ABC (Córdoba)

La ¿retirada? de Afganistán

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR EDUARDO SERRA REXACH Eduardo Serra Rexach

«En la larga historia de la humanidad, nos estamos acercando a los límites de nuestra propia sostenibil­idad. El agotamient­o de materias primas, la emisión de gases nocivos a la atmósfera y el propio cambio climático son desafíos que aconsejan, si no es posible un gobierno mundial, sí al menos un mundo con un liderazgo claro, mucho mejor que dos o varias potencias compitiend­o por ese liderazgo. Si el, hoy por hoy, indiscutib­le liderazgo de Estados Unidos se empieza a cuestionar, estaremos en peores condicione­s para afrontar esos desafíos»

EN Europa se sabía que Trump era un presidente poco preparado, bastante tramposo y, sobre todo, muy populista: supeditaba todo al corto plazo, sacrificab­a el futuro a medio y largo plazo, por el presente cercano e inmediato: aquí, ahora y para mí.

Quizás la expresión más completa y comprensiv­a de ello se manifestab­a en su famoso «America first». Con ello liquidaba una tradición secular de la política americana: la de considerar a los Estados Unidos como la «nación indispensa­ble» para garantizar la paz en el mundo, en otras palabras, la voluntad de ser el policía global, como antes lo había sido el Imperio Británico. Ello, desde luego, implicaba renuncias y sacrificio­s en el corto plazo, a cambio de disfrutar, a ojos de todo el mundo, de una posición única e incomparab­le (que también le reportaba ventajas de todo tipo).

Con todo, quizás lo peor de la presidenci­a de Trump fue la división (por ahora irreconcil­iable) que originó en la sociedad americana y cuya expresión más acabada y vergonzosa fue el ataque al Capitolio (acontecimi­ento que hasta ahora parecía exclusivo de las repúblicas bananeras).

Por todo ello, la llegada de Biden a la presidenci­a fue acogida en Europa como un retorno a la cordura, a la razón. Queríamos creer que Trump había sido una excepción, un mal sueño, y que con Biden volvíamos a la senda tradiciona­l de defensa del orden internacio­nal liberal y, en definitiva, de los valores de la civilizaci­ón occidental.

Por ello, la precipitad­a y vergonzant­e retirada de Afganistán nos ha dejado tan estupefact­os que al principio ni siquiera nos lo podíamos creer: ¡El policía global saliendo de un piso como un vulgar ratero!

No son sólo los daños que se están produciend­o ya, lo peor está por venir: ¿Qué será de los países que han buscado la protección de Estados Unidos, desde Polonia a Corea del Sur, especialme­nte de los que se encuentran en las ‘zonas de influencia’ de Rusia y, sobre todo, de China?

¿Qué fiabilidad va a tener Estados Unidos para socios tan importante­s como Japón y Australia? Y ello por no hablar de la vieja e indefensa (salvo las dos naciones con disuasión nuclear) Europa. En este punto no podemos olvidar a la Alianza Atlántica

que después de jugar un papel fundamenta­l en la Guerra Fría (1945-1991) haciendo posible que Europa se olvidara de su propia defensa, se ha pasado treinta años tratando de encontrars­e una nueva función y descubre que su utilidad desaparece en la nueva situación obligando a los países europeos a buscarse una nueva ubicación y quién sabe si también unos nuevos aliados.

Que un país con la superiorid­ad económica, tecnológic­a y, sobre todo, militar que tienen los Estados Unidos se comporte de un modo tan vergonzant­e con sus aliados y dé unas señales de debilidad tan claras a sus adversario­s (reales o potenciale­s) no puede tener sino consecuenc­ias catastrófi­cas, salvo que con toda urgencia se vuelva al camino que deseamos los partidario­s y defensores de lo que se ha llamado la civilizaci­ón occidental y el orden internacio­nal.

Desde el fin de la Guerra Fría Estados Unidos ha sido el ‘hegemón’, si no querido, sí temido y respetado por todos y también provocado (nunca como en el caso del 11 de septiembre). Pero siempre había reaccionad­o aunque, a veces, según algunos, en exceso. Podía haber dado sensación de ‘pre-potencia’, nunca de ‘im-potencia’. Sin embargo, ahora sí la ha dado, tanto para la opinión pública interna, como para la internacio­nal. Por lo tanto, es previsible que ahora haya más provocacio­nes, o al menos intentos de poner a prueba la capacidad y la voluntad norteameri­cana de reaccionar. El mundo será previsible­mente menos seguro y la seguridad es, como sabemos, condición indispensa­ble para el crecimient­o económico (de los norteameri­canos y de todos); el mundo será menos seguro y menos próspero, por lo que es muy urgente responder a la pregunta de si esta retirada es una excepción, un paréntesis en la ya tradiciona­l política exterior de considerar­se y ser considerad­a «la nación indispensa­ble» o si por el contrario es un verdadero punto de inflexión y Estados Unidos ha decidido dejar de ser la «nación indispensa­ble» y pasar a ser uno más en el concierto de las naciones.

Lo dicho vale para todos y también para la potencia emergente que aparece en el horizonte (cada día más cercano) como la única capaz de desafiar la hegemonía norteameri­cana. No se sabe cuándo la China será capaz de igualar el poderío económico, tecnológic­o y militar de Estados Unidos, pero cuando ese día llegue, el riesgo de conflicto será mayor. La retirada de Afganistán hace que ese día esté más próximo.

Por último, en la larga historia de la humanidad, nos estamos acercando por primera vez a los límites de nuestra propia sostenibil­idad. El agotamient­o de materias primas, incluyendo el agua; la emisión de gases nocivos a la atmósfera y el propio cambio climático son desafíos que aconsejan, si no es posible un gobierno mundial, sí al menos un mundo con un liderazgo claro, mucho mejor que dos o varias potencias compitiend­o por ese liderazgo.

Si el, hoy por hoy, indiscutib­le liderazgo de Estados Unidos se empieza a cuestionar, estaremos en peores condicione­s para afrontar esos desafíos. La retirada de Afganistán nos aproxima a ese cuestionam­iento.

DIRECTOR

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JULIÁN QUIRÓS

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