Sigue el teatro
Los conmilitones del policía bueno, que se enfrentan a unas próximas elecciones, comienzan a sospechar si el poli bueno no estará de acuerdo con el poli malo, y se van a quedar sin sillón
LOS papeles están bien repartidos. Se encuentra, por un lado, el policía malo, que es el que toma las iniciativas más polémicas, más gamberras y más estúpidas, y, del otro lado, el gran protagonista, el que interpreta magistralmente el papel de policía bueno, Pedro I, El Mentiroso. En un primer momento podría parecer –mentira tras mentira– que el policía bueno carece de honorabilidad, pero es tanta la torpeza del policía malo, sus melonadas son tan circenses, que da igual que la dedicación a la mentira del policía bueno sea como la adicción al tabaco del fumador, porque más vale que haya un policía bueno, aunque se fume la verdad en canutos, que carecer de él, y que el policía malo, que está acompañado de ese matrimonio que forman la ignorancia y la osadía, campe sólo a sus anchas y cometa todavía más destrozos.
El policía malo –representado por todos los grupos políticos que sostienen el empleo del policía bueno– le da una patada a un cuarto de baño de España, o a una pared del pasillo, o tira abajo una estantería del cuarto de los niños y, la mayor parte de los que vivimos en esa casa llamada España, nos espantamos del estropicio, nos quedamos estupefactos ante la amenaza de ruina. Y, entonces, llega el policía bueno, y dice que eso se puede arreglar, y el cuarto de baño vuelve a tener ducha –aunque se le haya quitado el bidé– y el pasillo es más estrecho, pero es posible pasar, y la estantería vuelve a estar en la pared, eso sí, algo más pequeña.
El policía malo dice que hay que controlar a la
Prensa facha –que son todos los medios que no obedecen órdenes de ninguno de los dos polis–, y el policía bueno –que piensa exactamente lo mismo que su aparente antagonista– calla con pretendida seriedad y trascendencia para que entendamos que él es un demócrata.
Últimamente, el estropicio ha sido de tal calibre, que los conmilitones del policía bueno, que se enfrentan a unas próximas elecciones, comienzan a sospechar si el poli bueno no estará de acuerdo con el poli malo, y se van a quedar sin sillón. La sociedad, en general, está narcotizada, y da la impresión de que, cuando le pregunta Tezanos, responde lo que quieren Tezanos y el poli bueno, pero ellos, los del poli bueno, comienzan a estar intranquilos, porque, en cualquier momento, un Miguel Ángel Blanco, un recibo del gas o una libertad espectacular de violadores, puede prender la mecha del cabreo, y que casi todos crean que esto se arregla tomando la Bastilla donde se atrincheran los conmilitones del poli bueno. Y, puede que, desde dentro, aunque sólo sea por egoísmo, alguien piense que el teatro no va a aguantar y que todas las funciones terminan con una caída del telón.