Un mundo frágil
El mundo no cambió el 11 de septiembre de 2011
La Edad Media agilizó su decadencia con la aparición de la pólvora. La llamada Era Digital se inicia cuando personas tan corrientes como el lector y yo dispusimos de GPS en el automóvil, y de un ordenador personal. Claro, que todo avance va acompañado de sus correspondientes debilidades y, de la misma manera que las murallas de los castillos ya no había que escalarlas, las murallas propias también podían ser destruidas.
Internet se ha convertido en la biblioteca de Alejandría del siglo XXI (y por eso algunas tontas contemporáneas creen que ya no es necesario estudiar, ni usar la memoria), pero también nos puede ofrecer libros equivocados o erróneos, debido al azar o a la malicia de manipular los datos.
Estamos más cómodos y somos más vulnerables, porque hay otra fragilidad: la del terrorista suicida. Los asesinos de ETA no soñaban con morir y despertar en un paraíso donde las huríes (vascas, por supuesto) ofrecieran jarros de miel bajo la mirada benevolente y patriarcal de Sabino Arana. No. El asesino quería, después de matar, pasar la muga y ponerse a salvo, gracias al calculado desinterés de un ególatra llamado Valery Giscard d’Estaigne.
El odio sectario, unido al fanatismo religioso, han convertido al terrorista islámico en un nuevo asesino y, por eso, cuando tomas un avión tienes que quitarte el cinturón, no vaya a ser que pertenezcas a esos nuevos suicidas que mueren voluntariamente en la masacre que causan.
El mundo no cambió el 11 de septiembre de 2011, de la misma forma que la Edad Media no desapareció cuando una almena se derrumbó abatida por un cañonazo, porque las nuevas eras y los derrumbes de los imperios requieren muchos calendarios. Pero estamos ya en otro mundo. Muy funcional, muy agradable gracias a las nuevas tecnologías. Y, con una doble fragilidad, porque el sistema digital puede derrumbarse, y los terroristas son más difíciles de controlar, al no querer salir vivos de las catástrofes que provocan.
Dice un personaje de Jack London en ‘La peste escarlata’: «Cuando hayan redescubierto la pólvora se matarán a miles, y luego a millones. Y así, por medio del fuego y de la sangre, se formará una nueva civilización». Y puede que sea tan confortable como frágil.