Anboto dio la orden de volar el Guggenheim y matar al Rey
▶ La exjefa de ETA reconoce los hechos y se conforma con una condena de 15 años
Unos veinticinco minutos bastaron ayer para poner negro sobre blanco que la exjefa de la banda terrorista ETA María Soledad Iparragirre, alias Anboto, fue quien dio la orden de atentar contra Juan Carlos I en la inauguración del Museo Guggenheim en Bilbao en 1997. Casi un minuto por año transcurrido. En el ínterin, ella fue detenida y cumplió dos décadas de prisión en Francia. España estaba esperando su turno para juzgarla y a diferencia de otras causas en las que ha negado su participación y ha tenido que esperar el fallo, ayer entró por videoconferencia en los juzgados y salió sentenciada. Nueve años de prisión por atentar contra la Corona. Seis años de prisión por tenencia y depósito de armas de guerra.
Medio repantingada en una sala de la prisión donde cumple ya condena, Anboto se presentó ayer ante la Sección Segunda de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional con un intérprete para que tradujese sobre la marcha lo poco que quería decir, porque quería decirlo en euskera. Su abogada, igualmente por videoconferencia, intervino también lo justo: que su cliente aceptaba los hechos del relato de la Fiscalía, que asumía la nueva petición de condena y que no, no ha- brá ni impugnación ni recurso. Tampoco lo interpondrá el Ministerio Público, representado en este atípico juicio para ser una causa de ETA por Marcelo Azcárraga. El relato se mantiene, lo que cambia son las penas por su reconocimiento de los hechos.
Así las cosas, el presidente del tribunal, José Antonio Mora Alarcón, dictó sentencia de viva voz, la condena a 15 años de cárcel, en espera de lo que tarde en poner por escrito los hechos que con el reconocimiento de Anboto y su renuncia a las pruebas que había previsto para ponerlos en duda, ahora se dan por probados.
El relato comienza en 1993, con ella al frente de los comandos ‘legales’ de ETA. En el año 1996 montó un nuevo comando, denominado ‘Katu’ con Eneko Gogeaskoetxea Arronategui y Kepa Arronategi Azurmendi. Ambos fueron adiestrados en el uso de armamento y fabricación de explosivos. Y a ellos les encargó que matasen al entonces Rey de España. Eso sí, la condición era que el atentado «no implicara el riesgo de afectar a personas ajenas al aparato del Estado». En ese caso, lo que tenían que hacer era «limitarse» a «atacar el museo con la finalidad de destruirlo por medio del lanzamiento de granadas», tal y como explica la Fiscalía que la propia etarra ha asumido.
Pero para tumbar un edificio de ese calibre no basta un arma cualquiera. Era ya 1997 cuando Anboto entregó a los dos integrantes del comando ‘Katu’ doce granadas autopropulsadas Mecar de calibre 83. Diez de ellas son granadas anticarro. El resto, son antipersona. Todas estaban cargadas con pólvora negra, es decir, «habrían perforado
M. Soledad Iparragirre las paredes del museo accediendo a su interior y provocando su destrucción y la muerte de cuantas personas se encontraran en su interior o aledaños».
Aguirre Larraona
El 13 de octubre de 1997, a cinco días de la inauguración del Guggenheim a la que asistiría el Rey, los dos etarras escondieron las doce granadas en unas jardineras y las cargaron todas en una furgoneta con las placas dobladas que aparcaron en las inmediaciones del museo. Eran las cuatro de la tarde y acababan de descargar uno de los maceteros cuando una pareja de la Ertzaintza se interesó por lo que andaban haciendo. Huyeron abriendo fuego y se llevaron por delante a uno de los agentes. Se llamaba José María (Txema) Aguirre Larraona, tenía35 años y un hijo de 9.
Al día siguiente, las fuerzas de seguridad tiraban la puerta abajo de un caserío donde apareció todo un arsenal que «había sido proporcionado por María Soledad Iparraguirre a los integrantes del comando».
Los dos etarras del comando fueron detenidos y condenados. Arronategi fue el primero en caer, y Gogeaskoetxea estuvo un tiempo en fuga. Él fue quien apretó el gatillo y cumple condena por el asesinato de Larraona.
A Anboto no se le pedían cuentas por esa muerte de hace 24 años, pero ayer, en poco más de 25 minutos, quedó acreditado que fue ella quien, personalmente, lo desencadenó todo.