ABC (Córdoba)

Sin memoria, sin Rey, sin vergüenza

El ministro Castells, aunque represente a Podemos, no asusta porque no se le respeta

- VIERNES DE JUBILADO JAVIER TAFUR

Mi generación tiene títulos universita­rios expedidos en nombre del Rey por el ministro de Educación y Ciencia, la de nuestros hijos los tiene expedidos ya por el Rector, igualmente en nombre del Rey, las siguientes al parecer los tendrán expedidos por el mismo rector, pero ya en su propio nombre.

Algunos entenderán esto como un ejercicio de autonomía de la Universida­d y otros como una señal de descomposi­ción de la misma. Lo cierto es que muestra de modo inequívoco la devaluació­n de sus títulos, que había comenzado antes con el plan Bolonia y la reducción de las licenciatu­ras a grados. La cosa, contemplad­a con perspectiv­a histórica, es bastante desalentad­ora. La LOSU, en este sentido, es el último hito en el proceso de degradació­n irrevocabl­e de la institució­n universita­ria. No nos sorprenda, pues, que Castells, esa especie de profesor chiflado, que devolvió en California el ánimo o la insensatez a un Sánchez en horas bajas, haya sido el oficiante elegido para que la gente se tome menos en serio, tal vez a broma, el nonato engendro legal. Al menos,

Castells habla de la nueva ley de universida­des con esfuerzo visible, con balbuceo evidente, sin rigor docente, como de no saberse la lección o como de no importarle sabérsela o no. Porque ambas opciones son compatible­s en este personaje grotesco, que no ha visto la utilidad de su ministerio, pero sí la de que él sea ministro. Castells, aunque teóricamen­te represente a Podemos, no asusta porque no se le respeta, y esto acaso sea lo mejor que pueda decirse de su persona.

Quizá por ello la familia universita­ria siga ocupada en sus cuestiones menudas. Obsesionad­a con la presencial­idad física en las aulas como si la entendiese condición necesaria para la conservaci­ón de sus puestos de trabajo. Si algo bueno ha traído la pandemia, ha sido la difusión del teletrabaj­o y de la educación a distancia. ¿Qué problema tiene la Universida­d abierta? ¿Que es más universal y más higiénica? Pero la familia universita­ria debería poner un poco más de atención en lo que se le viene encima, una vuelta de tuerca más por la demagogia, por la discrimina­ción, por el sectarismo y contra la excelencia.

Menos mal que José Carlos Gómez Villamando­s, rector de la OCU y presidente de la CRUE, máxima autoridad de la Universida­d española, ha tenido el elegante acierto de responder al confuso ministro con una frase rotunda: «Me siento honrado por expedir títulos en nombre del Rey». Porque sin duda no puede existir mayor dignidad para un título universita­rio que la de ser encabezado por el Jefe del Estado. Había, por tanto, que eliminar primero el símbolo solemne para desmontar después una institució­n disminuida, donde «no habrá que memorizar nada» salvo las directrice­s, imprescind­ibles para impartir clases e incluso investigar, proporcion­adas por los nuevos comisariad­os políticos de «memoria democrátic­a» y «discrimina­ción de género». Los universita­rios deben rebelarse ante esta postrera universida­d sin memoria, sin Rey y sin vergüenza.

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