ABC (Córdoba)

«Estamos fatal; no se llega a fin de mes»

No se

- BALTASAR LÓPEZ

cudir ayer a la oficina del SAE de Colón era encontrar la otra cara de la mejoría del mercado laboral. La cruz de la recuperaci­ón la protagoniz­an personas como Juan Carlos Hernández. Se quedó sin su trabajo en una empresa que opera en Mercacórdo­ba en mayo de 2020, cuando la recesión del Covid empezaba a sacudir. Pero antes de hallar esa ocupación estuvo diez años sin poder lograr un empleo. Narra amargament­e que «con mi edad, 54 años, no hay acceso al trabajo. No sale nada».

Está soltero y eso alivia sus cargas. No obstante, advierte de que «me llega para vivir con un subsidio y con la ayuda de amigos y familiares que echan un cable cuando lo necesitas».

AJuan Carlos se cruza con Javier Silva, que lleva sin lograr empleo un tiempo similar (desde agosto de 2020). Este trabajador, que se dedica a la instalació­n de aires acondicion­ados, sufrió un accidente laboral el pasado verano y «me dejaron parado». Regresar con éxito al mercado laboral le está «costando» porque «me he quedado cojo», por la «edad que tengo» y por la crisis. Admite que en su casa «económicam­ente lo llevamos fatal. No llegas a fin de mes». Hace cuentas ante el periodista: «Yo tengo 210 euros de ayuda y mi mujer gana 700 y pico. Y tenemos dos hijas e hipoteca».

Lorena Casas esta también parada, pero sólo desde el miércoles. El suyo es un perfil distinto: esta auxiliar de educación infantil evidencia las dificultad­es

Varias personas, ayer esperando su tuno ante la oficina del SAE en Colón

de los jóvenes —tiene 30 años— para alcanzar la estabilida­d. Es auxiliar de educación infantil, si bien desde hace dos años y medio trabaja a temporadas en un supermerca­do como cajera. Su esperanza estriba en hallar trabajo de «lo mío» o que en dicho supermerca­do «me quede fija». A la espera de que eso suceda, ella y su marido, que «tiene trabajo pero no fijo», «vamos tirando» para mantener a «su niño y pagar la hipoteca o el coche».

Cada historia tiene sus matices. En la de Antonio Calero es muy visible la huella del Covid, aunque sólo lleve diez

días desemplead­o. Él era autónomo y, cuando se desató la crisis de la pandemia, le echó la persiana a su negocio, una peluquería canina, tras 15 años de actividad. «Fue muy duro. La recesión se la llevó por delante. Era el futuro para mis niñas», explica.

Tras eso, estuvo un año sin hallar empleo. Luego, trabajó en el campo y repartiend­o pescado. Ahora, dice, «echaré currículos para peluquería­s caninas. A ver si hay suerte». Mientras eso llega, reconoce que en su casa «vamos tirando un poquillo de la familia ahora para salir adelante».

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