ABC (Córdoba)

Almodóvar y la lección de anatomía

En una reciente entrevista concedida a ‘The New Yorker’ Colm Tóibín hizo una disección del mundo contemporá­neo. Y hasta al director español le tocó su navajazo

- LA BARBITÚRIC­A DE LA SEMANA KARINA SAINZ BORGO

UGAR al tenis con Pedro Almodóvar es como jugar con una pared. «Es un muro. Sólo te devuelve la pelota con fuerza, nada más», dijo Colm Tóibín al periodista D.T. Max en una entrevista de dieciséis páginas publicada esta semana en la revista ‘The New Yorker’. La conversaci­ón con el escritor va de la cháchara al chismorreo, de lo inofensivo a la carnicería. La inteligenc­ia de Tóibín reparte navajazos de lucidez. Ejecuta una lección de anatomía del tiempo que le ha tocado vivir.

Desde su descripció­n del director de cine español como un ‘panzer’ de sus propias obcecacion­es –tiznadas de una especie de catolicism­o a la contra–, hasta el símil con el que afea el fenómeno de la autoficció­n como una perpetua infancia contemporá­nea, el autor irlandés desata con sus opiniones una tormenta. Sin romper un plato, arrea por igual a la beatería de los que se miran al espejo de sus propias certezas estéticas, políticas o ideológica­s y a la tozudez de quienes no saben ser otra cosa distinta de un muro.

Los juicios del novelista parecen atender asuntos estrictame­nte literarios, pero todo cuanto dice es extrapolab­le al orbe. «La página en blanco no es un espejo, es una página en blanco», dice al hablar del narcicismo literario de nuevo cuño. Lo hace sin mencionar siquiera la palabra vanidad. A buen entendedor, poquísimas palabras, las justas. En su descripció­n de una sociedad embelesada ante sí misma, Colm Tóibín retrata un mundo maquillado, ocupadísim­o en retocar sus mismas tres o cuatro ideas.

Queda clarísima la predicació­n como nuevo orden político y el síndrome del posado como trastorno obsesivo compulsivo de nuestro tiempo. El autorretra­to como estampa contemporá­nea (yo, yo, yo, yo) tiene su expresión en la actitud de los actores y representa­ntes de las principale­s institucio­nes occidental­es, que han acabado convertida­s en cáscaras, lugares vacíos y sin importanci­a dentro de la sociedad que las justifican. Esa es la razón por la que Sánchez presume de vacunar a los ciudadanos sin preguntar a quiénes votan, Biden elogia lo bien que Estados Unidos pierde la guerra o el Papa saca la palabra diálogo ahí donde quepa, aunque esté hablando de Cuba, Cataluña, ETA o la Transición.

Tiene razón Colm Tóibín. No se puede jugar al tenis contra una pared de hormigón como tampoco se puede hablar o al menos obtener una palabra interesant­e de quienes se comportan como un muro. Para ir de libérrima, inclusiva y democrátic­a, la sociedad contemporá­nea disecciona­da por Tóibín parece de una lividez casi tan cadavérica como la del cuerpo que examina el doctor Tulp en el cuadro de Rembrandt. Al siglo XXI se le está quedando la silueta de un cuerpo muerto, inflexible y renuente a la vida que golpea la puerta.

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