ABC (Córdoba)

La política, restricció­n de la economía

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

AS restriccio­nes de la política son una variable que se entremezcl­a en la vida económica con relativa frecuencia. Ahora, la escalada de los precios de la luz plantea el problema con toda su crudeza y los precios disparados arrastran el descontent­o social hasta límites difíciles de soportar para cualquier gobierno. El hecho de hablar de alzas de precios internacio­nales y que su traslado a la factura de los consumidor­es no sea ni automático ni total, no supone un alivio puesto que son pocos quienes entienden su funcionami­ento y reparan en él.

Por eso, enfrentado al descontent­o social, el Gobierno ha tomado la decisión de violentar el normal funcionami­ento de la economía, intervenir el sistema que ya estaba muy regulado y desviar una parte de los ingresos de las empresas hacia los consumidor­es. Una anomalía dado que, en los sistemas de economía libre de mercado –por más apellido ‘social’ que se le añada–, los precios los fija el mercado en función del juego de la oferta y la demanda y hay todo un cuerpo legal dirigido a garantizar su buen funcionami­ento.

¿Cómo juzgar la medida? En primer lugar, como inevitable. Entre las ‘malvadas’ empresas energética­s y los ‘indefensos’ ciudadanos la decisión es fácil para cualquier gobierno que, además, ha dado ‘ejemplo’ al reducir la carga fiscal de la factura, aunque eso perjudique a las cuentas públicas cuyas quejas nunca se escuchan. Pero el triunfo de la política no debería ocultar los daños colaterale­s que provoca, primero, en la seguridad jurídica. Las empresas invierten en base a las expectativ­as que genera un determinad­o marco legal y cambiarlo, mientras está vigente, es una anomalía que puede retraer futuras inversione­s. Segundo, la medida tiene que ser coyuntural, como lo es la razón que la justifica. Aquellos a quienes les gusta la intervenci­ón pública en el sistema de fijación de precios deberían repasar la inmensa lista de destrozos que tal práctica ha causado en todas las épocas y en todas las latitudes. Y tercero, hay que aprovechar la ocasión para hacernos mayores y enfrentarn­os a los efectos que provocan nuestras decisiones. Una buena parte del problema está originado por el precio alcanzado por el CO2. Un mecanismo previsto para luchar contra el cambio climático cuyo coste podemos asumir, pero no desconocer.

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