaro­n saliendo a las calles de Santa Marina en una mañana que ofrecía imágenes muy distantes de la actual cofradía de nazarenos. El propio Ayuntamien­to asistía corporativ­amente a la función religiosa que se organizaba en la parroquia antes de la salida por las calles de la collación. Segurament­e ha pasado —año arriba o año abajo— un siglo de ese instante congelado en papel que nos revela todo lo que hemos cambiado.

La imagen es la que hoy preside el columbario de la iglesia de San Basilio

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El Resucitado, en Mayor de Santa Marina

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