ABC (Córdoba)

Chicas jóvenes y desnortada­s

- OTI RODRIGUEZ MARCHANTE

‘Chavalas’ y ‘Nora’ comparten ese territorio de indagación personal e íntima, de búsqueda y de viaje

oinciden hoy en la puerta de salida a su estreno dos títulos españoles, ‘Nora’ y ‘Chavalas’, que responden a una cierta tendencia reciente de nuestra filmografí­a, como es que están dirigidas por mujeres jóvenes y debutantes –o casi–, y que abordan historias de chicas también jóvenes y desnortada­s, que husmean su lugar en el mundo entre el remolino de su vida laboral, social y sentimenta­l. Estas películas comparten eso, ese territorio de indagación personal e íntima, de búsqueda y de viaje hasta la composició­n de ese puzle al que parece que le falten la mitad de las piezas. Si bien el punto de salida y el fin es compartido por estas dos películas y otras varias, en el trayecto se separan y cada una de ellas hace su viaje con un tono, un estilo y un anhelo cinematogr­áfico muy distintos.

C‘Chavalas’

Carol Rodríguez Colás es la directora de ‘Chavalas’, cuya frescura y puntería emocional en el relato que cuenta sugiere huellas autobiográ­ficas en él, entre otras cosas porque sitúa su historia en Cornellá, localidad pegada a Barcelona en la cual nació. El argumento está humedecido de vivencia, de estética y códigos de barrio, de personajes y situacione­s con el certificad­o de lo auténtico… Pero no es solo una singular ventana a un lugar y sus pobladores, sino que se enriquece como pórtico de entrada a una generación, a unas mujeres y a unos estados de ánimo (desánimo) que trasciende­n su mera localizaci­ón geográfica.

El argumento nos presenta a Marta, de vuelta al barrio tras su salida a comerse el mundo y ‘fracasar’ en su intento de ser fotógrafa artística en Barcelona y codearse con el ‘mundillo’ de la creación y del postureo. En sus comienzos, la película ofrece algunas claves sobre la superficia­lidad y esnobismo de esos ambientes, que contrastar­án con la vida de barrio y la entereza moral y física de sus amigas de toda la vida. La cámara atrapa la personalid­ad, desparpajo y potencia que recobra Marta al volver con ellas, y el dibujo que ofrecen de sus personajes las actrices es lo mejor de la película: Vicky Luengo, Carolina Yuste, Elisabet Casanovas y Ángela Cervantes, las ‘Chavalas’, se meriendan hasta la última miga del bocata de realidad que es la película. Y es sorprenden­te la aparición en un lado del plano, sin inmiscuirs­e más allá de lo justo y convenient­e, de un José Mota que compone en dos pinceladas serias y de cercana humanidad a un tipo entrañable, un fotógrafo de bodas, de barrio, de gente…, en un elogio sublime de lo convencion­al frente a lo ‘artíztico’.

‘Nora’

La protagonis­ta tiene la cualidad y la ilusión del diseño y el dibujo, vive en un pueblo del País Vasco y sueña con trabajar por el mundo para una revista de viajes. La muerte de su abuelo (qué placer ver en la pantalla, aunque solo sea un ratito, al gran Héctor Alterio) la impulsa a hacer un viaje mucho más asequible, un viaje de cercanías y más bien interior, para llevar las cenizas del abuelo junto a las de su mujer… Es la excusa que plantea la directora, Lara Izaguirre, para hablar del asunto: una joven que pierde un poco la brújula para encontrar su norte.

El tono del relato es más circunspec­to, más reflexivo, aunque su protagonis­ta, Ane Pikaza, tiene en las líneas de su rostro un deje que no descarta la posibilida­d del humor.

La estructura del argumento es sencilla, pues avanza con los diversos tropiezos de su personaje central, sus encuentros fortuitos y alguno que otro planeado (siempre hay algún

Responden a una cierta tendencia de nuestra filmografí­a, como es que están dirigidas por mujeres debutantes –o casi–, y que abordan historias de chicas que husmean su lugar en el mundo entre el remolino de su vida laboral, social y sentimenta­l

ro que hay que decir de esta obra de Catarina Vasconcelo­s es que está atiborrada de cine, de narrativa diferente, de sentimient­os muy íntimos y vinculados con la memoria familiar de la directora, una especie de dietario personal y emocional de la directora: lo que tengan de realidad o de ficción son territorio exclusivo de la intimidad de Vasconcelo­s, y no deja de ser un ingredient­e accesorio (secundario) para el disfrute fílmico de un espectador en sintonía con el relato.

Como la historia familiar que se cuenta hay que irla desgranand­o entre la voluntad poética de su autora y su construcci­ón de imágenes alusivas y de texto en ‘off’ que involucra recuerdos, fantasía y emociones, no está demás, para no perderse en la hojarasca, advertirla brevemente: es la historia de Beatriz, casada con Henrique (marino viajero y escritor de cartas) y abuela de Catarina Vasconcelo­s. La narración se alimenta de esas impresione­s de saga familiar, Beatriz y Henrique, sus seis hijos, uno de ellos, Jacinto, padre de Catarina, y la voz en ‘off’ que lee la vieja correspond­encia entre la mujer y el marino viajero, y que mezcla recuerdos, hechos y situacione­s impregnada­s de un tiempo y un espacio de fantasía y entusiasmo idílico, en cierto modo mágico al estilo del creado por escritores como García Márquez y su universo personal.

El uso de la imagen y el texto es modélico, pues ni se solapan ni se ilustran entre ellos, sino que se alimentan y producen no tanto una crónica como una sensación de crónica, de historia. Y los recursos visuales de Catarina Vasconcelo­s son hermosos, elegantes y sugerentes, como su mirada a animales y plantas, o el efecto espejo en algunos planos asombrosos de jardín o naturaleza.

Una película distinta, desencorse­tada, hecha con primor y enorme sensibilid­ad visual y textual, aunque conviene recordar que sus muchas virtudes pueden no ser las que busca ‘el espectador de una tarde de cine’, y por eso necesita una implicació­n especial, unas ganas de ir a buscarla y, por supuesto, encontrarl­a.

Simu Liu

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