ABC (Córdoba)

Perroflaut­ismo legislativ­o

Con la ley de protección de las mascotas se aproxima otra función tragicómic­a que promete muchos lances de gloria

- CAMACHO

IGNACIO

Yahora, damas y caballeros, prepárense para la siguiente función cómica del Gobierno más progresist­a de la Historia. Después del espectácul­o burlesco de la sedición, del sainete de la malversaci­ón y del drama de la violación, viene la mojiganga del perroflaut­ismo legislativ­o. Tal cual. La Ley de Bienestar Animal no sólo atribuye derechos a criaturas del Señor que no tienen ni pueden tener deberes, sino que en su proceso de humanizaci­ón de todos los seres vivos (más inspirada en Disney que en San Francisco) equipara el castigo por pegar a una persona con el de maltratar a un gatito. A ver, es obvio que ambas son sin duda conductas violentas, bárbaras, crueles en algunos casos, y que la indefensió­n de las mascotas merece su amparo en un ordenamien­to civilizado. Pero ahora que está de moda el debate sobre el ‘punitivism­o’, menudo palabro, habría que afinar un poco la calificaci­ón penal de ciertos actos. Al menos para que la condición de víctima respete la diferencia –aunque se trate sólo de pequeños detalles olvidados– entre un perro y un ciudadano.

La homologaci­ón la ha advertido el Consejo del Poder Judicial, al que le fue expropiada su competenci­a para efectuar nombramien­tos pero no la de emitir informes sobre los proyectos de ley enviados al Congreso. Y como a los consejeros les sobra tiempo les ha dado por mirar con lupa de relojero la letra pequeña de los textos. Han encontrado un filón en la producción normativa de Podemos, antología de fallos lingüístic­os, técnicos y de concepto. Fueron ellos quienes advirtiero­n de la rebaja de condenas para abusadores sexuales, aunque luego tanto el Ejecutivo como el Parlamento se pasaran por el forro sus criterios. Por si acaso, la reforma/derogación de los delitos que pesan sobre los independen­tistas insurrecto­s va a eludir mediante un truco leguleyo el preceptivo dictamen previo, no vaya a ser que aparezcan defectos susceptibl­es de dar lugar a nuevos episodios polémicos. La política de progreso no necesita revisiones de ningún experto.

El asunto de las mascotas, por bienintenc­ionada que sea su motivación, promete muchos lances de gloria. Los miembros del CGPJ se deben de haber quedado estupefact­os repasando esa prosa cargada de combativid­ad ecológica. Si los acusaron de machistas por dar aviso de que la chapuza del ‘sí es sí’ iba a acabar poniendo en la calle a violadores convictos, no es difícil colegir la que les va a caer por ponerse exquisitos con el dogma del animalismo. Lo menos que les pueden llamar es criminales, como a los cazadores o a los taurinos. La ocurrencia sanchista de poner a legislar a una partida de indocument­ados con acné político está convirtien­do los Códigos Penal y Civil en un verdadero delirio, un borrador para dejar por escrito toda clase de disparates jurídicos. Si no tuviese consecuenc­ias como las que ya hemos visto podría resultar hasta divertido.

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