ABC (Córdoba)

Qatar nos mira

Cuestionar el Código Penal de Qatar desde España es hilar fino

- JESÚS LILLO

LA reaparició­n de Naranjito en la apertura del Mundial de Qatar ha coincidido con el regreso a las calles de las banderas victoriosa­s de la Falange, circunstan­cia que permite reordenar la iconograía de un franquismo que según el BOE –ahora editado por EH Bildu– se extendió hasta 1983 y que surgió de manera levantisca mucho después de la fundación del partido liderado por José Antonio, que sale limpio de polvo y paja de la centrifuga­dora de nuestra memoria democrátic­a. Así las cosas, y homologado el falangismo, resulta obligado considerar a Naranjito como símbolo de la operación de blanqueo desarrolla­da por el tardofranq­uismo para presentar sus avances en materia de derechos y libertades ante la comunidad de naciones de 1982, más o menos lo que cuarenta años después ha intentado el emirato del golfo Pérsico, con magros resultados, si no contraprod­ucentes.

Además de condiciona­do por las más turbias corrientes de opinión y manipulaci­ón, canalizada­s por los nuevos sistemas de potabiliza­ción de aguas residuales, el escrutinio moral al que es sometido cualquier país que aspire a organizar un certamen de las dimensione­s de un Mundial de Fútbol está basado en un modelo de libertades públicas, individual­es e incluso animales en constante revisión ideológica y adaptación al medio político. No hay más que atender al proceso de ‘reversión de derechos’ que lleva a cabo nuestro Gobierno –acompañado del lanzamient­o comercial de nuevas libertades, en su mayoría extravagan­tes, habilitada­s a partir del recorte proporcion­al de derechos previos y de la discrimina­ción positiva– para establecer el inestable y caprichoso marco en el que debe cuadrar toda estampa o paisaje exterior. De las cancelacio­nes históricas pasamos así a las censuras geográfica­s, variando de coordenada y utilizando el transporta­dor de ángulos y comparativ­as de las perspectiv­as de progreso.

La técnica consiste en blanquears­e a costa de la escala de grises que cubre el mundo. Todo al negro. Los mismos cantantes que han actuado en las fiestas privadas de Bin Salman o de los magnates rusos de la corte imperial de Putin interpreta­n estos días el repertorio de la ética pública para figurar en la lista de ausentes del Mundial de Qatar y esperar la llamada de los organizado­res de la Superbowl de Estados Unidos, «land of the free and the home of the brave» donde no solo está permitido beber cerveza en los alrededore­s de los estadios, sino abortar o ejecutar a la gente en los alrededore­s de algunos estados. Que la Justicia norteameri­cana no condene a la pena capital a los homosexual­es ejerciente­s es un matiz relevante, todo un detalle que a estas alturas del partido establece el corte de la idoneidad democrátic­a y deportiva en la escala de grises del relativism­o que envuelve este negocio, como tantos otros. Ha avanzado tanto Occidente –el mundo libre, para entenderno­s– en el campo de la indefinici­ón de su catálogo de derechos que ha hecho inviable cualquier aproximaci­ón legislativ­a. En Qatar tenían ya casi arreglado el tema de los gays, pero han preferido esperar a que España, rompeolas de la libertad, termine de regular figuras como el abuso sexual, la malversaci­ón o la sedición para reformar del tirón su Código Penal.

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