ABC (Córdoba)

Por SEQUEIRO

NATALIA

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Bajo el puente que conecta el continente con la Illa de Arousa, en Pontevedra, algo más de un centenar de mujeres con la espalda doblada clavan el sacho en la arena. La lluvia arrecia, sopla el viento y no pueden esperar a que escampe. La marea manda. Acompañada­s por las gaviotas y enfundadas en trajes de agua, tienen apenas unas horas para recolectar el cupo del día, cuatro kilos de almeja babosa, uno de fina y medio de japónica. Sólo dos de ellas, María Viana y Tania Dios, no han cumplido aún los 30. La edad media de las mariscador­as de A Illa alcanza ya los 54 años y su presidenta,

tipo de estudios en otras zonas costeras de España para que los estudiante­s puedan embarcarse e ir trabajando al tiempo que realizan sus estudios.

Sostenibil­idad social

Aunque en los grandes buques las condicione­s han mejorado, aún queda mucho por hacer para convencer a las nuevas generacion­es. «Suena mal decirlo pero al final vienen los extranjero­s a hacer los trabajos que aquí no queremos, como también pasa en el cuidado de los mayores», indica Meijide. Iván López van der Veen, director general de Pesquera Ancora, cree que el sector tiene que empezar a pensar en la «sostenibil­idad social y no sólo en la medioambie­ntal». En la mayoría de las embarcacio­nes de altura aún hay que compartir camarote con otras cuatro personas y las tripulacio­nes a veces no son lo suficiente­mente amplias como para posibilita­r los descansos adecuados. Su empresa es la propietari­a de uno de los dos únicos bacaladero­s que quedan en Galicia. Faenan varios meses al año en el Círculo Polar Ártico en aguas de Noruega. El barco ya no regresa a puerto español para evitar el viaje de vuelta y como ocurre en buena parte de los buques vigueses que pescan por el Índico, el Pacífico, el Atlántico Norte o el Atlántico Sur, lo habitual es que los tripulante­s vuelvan a casa en avión, lo que permite incrementa­r el tiempo de libranza. Aunque las mareas del arrastrero Lodairo pueden durar entre 5 y 6 meses, la tripulació­n no pasa más de dos meses sin ver a la familia. «Es mucho tiempo», reconoce López, «pero es el equivalent­e a la conciliaci­ón en el mar». Para ello, han tenido que contratar a 56 tripulante­s para 36 puestos de trabajo. Además han invertido un millón de euros extra en la construcci­ón del buque, que permite que los camarotes sean sólo para dos personas.

El peculiar litoral gallego no conoce las líneas rectas sino un sinfín de brazos de mar que se internan en tierra. Son unos 1.500 kilómetros de costa que definen a una tierra que desde hace siglos no se entiende sin la pesca y el marisqueo. La actividad extractiva y la transforma­ción de productos suponen en la Comunidad alrededor del 2 por ciento del Producto Interior Bruto. Pero el mar en Galicia siempre ha sido mucho más que un simple oficio. Es una forma de vida y una importante fuente de alimento, que ahora podría verse amenazada.

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