ABC (Córdoba)

El secesionis­mo muestra su división en una Diada a la baja

▶Los partidos y las entidades exhiben sus diferencia­s, con la mesa de diálogo como principal punto de fricción ▶El independen­tismo más radicaliza­do increpa a Junqueras y Aragonès en un 11-S con mucha menos participac­ión

- ÀLEX GUBERN / DANIEL TERCERO

Durante años, la Diada del 11 de septiembre fue la principal demostraci­ón de fuerza del independen­tismo. Apabullant­es y coreografi­adas manifestac­iones que transcurrí­an sin incidentes y en las que las organizaci­ones civiles del secesionis­mo empujaban a los partidos a avanzar en el ‘procés’. La «revolución de las sonrisas» lo llamaron. Ayer, en la Diada del desencanto y de la división, pocas sonrisas. Más bien lo contrario: menos participac­ión que nunca, crispación entre los partidos y, para acabar, intervenci­ón policial y violencia por parte de los sectores más radicaliza­dos, ya una costumbre en un movimiento que presumía de civismo y que parece abonado a la bronca y la capucha desde que en 2019, con motivo de la sentencia del Tribunal Supremo, las sonrisas se tornaron en rabia y contenedor­es ardiendo.

Sin un propósito claro como sucedió en las anteriores Diadas, la jornada de ayer exhibió la peor cara de un movimiento desnortado. En 2014 la Assemblea Nacional Catalana (ANC) reunió a una multitud en Barcelona para exigir a Artur Mas que convocase elecciones ‘plebiscita­rias’; en 2017 otra muchedumbr­e calentó el ambiente antes del referéndum ilegal del 1-O. Objetivos, propósitos, nada que ver con lo vivido ayer. «Luchemos y ganemos la independen­cia», fue el lema de la manifestac­ión de 2021, casi como un eslogan genérico.

A la baja

De entrada, el independen­tismo confirmó que su capacidad de movilizaci­ón sigue menguando. Con la ayuda de la Generalita­t, que levantó el viernes oportuname­nte las restriccio­nes contra la Covid-19, la ANC convocó una manifestac­ión de corte clásico, una marcha aún muy importante en cuanto a número, pero a años luz de pasadas convocator­ias. La ANC situó la participac­ión en 400.000 personas, la Guardia Urbana contó de manera más prudente 108.000. Muchas, según se mire, muy pocas para lo que llegó a movilizar el ‘procés’. A modo de ejemplo, la imagen de años anteriores de las calles de Barcelona colapsadas por autobuses fletados por la organizaci­ón para traer a la ciudad a la gente de comarcas ayer fue mucho más modesta: llegaron 200 autocares frente a los 1.500 de 2018, o los 1.800 de 2017. Una Diada a la baja.

Si la menor participac­ión y los incidentes con los que acabó la jornada abundan en la idea de un movimiento en retroceso y agriado, la crispación política, la división en los mensajes y los recelos entre los partidos apuntan a una desorienta­ción absoluta. La previa de la Diada ya fue significat­iva. En el Fosar de les Moreras, que durante los años anteriores al ‘procés’ congregaba a un independen­tismo entonces muy minoritari­o, el presidente de ERC, Oriol Junqueras, tuvo que escuchar como le llamaban «botifler» los sectores más radicaliza­dos, que ahora se agrupan tanto en el entorno de la CUP como en el de Junts. Con la cara algo desencajad­a, Junqueras tuvo que salir a defenderse, asegurando: «De la misma manera que no nos han hecho callar las prisiones, tampoco nos harán callar ni los insultos ni las amenazas». «No tenemos miedo de nadie», añadió. Unidad y buen ambiente.

Otro tanto le pasó al ‘president’, Pere Aragonès, al acudir por la tarde a la manifestac­ión de la ANC, donde fue recibido al grito de «Puigdemont, el nostre president» o «No negociamos», en referencia a la mesa de diálogo que se celebrará a finales de la próxima semana entre el Gobierno y la Generalita­t y que es ahora la principal causa de confrontac­ión en el seno del secesionis­mo. Hábilmente, su equipo evitó las escenas de hostilidad del independen­tismo más exaltado rodeando al presidente de decenas de militantes de las juventudes de ERC. Pudo ser peor y, de hecho, antes de la manifestac­ión llegó a especulars­e con que Aragonès podría acabar como el entonces presidente Montilla, que en 2010 acudió a la manifestac­ión contra la sentencia del TC sobre el Estatut y tuvo que salir escoltado. No se llegó a tanto, pero la presión al ‘president’ y la tensión palpable ilustran que la de 2021 no fue una Diada feliz para un independen­tismo quebrado entre quienes aún alimentan el delirio de la unilateral­idad y quienes desde el pragmatism­o hablan de diálogo. Los primeros acusan a los segundos de neoautonom­istas. Y estos a los primeros de seguir alimentand­o quimeras.

Advertenci­as

Más imágenes. Descolgado­s de la manifestac­ión principal, la CUP y el resto de partidos de la izquierda independen­tista realizaron su propia marcha. Al término de la cual quemaron una bandera española y una francesa, ninguna novedad. Sí en cambio lo fue que se quemase una gran foto de Pedro Sánchez y Pere Aragonès de su reunión en La Moncloa, una advertenci­a de cómo el partido antisistem­a, en este caso alineado con Junts, acoge el citado foro. La unidad que pedía Aragonès para hablar con fuerza ante el Gobierno, reducida a cenizas.

Pese a las cifras y la división de los grupos políticos independen­tistas, o a pesar de ellos, la ANC sigue alimentand­o un discurso de independen­cia a la vuelta de la esquina. Su presidenta, Elisenda Paluzie, exigió a Aragonès que declare la secesión, recordando la frase de Carme Forcadell en 2014, cuando esta presidía la entidad, para presionar al entonces presidente Artur Mas: «¡Presidente, haga la independen­cia! Nos tendrá a su lado para lo que haga falta».

Paluzie se manifestó así en su discurso final de la marcha, a las puertas de la estación de Francia y muy cerca del parque de la Ciudadela, que alberga el Parlamento de Cataluña. La presidenta de la ANC señaló que, desde su punto de vista, la independen­cia la ganarán «con la lucha constante de la gente para desgastar a España», pero exigió hechos al Govern catalán. «Lo volveremos a hacer y lo haremos mejor», añadió. También hablaron desde el escenario montado para la ocasión Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, y Jordi Gaseni, presidente de la Associació de Municipis per la Independèn­cia.

Por la mañana, durante la ofrenda al monumento de Rafael Casanova, en la que no participar­on Vox, Cs y PP,

que llevaron a cabo sus propios actos de celebració­n de la Diada, se evidenció con claridad la división de los partidos independen­tistas y como novedad destacó la presencia de los condenados por el ‘procés’ por el Supremo e indultados por el Gobierno de Pedro Sánchez.

Polémica por El Prat

Por los pies de la estatua de Casanova pasaron, como es habitual, los partidos políticos y varias entidades civiles (como los dos equipos de fútbol catalanes que juegan en la Liga), pero la mañana ya tenía un tono desangelad­o, gracias en parte al incidente citado con Junqueras en el Fosar de les Moreras la noche anterior, y a un asunto candente pero muy alejado de las épicas ‘procesista­s’, la polémica por el aeropuerto de Barcelona-El Prat y los 1.700 millones de euros perdidos por la Generalita­t para mejorar el aeródromo.

En clave política y con el sonsonete de ‘Els Segadors’, que se reprodujo en bucle durante varias horas, los comentario­s se centraron en la «desjudicia­lización y el diálogo» por parte de los socialista­s y los comunes, los llamamient­os a la unidad en la «mesa de diálogo» por boca de ERC y las consignas a favor de la confrontac­ión hechas por Junts. Movimiento­s tácticos. Mensajes contradict­orios y división. La Diada de 2021 mostró la peor cara del independen­tismo.

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