No conoces a tu pueblo
Ha sido un acierto del Partido Socialista haber tratado como adultos a los independentistas. De tú a tú, reconociéndolos como parte en un conflicto político. Es otra demostración de cinismo de Pedro Sánchez y otro éxito para España. Cuando en 2017, aterrado por el ambiente de crispación y por lo inminente que me parecía una revuelta retorcida y violenta, llamé al presidente Rajoy para advertirle del peligro de crear un Vietnam en Cataluña si aplicaba el artículo 155, me respondió: «Salvador, no conoces a tu pueblo». En mi rabia y en mi vergüenza debo admitir que tenía razón. Del mismo modo, y en la misma proporción, este trato adulto y político a los independentistas ha servido para demostrar, y para que ellos mismos se lo demostraran, que ni se han hecho aún mayores ni están a la altura de la contienda política que tanto reclaman.
La mitad del Govern no ha sido capaz ni de llegar a la mesa de negociación, y la otra mitad se aferra al premio final de una amnistía y de un referendo sobre la independencia que todo el mundo sabe que no se van a dar. Y en este juego de mentirosos, el presidente del Gobierno habrá conseguido que le voten los presupuestos a cambio de unos indultos de los que nadie se acordará cuando se celebren las próximas elecciones generales. Lo que cuando Sánchez llegó al poder era la mayor crisis de España es ahora este más de lo mismo regional y folklórico del que nos ocupamos por inercia y nos preocupa mucho menos que el recibo de la luz.
Pedro Sánchez ha hecho lo más inteligente: ceder espacio a ERC y a Junts para que se retrataran en su infantilismo y su incapacidad. Rafael Ansón, cuando fue con Suárez el director de Televisión Española, prestó todo el foco a la extrema derecha para que se viera lo brutos que eran y no les votó nadie. El asilvestrado comportamiento de los
Mariano Rajoy
independentistas les sume en la depresión y la falta de rumbo, y ellos solos se han encargado de conjurar los peligros que la estrategia de Sánchez tenía si la hubieran entendido y aprovechado.
Porque han sido los independentistas, y no el Gobierno, quienes han decidido que éste no sea un conflicto político ni una negociación entre Cataluña y España. Y en su incapacidad para la articulación política y su mediocridad personal lo han reducido a reyerta de barrio, tribal; odio a ritmo de tam tam percutido por oscuros hechiceros caníbales que danzan enloquecidos en taparrabos. En su guerra fratricida, de cristal roto y navaja, republicanos y convergentes confirman que no dan la talla, que no están preparados para ni siquiera entender lo que ellos mismos dicen que quieren.
El ridículo de Aragonès con el aeropuerto es lo mismo que Junts diga que quiere un Estado y juegue a mandar a los payasos de la tele a la mesa de diálogo, renunciando al poder simbólico que tiene que una autonomía siente en una bilateral política al Gobierno. Es la Cataluña palestina, la que no pierde una oportunidad de perder una oportunidad. El descrédito internacional es absoluto, total. Embajadas y consulados guardan en público silencio pero en privado no pueden hablar del asunto sin poner los ojos en blanco.
Pedro Sánchez se marchó de Barcelona saludando a la afición con un «sin prisa pero sin pausa» –me pregunto de dónde saca el nervio para que no se le escape la risa– y con los presupuestos asegurados. Pere Aragonès, tras haber arruinado el aeropuerto y sin haber conseguido nada, tenía a la mitad del Govern y a la CUP llamándole traidor en la calle. «Abrimos una nueva fase de negociación entre Cataluña y el Estado», dijo el presidente de la Generalitat, que aún no tiene ni elaborados sus presupuestos y pretende aprobarlos con los que se amontonaban en la calle para insultarle.
El desafío secesionista