‘Dune’, la obra que anticipó la yihad
a ciencia ficción clásica vuelve a tener cosas que decir. Lo demuestra no solo el inminente y esperadísimo estreno de la adaptación de una parte de la esencial obra de Frank Herbert, ‘Dune’ (1965), sino también el próximo en Apple TV de la también largamente esperada versión en formato serie de la no menos mítica ‘Fundación’, de Isaac Asimov (1951). Estas obras, un tanto obviadas por la evolución posmoderna del género a partir de los setenta, tuvieron la capacidad de penetrar en temas que cobran nuevos significados según son leídas a la luz de las distintas épocas (lo que, al fin y al cabo, es una de las características esenciales del arte).
En el caso de ‘Dune’, y a pesar de los retrasos acumulados por un proyecto que puede marcar un hito en la historia del cine o irse por el sumidero de las decepciones (como ya le sucediera a la fallida adaptación dirigida por David Lynch en 1984), parecería que la realidad de nuestro mundo, en pleno siglo XXI, estuviera en gran parte descrita en sus páginas.
En el libro, Dune es uno de los nombres con los que se conoce a Arrakis, un planeta en la periferia del Imperio Galáctico, en un lejanísimo futuro, y en el que la vida es casi imposible. Herbert dedicó seis largos años, gracias a que su mujer se erigió en único sostén económico para que él pudiera volcarse de lleno a su escritura, a crearlo a partir de un artículo de encargo sobre una zona de dunas que nunca terminó, pero
Lsí que le llevó a imaginar ese mundo más allá de las estrellas, y que parece hablarnos de lo que nos está viniendo. Arrakis es puro desierto, habitado apenas por un pueblo indígena, los fremen, en comunión completa con él y sobre todo con unas criaturas, unos gigantescos gusanos de arena, que producen la especia conocida como melange, una droga potentísima que permite a los pilotos espaciales doblar el espacio-tiempo y, por tanto, los viajes interestelares. Así que ese mundo prácticamente yermo es la pieza más codiciada de todo el universo conocido, y su control es ambicionado por todas las casas nobles del imperio.
Las lecturas geopolíticas que pueden hacerse de este escenario, más con los recientes acontecimientos en Oriente Próximo, son evidentes y estuvieron presentes desde la primera publicación de la obra. Pero es en el componente ecológico, el cómo la climatología extrema llega a provocar profundos cambios sociopolíticos, donde es posible encontrar significados aún más actuales. El avance de la desertificación en el mundo nos está enfrentando a temas que llenan las páginas del libro: desde cómo el agua se convierte en el bien último y causa de conflictos por su posesión (todo el líquido que contiene el cuerpo de los fremen al morir es extraído y repartido entre los miembros de la comunidad, y derramar una lágrima por alguien es la máxima expresión de reconocimiento que se puede hacer, algo extraordinario), hasta cómo todo debe ser reciclado, y nada desperdiciado.
Aunque quizá la lectura más inquietante es la que muestra a Dune como el
la posibilidad de que se pueda lograr», concluía.
De cara al estreno simultáneo en salas y plataforma, Villeneuve no perdió la oportunidad de alentar al público a que opte por la opción clásica. «Es un filme que ha sido soñado, diseñado y rodado pensando en que se proyecte en IMAX», describía, «cuando ves una película como esta en pantalla grande, tienes una experiencia física y sensorial, ya que está diseñado para que fuera de sumersión en lo posible. En ese sentido pienso que la gran pantalla es parte
del lenguaje de la película». Ayer desde muy temprano el Lido fue invadido por una legión de seguidores, en su mayoría jóvenes, de muchas de las estrellas que conforman el elenco de ‘Dune’. El paseo por la alfombra roja que sólo se puede apreciar a través de una gran pantalla, se convirtió en una fiesta de gritos ensordecedores. Abriguemos pues las esperanzas de que muchos de esos seguidores opten por la gran pantalla para disfrutar de la experiencia maravillosa creada por Denis Villeneuve.