Lecciones desde Japón
Cree que lo ha hecho mal y lo deja. Su contestada gestión del Covid ha llevado a Suga a un haraquiri político. Aquí Sánchez, con el triple de contagios y cinco veces más de muertos, como mucho se queda en quiquiriquí, galleando y sacando pecho
Suga, que no lleva un año como primer ministro tras la renuncia de Abe por motivos de salud, no ha podido superar la contestación social contra su manera de manejar la pandemia y renuncia a liderar su partido y, por tanto, a encabezar la candidatura electoral. Hablando en plata, lo deja. Ni el esfuerzo superlativo de, mal que bien, organizar unos Juegos Olímpicos, en los que además los deportistas japoneses han brillado en el medallero, le ha servido como excusa para atornillarse a la silla. En Japón el honor es un deber personal y para con el resto, un principio insoslayable, un resabio quizá de los códigos del samurái que han llegado hasta hoy. Suga lo deja porque en Japón (habitado por 126 millones) piensan que lo ha hecho mal pues desde que comenzó la pandemia han tenido 1,5 millones de contagios y 16.000 muertos. En España, con 47 millones de habitantes, llevamos 4,87 millones de contagiados y oficialmente 84.000 muertos, que en realidad son bastante más. La diferencia en el impacto es apabullante. Y también lo es en sus consecuencias políticas: en Japón, Suga se hace el haraquiri; en España, Sánchez se queda en quiquiriquí, que según la RAE es quien se dedica a sobresalir y gallear.