ABC (Córdoba)

Un Gobierno de muchos humos y pocas luces

- MARÍA JESÚS PÉREZ

ARRANCA el nuevo curso político y nada nuevo en el horizonte. Y en «¿qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y no hay nada nuevo bajo el sol», proverbio bíblico que viene al pelo hoy, atribuido al rey Salomón. Que ya saben, la historia se desarrolla de manera cíclica, repitiéndo­se cada cierto tiempo unos hitos concretos, que pueden transforma­rse en la forma pero no en el fondo. Lo dicho pues, hecho a medida para el caso español en los tiempos contemporá­neos que corren. Y Bruselas, de los nervios. Es más, nuestros socios, sobre todo los más frugales, se hacen cruces de cómo izquierda y derecha no se entienden en este santo país. ¡Con las buenas componenda­s que hacen ellos sin importar colores! Porque ese es el problema: quien piense que Europa va a enderezar el renglón torcido de Pedro Sánchez apañado va.

¡Y ay si fuera solo este nuestro único y enquistado problema! Muchos son ya, pero hay otro en particular que nos tiene cogida la medida. Uno ligado... al trinque. ¡Algo tan español y tan de verdad como la Fiesta! Hablo de la Sostenibil­idad. Sí, con mayúscula, que el término y su fondo lo merecen. El nuevo maná, el manantial del que quieren beber todos los jetas, que todo lo ven verde como el color de los ‘dineros’ que ansían embutirse a cuenta de unos principios más falsos que un billete de seis euros. Más en concreto de Sostenibil­idad energética, definida por el World Energy Council como el equilibrio entre tres dimensione­s principale­s: la seguridad energética, la equidad social, y la mitigación del impacto ambiental. En castellano: el desarrollo de sistemas de energía estables, accesibles y ambientalm­ente aceptables. Un ‘trilema’ que requiere de complejas interconex­iones entre sectores público y privado, entre gobiernos y entes reguladore­s, entre la economía, los recursos nacionales disponible­s, las normativas legales vigentes, las preocupaci­ones ambientale­s y el comportami­ento individual y colectivo de las sociedades... El lío, servido desde el minuto uno de su creación. Hasta hoy. ¿Resultado? Desastre energético elevado a la enésima potencia. En el que el perdedor, siempre, no es ni los gobiernos, ni las empresas del sector –aunque muchas no pasan precisamen­te tampoco por su mejor momento–, sino el consumidor.

Y así llegamos al momento actual, en el que unos necesitan ingresos para seguir remando –y permanecie­ndo mientras trincan– y otros lo pagan para que aquellos remen y trinquen. De manual del buen trincador. Récord tras récord hasta la derrota final. Porque la luz permanece –y subiendo, al menos hasta primavera, lo sufrirán– en niveles prohibitiv­os. Los precios día tras día pulverizan­do todos los máximos registrado­s hasta la fecha. La principal causa, el alto coste del gas natural y de los derechos de emisión de CO2. ¿Culpables pues? Todos menos el Gobierno Sánchez. ¡Tonto el último! ¿Dudas?

Aunque no alarmarse, que el

presidente tiene ya la solución. La adelantaba en su última homilía: «el

Gobierno se hace cargo de la preocupaci­ón social» provocada por la escalada de la factura eléctrica y por ello «actuará hasta solucionar el

Pedro Sánchez, con la ministra Teresa Ribera alza de los precios», pero lo hará «siempre dentro del marco regulatori­o europeo». ¡Que Dios nos coja confesados! Para servidora... arroz ‘pegao’. Más de lo mismo. Humo. Aunque el martes, algo más concreto lanzarán. Que como margen en los impuestos hay, tras aprobar en julio una rebaja del IVA a la electricid­ad del 21 al 10% y la supresión temporal del impuesto de generación eléctrica del 7% –ambas medidas hasta el 31 de diciembre–, ahora parece que manejan una reducción del impuesto especial sobre la electricid­ad, que grava al recibo con un 5,11%. No me lo creo. Lo cierto es que se están forrando a impuestos que venden como éxito en Bruselas para que liberen los fondos a un Gobierno cumplidor.

A más, en el sector piensan que el nuevo plan Sánchez quiere vender que asegurará que las malas prácticas en el uso de las concesione­s hidroeléct­ricas –piensan en el seno de coalición que estas venden su producción cuando los precios de mercado están más altos para maximizar sus beneficios– no se vuelva en contra de los consumidor­es. Pues eso, ¡culpa de las compañías!, que, en el mientras tanto, apuntadas por el dedo acusador, se adelantan con ofertas temporales a pesar de sus pesares. Naturgy, con la opa de IFM recién autorizada por la CNMV, la primera. Empatía con el consumidor se llama, no como otros... Lo peor, que el desastre energético no viene solo sino acompañado del esperado dislate en la gestión de los fondos. La transferen­cia de Bruselas asoma la patita por debajo de la puerta y el Gobierno se ha puesto a improvisar, que es lo suyo. Y mal, que también lo es. La ocurrencia ha sido intentar repartir los dineros atendiendo al número de empleados de las compañías agraciadas con la pedrea comunitari­a y, claro, el sanchismo se ha visto obligado a rectificar, porque el desastre derivaba en un mercado persa alocado en el que las medianas cargaban contra las pequeñas empresas y, de paso, comprometí­an a las grandes. De esta guisa, La

se la ha envainado y dar el café para todos sin atender a tamaños. Y al que Calviño se la dé, Von der Leyen se la bendiga. Un no tener ni pajolera idea y arreglar un roto con un descosido. Como con todo. En definitiva, el pandemonio eléctrico es solo el principio. Muchos han olido la debilidad del

y quieren hacer de su capa un sayo en el terreno empresaria­l. Apunten la pista para reconocerl­os de lejos: simpáticos, bronceados, ‘sostenijet­as’ y sin escrúpulos, con muchos humos y pocas luces. El fundamento social ya no es dar a los demás, sino echarle mano a lo de los demás. Se nos va a negro este país. El último, que apague la luz, que no está como para dejarla encendida.

El pandemonio eléctrico es solo la punta del iceberg de un Ejecutivo desnortado en lo económico y alucinógen­o en lo político. La forma de repartir los fondos UE ha tenido que ser corregida antes siquiera de que lleguen, mientras Bruselas se hace cruces de un modelo de Gobierno fallido

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