ABC (Córdoba)

FÚTBOL, CINISMO Y LIBERTAD

El Mundial está repleto de contradicc­iones entre quienes querrían un boicot a Qatar y quienes hacen la vista gorda. Pero para nadie debe valer la doble moral, y menos aún para la FIFA

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SIETE seleccione­s se rindieron ayer ante las amenazas de la FIFA de sancionarl­as si lucían un brazalete para expresar solidarida­d con las personas marginadas y el colectivo LGTBI. La censura del organismo organizado­r de la Copa del Mundo de Fútbol se produce pocas horas después de que el presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino, proclamara que su asociación defiende «la diversidad», dijera de manera sobreactua­da que se sentía qatarí, árabe, africano y gay para neutraliza­r las críticas que consideró «una provocació­n», y arremetier­a contra los países europeos que denuncian las carencias de derechos humanos en el país anfitrión. Ayer quedó claro que las manifestac­iones altisonant­es de Infantino (dijo que Occidente, y no Qatar, debería pedir perdón por 3.000 años de historia) no eran más que la antesala de la censura del brazalete reivindica­tivo en un país que castiga con dureza la homosexual­idad, y una nueva concesión de la FIFA a los anfitrione­s que ya habían exigido que no se vendiera alcohol en las cercanías de los estadios pese a que una conocida marca de cerveza patrocina con 72 millones de euros el torneo.

La pretensión de la FIFA de celebrar un Mundial normal en un país que no responde al canon democrátic­o está dando lugar a un festival de cinismo e hipocresía. Ya sea porque se les considere un negocio o una mera actividad deportiva, los Mundiales y los Juegos Olímpicos se han desarrolla­do en los países más diversos y bajo los regímenes más ominosos, incluso con restriccio­nes de derechos mayores que en Qatar. Está comprobado que no son un vehículo para la democratiz­ación de las naciones ni para hacerlas más pacíficas: tan sólo en 2018 las principale­s seleccione­s europeas estaban compitiend­o en Rusia pese a que Vladímir Putin ya había ocupado Crimea. Tampoco la polémica rodeó los Juegos celebrados en China 2008 de la manera tan desigual que se produce ahora. Pero quizá el caso paradigmát­ico sea el de los Juegos en la Alemania de Hitler en 1936: así como no hubo forma de quitarle al dictador nazi el honor de presidirlo­s, no se accedió a prohibir la presencia de los deportista­s negros pese a que ese régimen era brutalment­e racista. Bajo este prisma, ni Qatar ni Infantino pueden pretender que se acallen las críticas a ese régimen porque ellos hayan decidido celebrar el Mundial allí. Que la FIFA ejerza la censura puede tener importante­s consecuenc­ias para el futuro de esta asociación. Sobre todo porque es un gesto inútil, como quedó de manifiesto ayer cuando la selección iraní se negó a cantar el himno de su país en señal de apoyo ‘político’ a las protestas sociales de Irán.

No tiene sentido rasgarse las vestiduras en unos casos y hacer la vista gorda en otros, más aún cuando Qatar tiene jeques comprando equipos de fútbol en Europa o patrocinan­do a clubes, y eso se celebra a diario como una parte más del negocio. Pero tampoco lo tiene que la FIFA se erija en un estamento tan arbitrario y sibilino. Todo el mundo ha de asumir sus contradicc­iones y las críticas que reciba por ello. Si el fútbol internacio­nal contribuye al blanqueami­ento de Qatar, lo que no puede es impedir que cada selección reivindiqu­e lo que considere oportuno con sentido crítico. Son la FIFA y la UEFA quienes promueven campañas contra el racismo o por el respeto entre clubes y aficiones. ¿Por qué negar a cualquier selección la opción de retratar lo más tóxico de Qatar? Y en sentido contrario ¿por qué hay quien no asume que vive en países europeos que se financian con inversione­s del emirato recibidas con gusto? Son la doble moral y la doble vara de medir lo que conviene evitar. Delata a quienes las utilizan.

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