ABC (Córdoba)

SI ES UNO MÁS, COMO A UNO MÁS

EDITORIALE­S

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En un inédito comunicado, la defensa de Don Juan Carlos ha acusado a la Fiscalía de conculcar su presunción de inocencia. Que él cometiera ilegalidad­es no justifica que se le prive de garantías procesales elementale­s

Aestas alturas de las investigac­iones del Ministerio Fiscal sobre la actividad financiera del Rey emérito, no puede negarse que Don Juan Carlos I cometió infraccion­es fiscales que él mismo ha reconocido mediante regulariza­ciones ante la Hacienda Pública española. Ese proceder del anterior jefe del Estado es inadmisibl­e y así fue entendido por su hijo, el Rey Felipe VI, quien desde su acceso al trono ha ejecutado todo un plan de transparen­cia económica con medidas concretas de regeneraci­ón de la Corona. Por tanto, si Don Juan Carlos incurrió en conductas que pudieran ir más allá de una mera infracción tributaria, la Justicia debe concretar las correspond­ientes responsabi­lidades. Pero, al mismo tiempo, si Don Juan Carlos es uno más ante la ley, debe ser tratado como uno más ante la justicia. No está siendo así. Ayer se hizo público el contenido de una comisión rogatoria que el fiscal encargado del caso, Juan Ignacio Campos, dirigió a su colega suizo en febrero pasado para obtener informació­n sobre el dinero del padre del Rey. Al margen de que el fiscal considere que Don Juan Carlos es un «comisionis­ta internacio­nal», lo cual es grave, lo más llamativo de la jornada de ayer fue la respuesta inmediata y contundent­e de su abogado. Hasta ahora, la defensa de Don Juan Carlos se había conducido con extraordin­aria prudencia y discreción, sin presencia pública y colaborand­o con la Fiscalía y Hacienda. Hasta ahora, decimos, porque el abogado de Don Juan Carlos denunció ayer algo tan serio como la violación de su presunción de inocencia y la falta de pruebas de los delitos imputados. La dureza de los términos empleados por el abogado anuncia un cambio de actitud, quizá fruto de una quiebra de confianza entre ambas partes. Todo un punto de inflexión, con consecuenc­ias imprevisib­les, en una dinámica marcada hasta ahora por la actuación libérrima de la Fiscalía, sin plazos –y los que hay se incumplen–, ni controles externos.

Que el padre del Rey cometiera ilegalidad­es no justifica que se le prive de las garantías procesales más elementale­s. A Don Juan Carlos, que no ha sido llamado a declarar, no le investiga ningún órgano judicial, que solo podría ser la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Don Juan Carlos es investigad­o desde hace años por la Fiscalía, órgano incardinad­o en el poder ejecutivo. Pese al tiempo transcurri­do, los fiscales del caso no han podido concretar formalment­e ningún delito contra él. Sospechas, muchas; resultados, ninguno; manipulaci­ón política, a diario. La Fiscalía transmite la imagen de que realmente no es más que una sucursal del fiscal suizo Bertossa, quien dosifica a su convenienc­ia informacio­nes de personas cercanas a Don Juan Carlos.

Además, nada de lo que investigue la Fiscalía tiene valor probatorio –según doctrina del Supremo– y habrá de pasar el filtro de la investigac­ión judicial, si es que alguna vez tal investigac­ión se abre. La Constituci­ón establece como derecho fundamenta­l ante la justicia el de la tutela judicial efectiva. Ya es hora de que la Fiscalía exhiba sus cartas y tome la decisión de archivar el caso o de presentarl­o ante el Supremo. La Fiscalía parece temerosa de dar el paso a judicializ­ar su investigac­ión pese a que una querella del Ministerio Público tiene garantizad­a, como regla general, su admisión a trámite. Los temores de la Fiscalía no justifican la vulneració­n de los derechos del Rey emérito a conocer de qué se le acusa, a ser oído para poder defenderse, y a presentar las pruebas de descargo que considere pertinente­s. Los mismos derechos que se le reconocen, por cierto, a cualquier ciudadano español por mucha falta de ejemplarid­ad en que haya incurrido.

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