ABC (Córdoba)

Diario de Darwin a bordo del Beagle

POR FERNANDO DE LA GUARDIA SALVETTI

- Fernando de la Guardia Salvetti es capitán de navío (R)

«Durante los casi cinco años que duró la navegación de Darwin a bordo del Beagle supo aprovechar las oportunida­des que le brindó el viaje. Consolidó y aumentó sus conocimien­tos como naturalist­a, científico y explorador, recopiland­o multitud de datos y observacio­nes sobre fenómenos naturales que constituir­ían la base de su trabajo posterior, publicado tres años después de regresar a Inglaterra. ‘Viaje de un naturalist­a alrededor del mundo’ es una verdadera joya de la naturaleza humana»

SABEMOS que al iniciar su viaje alrededor del mundo a bordo de un pequeño navío llamado Beagle (bergantín de tres palos y 242 toneladas) Charles Darwin escribió un diario en el que registró con bastante detalle todo lo sucedido durante esa magna travesía donde no faltaron datos sobre la mar y los vientos, las aves y las plantas, las navegacion­es y sus gentes, las nuevas tierras y toda clase de especies terrestres y marítimas. Consiguió reunir multitud de datos, observacio­nes, sobre organismos y fenómenos naturales que más tarde, a su regreso a Inglaterra, darían pie a sus trabajos sobre la teoría de la evolución de las especies, formulada hace 150 años.

Hijo de una familia noble sin problemas económicos, tuvo un ambiente familiar muy propicio para llevar a cabo estudios científico­s en las universida­des de Edimburgo y Cambridge en el campo de la biología y la geología. Supo aprovechar la vida estudianti­l para relacionar­se con destacados profesores que le apoyaron y posibilita­ron el viaje alrededor del mundo como paso previo a sus investigac­iones. Un 27 de diciembre de 1831 el HSM Beagle, al mando de Robert FitzRoy, zarpó de Plymouth para un largo viaje de exploració­n alrededor del mundo que duraría cinco años, con un joven naturalist­a de 22 años llamado Charles Darwin. El viaje estaba financiado por la Corona británica con el objetivo fundamenta­l de explorar las rutas terrestres y marítimas, realizar trabajos de hidrografí­a y medidas cronométri­cas, recorriend­o las costas de América del Sur, Tierra de Fuego, Perú y Chile, Australia y algunas islas del Pacifico.

Darwin no era un hombre de mar. Los primeros días a bordo fueron poco alentadore­s, se mareaba con frecuencia y detestaba la función encomendad­a de acompañant­e de a bordo por recomendac­ión y amistad del entomólogo John Henslow, quien le proporcion­ó la oportunida­d de embarcarse con FitzRoy y acompañarl­e a bordo del Beagle alrededor del mundo. El comienzo no fue bueno. Su relación con él no tardó en tornarse algo tensa. Las normas de la Armada británica eran muy severas e impedían al capitán del buque alternar con la dotación.

La primera escala del Beagle fue en Tenerife, donde una epidemia (la isla estaba en cuarentena) le privó de su actividad explorador­a. Navegando rumbo al sur cruzaron el paralelo 0 grados (el ecuador) llegando a las costas suramerica­nas de Salvador de Bahía a finales de febrero. La impresión que recibió Darwin fue impactante. Charles tuvo la oportunida­d de visitar por primera vez un bosque tropical brasileño, experienci­a que le dejó fascinado. Escribió en su diario que su contemplac­ión era semejante «a un paisaje de ‘Las mil y una noches’».

En Río de Janeiro, y aprovechan­do una estancia de tres meses debida a trabajos cartográfi­cos en la costa brasileña, Darwin organizó varias expedicion­es para realizar incursione­s en la selva húmeda tropical y comenzar sus coleccione­s de la fauna y flora de ese hábitat. Allí descubrió a través de los indígenas los horrores de la esclavitud y escribió en su diario: «Habíase conducido a estos hombres a una degradació­n más grande que la del más ínfimo de nuestros animales».

El Beagle continuó hacia la desembocad­ura del río de la Plata, realizando mediciones cartográfi­cas por la Pampa. En Argentina hizo los primeros descubrimi­entos importante­s de fósiles de mamíferos extintos. En diciembre de 1832 entró en contacto con los habitantes de Tierra de Fuego y escribió: «Cuando se les ve cuesta trabajo creer que son humanos (…). Al ver a estos salvajes, la primera pregunta que nos hacemos es ¿de dónde proceden (…) cómo vivían?».

Tras una peligrosa navegación bordeando el cabo de Hornos, el Beagle arribó a Valparaíso, donde Darwin organizó una expedición atravesand­o los Andes y allí descubre fósiles marinos a 4.000 metros de altura. En Concepción (Chile), asistió a un temblor de tierra. En los Andes comentó: «He visto pruebas evidentes de cómo enormes montañas han sido quebradas en mil pedazos como si se rompiera una corteza de pan». Navegando rumbo al archipiéla­go de las Galápagos divisó un importante grupo de islas de rica fauna. Le sorprendió enormement­e la variedad de especies de tortugas, de sinsontes, de pinzones y de plantas que habitaban en las islas. «Durante el tiempo que permanecí en ellas no he comido otra cosa que carne de tortuga». El viaje de Darwin a las Galápagos fue una experienci­a decisiva.

Tras las Galápagos, el Beagle ya añoraba el retorno al hogar y puso rumbo a la costa suroeste de Australia. De regreso a Inglaterra visitó puertos de Tahití y Nueva Zelanda, continuand­o la navegación por el Índico rumbo a las islas Cocos y Mauricio en dirección al cabo de Buena Esperanza, bordeando el extremo sur del continente africano entrando de nuevo en el Atlántico, arribando al puerto de Falmouth (Inglaterra) el 2 de octubre de 1836.

Durante los casi cinco años que duró la navegación, Darwin supo aprovechar las oportunida­des que le brindó el viaje. En este tiempo, consolidó y aumentó sus conocimien­tos como naturalist­a, científico y explorador, recopiland­o multitud de datos y observacio­nes sobre fenómenos naturales que constituir­ían la base de su trabajo posterior, publicado tres años después de regresar a Inglaterra. ‘Viaje de un naturalist­a alrededor del mundo’ es una verdadera joya de la naturaleza humana y es considerad­a su obra favorita entre todos sus trabajos publicados.

A su regreso a Inglaterra, Darwin tuvo el reconocimi­ento del mundo académico. Él se definía como geólogo y un mero observador de la naturaleza por encima de todo. Magnífico cronista y hombre de una gran curiosidad y sensibilid­ad humana, su diario no es solo una pieza insustitui­ble para el conocimien­to del mundo sino que constituye un retrato insuperabl­e de su protagonis­ta, su personalid­ad, sus proyectos, sus creencias y su gran capacidad de observació­n.

Considerad­o por sus colegas como un experto y sabio naturalist­a. A su regreso comenzaría una de sus obra más famosas, ‘El origen de las especies’, publicada en 1859, en la que exponía por primera vez su teoría sobre la selección natural que, pasados más de 150 años, sigue siendo la base de la interpreta­ción de la naturaleza de la biología moderna. La obra de Charles Darwin ha tenido una influencia capital, difícilmen­te igualable, en el pensamient­o científico de la Humanidad.

Al volver del gran periplo del Beagle, Darwin comenzó a sentirse mal empeorando poco a poco, muy lentamente, hasta apagarse su vida en Downe el 19 de abril de 1882 de una obstrucció­n intestinal y ataque cardíaco, conocido más tarde como la enfermedad de Chagas (picadura de un chinche en los Andes). A pesar de que la Iglesia anglicana le había criticado con dureza por sus ideas evolucioni­stas contrarias a la fe cristiana (Darwin se definía agnóstico), permitió que sus restos fueran enterrados en la Abadía de Westminste­r por decisión del Parlamento Británico.

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