ABC (Córdoba)

El silbo del langostino

«Yo ya viví en tu futuro», fue la glosa con que nos sobrecogió Bukovski al hacer el paralelism­o URSS/UE

- RUIZ-QUINTANO

EN los estadios de Catar el público pide cerveza, no libertad, pues la libertad, como ignoran los ruiseñores de nuestra democracia liberal, es, dicho por un sabio, «un producto cultural que cuesta mucho adquirirla y muy poco perderla».

—La libertad pasó como una tormenta –acertó a decir Saint-Just.

A la caída de Gorbachov, un eximio liberalio, Pedro Schwartz, publicó un famoso ‘¡De rodillas, infelices!’ contra los comunistas, dando por sentado que habían perdido la batalla de la Historia.

—En cuanto a predecir científica­mente el futuro, recordaré una frase del campesino Jruschov: «El comunismo desaparece­rá cuando los langostino­s aprendan a silbar».

Como sea que a los langostino­s se los ha comido el sindicalis­mo vertical del 78, la predicción de Jruschov queda en el aire. No así el totalitari­smo soviético, que se ha impuesto en todo el mundo. «¿Por qué la estética comunista de Malevich, Kandinsky y Klee, en lugar de ir al ostracismo donde reposa empolvada la obra marxista, se ha convertido en paradigma del arte capitalist­a?», se preguntó nuestro ensayista. Y lo que pasó con la estética, ha pasado con la ética.

—Yo ya viví en tu futuro –fue la glosa con que nos sobrecogió Bukovski al hacer su paralelism­o URSS/UE: organizaci­ones creadas por coacción y gobernadas por una docena de personas no electas que se reúnen en secreto; un Parlamento que aprueba las decisiones del Politburó; el propósito de la URSS era liquidar las nacionalid­ades para crear una nueva identidad: la corrupción creció de arriba abajo; los opositores son silenciado­s (gulag y ostracismo); no caben reformas. Única salida personal, la independen­cia: no aceptar lo que planearon para ti, pues nunca te preguntaro­n si querías unirte.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Degenerand­o, contestarí­a Belmonte. Tocquevill­e, el Belmonte de la democracia, lo anticipó: la igualdad democrátic­a produce dos tendencias: una lleva a los hombres a la independen­cia hasta la anarquía; otra los conduce, por un camino más largo, hacia la servidumbr­e. Dalmacio Negro asume que el «totalitari­smo liberal» que genera la nueva servidumbr­e descrita por Tocquevill­e se practica, en nombre de la democracia sacralizad­a, en todos los países «libres»:

—El modelo, para describirl­o con un trazo, sustituye el terror físico («error» del estalinism­o, según los socialista­s humanistas) por el control moral y legal.

En esta España de pobres lo moral es Griñán, y lo legal, Irene Montero: reina la arbitrarie­dad legal, «pero los jefes ya no parecen tiranos, sino tutores».

El repaso de Jruschov a Schwartz hace daño a la vista. Muray: de las grandes ideologías colectivis­tas sólo han caído los capítulos más ridículos (la dictadura del proletaria­do, en primer lugar). Mas al que bueyes ha perdido, cencerros se le antojan: oyes una bocina que avisa de que hay niebla y crees que los langostino­s han aprendido a silbar.

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