ABC (Córdoba)

«Los talibanes no deben hacer concesione­s a Occidente»

- MIKEL AYESTARAN ENVIADO ESPECIAL A ISLAMABAD

mposible acceder con el coche. Todos los accesos a la Mezquita Roja de Islamabad están cerrados con bloques de cemento. La Policía rodea una zona en la que no se ve un alma. Suena la llamada a la oración, pero el templo más emblemátic­o de la capital está semidesier­to y no hay rastro del mulá Abdul Aziz, el ‘corazón’ de esta mezquita y la pesadilla de las autoridade­s paquistaní­es. «Llevamos así mucho tiempo, a veces nos permiten que venga más gente, pero normalment­e nada. La seguridad es aún más fuerte desde el triunfo de los talibanes. La Policía no quiere manifestac­iones en las calles después de la oración», cuenta el ‘mulana’ Yaqub, que es el encargado de guiarnos por este templo de ladrillo rojo que fue toda una cantera de muyahidine­s (guerreros santos) en la yihad contra la URSS.

Ese triunfo en Kabul aquí se celebró izando la bandera del ‘emirato’ y con gritos a favor de la implantaci­ón de la ‘sharía’ en Pakistán. Las fuerzas de seguridad intervinie­ron de forma inmediata, retiraron la enseña y disolviero­n a los fieles a porrazos. Todo lo que rodea a este templo está bajo la lupa de la seguridad desde que en 2007 fuera escenario de un motín armado por parte de estudiante­s y militantes radicales que se enfrentaro­n durante una semana a las fuerzas de seguridad. Hubo más de cien muertos y fue una operación que obligó a tomar medidas a las autoridade­s sobre la progresiva radicaliza­ción de algunas escuelas coránicas.

IYaqub lleva dos años en la Mezquita Roja, pero justo antes de ingresar pasó otros dos años detenido porque su hermano pertenecía a Tehrik e Taliban Pakistan (TTP), el movimiento talibán paquistaní. Tiene 35 años, habla con timidez, pero sin miedo. «Pedimos la ‘sharía’ en nuestro país, pero el Gobierno no lo acepta. Durante 70 años tenemos un sistema lleno de injusticia­s y la única solución es establecer la ley islámica. La gente de Afganistán lleva 20 años de sacrificio y lo han conseguido, son nuestro faro y ese éxito lo queremos seguir los demás», sentencia el joven religioso en el pequeño jardín de acceso a este templo de ladrillo rojo.

En el búnker de Abdul Aziz

Para ver al ‘corazón’ de la Mezquita Roja hay que trasladars­e ahora hasta la mezquita de Jamea Hafsa. Es un lugar apartado, con una nueva madrasa en plena construcci­ón y para poder acceder hay que superar controles policiales. «¿Os han dejado pasar?», pregunta Abdul Aziz con sorpresa al recibir a los recién llegados. «Nadie ha preguntado nada», respondemo­s. Su despacho es un pequeño búnker en un sótano, está rodeado de libros, plantas medicinale­s y dos kalashniko­vs. Este es su nuevo centro de operacione­s y de aquí no puede salir. Le han retirado el pasaporte y no tiene permitido hablar con prensa.

Su padre fue asesinado, su hermano, su hijo y una esposa perecieron en el asalto a la Mezquita Roja de 2007 y él sobrevivió de milagro. Tras pasar un tiempo en prisión fue liberado y ha retomado su actividad en pro de la implantaci­ón de la ‘sharía’ en Paskistán y con discursos a favor de los talibanes y el grupo yihadista Daesh (Estado Islámico). Mientras habla extien

En su madrasa se confeccion­an banderas del ‘emirato’

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