Por G. CUARTANGO
PEDRO
Siempre hay gente a la que le molesta lo que escribes. Lo decía Benjamin Bradlee, director de ‘The Washington Post’ desde 1968 a 1991 y figura legendaria del periodismo. Lo había aprendido por experiencia, ya que él había molestado a Kennedy, Johnson, Nixon, Carter y Reagan, cinco presidentes con los que tuvo conflictos que en algunos casos llegaron a los tribunales. Fue siempre un periodista incómodo para el poder. Incluso para John F. Kennedy, del que era confidente y amigo íntimo. Ello no fue obstáculo para que, tras su asesinato en Dallas, escribiera una biografía muy crítica, que disgustó a su viuda Jacqueline, que le retiró la palabra para siempre.
Bradlee, del que se cumple ahora el centenario de su nacimiento, afirmó que el fundamento del periodismo reside en la búsqueda de la verdad. Sencillo de decir y muy difícil de llevar a la práctica. Pero el director del ‘Post’ fue coherente cuando las cosas se pusieron difíciles como en los casos de los Papeles del Pentágono y, posteriormente, en el Watergate, los dos mayores éxitos del periódico.
La investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein que provocó la dimisión de Nixon en agosto de 1974 no hubiera sido posible no ya sólo sin el apoyo de Bradlee, que entonces dirigía el ‘Post’, sino, además, sin su experiencia y su rigor intelectual, que evitaron las trampas tendidas desde el poder.
Cuando Woodward y Bernstein descubrieron que los hombres de Howard Hunt, vinculado a la Casa Blanca, habían sido detenidos por haber entrado ilegalmente en la sede del comité electoral de los demócratas en el edificio Watergate, el asunto aparentaba tener una entidad menor. Todo apuntaba a un exceso de celo de unos subalternos que habían cruzado los límites sin el consentimiento de sus jefes.
Bradlee no creía que la investigación llevara a ninguna parte. Pero lo que parecía un delito menor era la punta del iceberg de una estrategia de la Casa Blanca para espiar a los
El director de ‘The Washington Post’, Ben Bradlee, revisa las planchas de la primera edición del periódico en el que anunciaba la dimisión del presidente Nixon
plicado en la historia con la misma vehemencia que sus periodistas. Cada tarde bajaba a la redacción para enterarse de las novedades. Ella mantuvo la fe en sus redactores y su director y les apoyó con todas sus fuerzas. E ignoró todas las amenazas que tuvo que soportar.
La segunda persona fue ‘Garganta Profunda’, la fuente secreta que informaba, oculto en las sombras de un garaje de Washington, a Woodward. Era, como se supo décadas después, Mark Felt, subdirector del FBI. Felt corroboraba los hallazgos de la investigación y sugería los caminos para avanzar. En un momento de vacilación, le dijo a Woodward que se estaban quedando cortos y que el asunto llegaba hasta las más altas instancias.
Cuando Bradlee decidió seguir
Ben Bradlee