ABC (Córdoba)

Mejor calladito

Tenía que haber cerrado el pico. Pero lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible

- RAMÓN PALOMAR

EL frescor matutino emitía un aullido primerizo y un tanto punzante. El chavalín lucía pantalón corto de colegial uniformado y su madre le sujetaba de la mano. Mientras caminaban homenajean­do una entrañable unión maternofil­ial que se me antojó tan suave como sincera, le explicaba alguna milonga al crío. Pero a esas horas tempranera­s de hostilidad aterciopel­ada y como al ralentí, las palabras maternas le importaban un rábano al chaval y se notaba que andaba enfrascado en sus propios asuntos, en sus propios universos.

Marcaba el semáforo el color rojo que prohíbe cruzar y recorrió veloz un autobús la avenida. La criatura, justo al borde de la acera, sintió el roce de la carrocería en la punta de su naricilla. Ni se inmutó, el muchachito. Tampoco parpadeó del susto. Su madre, en cambio, sintió la cuchillada del miedo y removió su silueta en espasmo de escalofrío. Incluso yo me preocupé por esa peligrosa cercanía entre el motor de un mastodonte mecánico y el proyecto de un hombrecill­o en plena construcci­ón. La madre le riñó. Que se tenía que fijar más y que no podía ser tan despistado. El chavalín la miró con ojos de pistolero farruco, al fin y al cabo él no había bajado de la frontera de la acera y por eso mantenía con precoz firmeza que la legalidad caía de su lado. Pero la madre insistía advirtiénd­ole de los disgustos que la calle puede ofrecer. Dudé unos segundos. «No digas nada, no digas nada», me repetía. «Calladito estás más guapo», me repetía de nuevo. Pero no logré callarme. Desde el estómago, aunque traté de impedirlo, emergió el jodido abuelo Cebolleta que no quiero ser, que detesto ser. Intenté sellar los labios, pero fue en vano. «Tu madre tiene razón», mascullé mirándole con afecto. La madre me sonrió agradecien­do la ayuda prestada. El crío, por contra, me fusiló desde sus pupilas. Sé que se ha quedado con mi cara y que me odiará el resto de su vida. Escapé al galope de aquel trance. Tenía que haber cerrado el pico. Pero lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.

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