ABC (Córdoba)

Pablo de Céspedes Un humanista cordobés bajo el influjo de Roma

▶El Museo de Bellas Artes restaura una Anunciació­n suya y la Catedral recupera la Capilla de la Antigua ▶Nacido en Córdoba sobre 1500, bajo el reinado de Carlos I, era sobrino de un racionero del templo principal

- FÉLIX RUIZ CARDADOR CÓRDOBA // ABC

POCOS personajes surgieron en el Renacimien­to español más polifacéti­cos y singulares que Pablo de Céspedes, uno de esos humanistas todoterren­o tan típicos del periodo que lo mismo pintaba un fresco en Roma, que un retablo para la Catedral de Córdoba o escribía versos y tratados. Su figura, aunque reconocida ya en su época, ha vivido siempre entre ciertas brumas de tal modo que su verdadera dimensión se ha conocido en el periodo contemporá­neo con los hallazgos de sus escritos. Nacido en Córdoba a mediados de 1500, bajo el reinado de Carlos I, era sobrino de un racionero de la Catedral, del que acabaría heredando el cargo y un personaje de personalid­ad curiosísim­a, que según queda en su anecdotari­o se ausentaba de los oficios religiosos propios de su cargo para irse a ver las corridas de toros en la céntrica Plaza de la Corredera.

En Córdoba, ciudad en la que murió tras regresar de sus estancias romanas y sevillanas, una calle lo recuerda y su nombre surge cada cierto tiempo para que no se olvide su peculiarid­ad. Ahora lo hace por doble partida, en el Bellas Artes con la restauraci­ón de una Anunciació­n que se le atribuye y en la Mezquita-Catedral con el proyecto de recuperaci­ón de la Capilla de la Virgen de la Antigua, cuyo retablo realizó Céspedes en el arranque del siglo XVII.

Tratados

Sobre la vida de este artista ya dejaron testimonio en sus tratados y cuadernos los pioneros de la Historia del Arte español, como fue el caso de Francisco Pacheco. suegro de Diego Velázquez, y el también cordobés Juan de Alfaro, cercano a ese mismo entorno velazqueño. Ahí se fija el hecho de que nació en Córdoba, aunque se duda

Un sabio enciclopéd­ico en tiempos de cambio

Pablo de Céspedes fue coetáneo de un amplio grupo de intelectua­les que influyeron de forma decisiva durante el reinado de Felipe II y que supusieron un tránsito en la forma de vivir las artes desde el siglo XVI hasta el siglo XVII. Muy marcados por las tesis de la Compañía de Jesús y las ideas de la contrarefo­rma, vivieron una etapa en la que se pasó desde la figura del intelectua­l fértil en variadas disciplina­s a una especializ­ación que va a fructifica­r en pintores como Pacheco, en teóricos de la lengua como Bernardo de Alderete o en poetas como Luis de Góngora. Debido a su amplia cultura, de Pablo de Céspedes se ha dicho que es la culminació­n de ese encicloped­ismo español y la base de la que nacen muchos de esos conocimien­tos especializ­ados sobre los que se rabajará en las centurias siguientes. Su extensa y prólija obra también tiene un fuerte componente manierista, que evoluciona desde la confianza de la época de creación del Renacimien­to hacia una crisis colectiva existencia­l. de si lo hizo en 1538 o en 1548, según explicaba ya el historiado­r Jesús Rubio Lapaz en la canónica tesis doctoral que dedicó a Céspedes y su círculo a finales de los años 80 del pasado siglo.

Lo que también se explica en todos los estudios es que muy joven se marchó a Alcalá de Henares, el núcleo intelectua­l español más poderoso de su tiempo, y que fue allí donde nació su espíritu humanista. Poco después llegaría un momento aún más decisivo en su trayectori­a: su estancia en Roma durante más de cinco años. Según cuentan algunos autores, partió hacia la capital italiana para huir del Santo Oficio, algo de lo que no existen pruebas documental­es y que hoy parece más cerca de la leyenda que de la realidad.

Tendencias

Lo obvio en cualquier caso es que allí realizó diversos trabajos y aprendió bajo tendencias que fluctuaban entre el erasmismo y el amor por lo clásico. Pablo de Céspedes cultivó allí, en la Ciudad Eterna, un valioso círculo de amistades, en el que se incluían grandes anticuario­s y coleccioni­stas de la época que le permitiero­n el acceso a sus coleccione­s y que se habían movido previament­e en el entorno de Miguel Ángel Buenarroti. Tuvo también relación con el artista Federico Zuccari, con el que colaboró en diversas obras para el Vaticano, o con el pintor manierista César Arbasia, que acabaría viajando a España junto a Céspedes. En el artista cordobés se despertó también este periodo el amor por la historia y la arqueologí­a, con intereses en los el legado romano clásico pero también en los restos de los primeros cristianos que iban apareciend­o.

El regreso a España de Céspedes se produjo en torno 1575 y en 1577 ya estaba instalado en Córdoba como racionero de la Catedral. Aunque quedaría ligado ya hasta el final de sus días con la ciudad, realizó en los años siguientes un nuevo viaje a Roma en representa­ción del Cabildo y pasó temporadas importante­s en Sevilla, donde también realizó diversos encargos hasta que en 1603 se quedase de forma definitiva en Córdoba

Su obra pictórica, la más conocida de su labor artística, quedó recogida entre Italia, Sevilla y Córdoba sobre todo

Transgreso­r

Tenía una fuerte personalid­ad, que le causó diversas sanciones por salir a los toros en las horas de oficio

por sus problemas de salud, ya que la gota le impedía viajar y también pintar. Otras ciudades a las que se supone que visitó en ese cambio de siglo, y antes de esas afecciones, fueron El Escorial, Talavera de la Reina o Guadalupe, por lo que se supone que pudo conocer allí a los artistas que trabajaban en ellas en ese momento de intensa ebullición imperial. Una vez quedó incapacita­do para la pintura y los viajes, Pablo de Céspedes intensific­ó su obra escrita, con una correspond­encia en la que plasma sus ideas y reflexione­s.

En cuanto a su obra pictórica, la más conocida de su labor, quedó repartida fundamenta­lmente entre Italia, Sevilla y Córdoba. Su primera obra que se conserva son los fantástico­s frescos de la iglesia romana de Santa Trinidad del Monte, en los que trabajó mano a mano con su amigo Césare Albasia.

De este periodo italiano también se sabe que realizó frescos en villas y una escultura de Séneca. Ya ubicado en Córdoba, intensific­ó su relación con el cronista Ambrosio de Morales y dejó obras pictóricas de tema religioso tanto en la Catedral cordobesa como en la de Sevilla y el monasterio de Guadalalup­e, además de otras obras y dibujos que hoy guardan el Museo de Bellas Artes de Córdoba, la Real Academia de San Fernando o el Museo del Prado.

Dominio de lenguas

Sabio en idiomas, sus textos en prosa y verso sobre pintura, aunque se conozcan de forma fragmentar­ia, se siguen reeditando y despiertan el interés de los estudiosos. A todas esas virtudes se une como se decía al inicio su fuerte personalid­ad, que le causó diversas sanciones por no acudir a los ensayos del coro, por salir a pasear o a los toros en horas de oficio y por prescindir a menudo del hábito religioso.

De su peculiarid­ad da cuenta de que en una ocasión le dijo a los Jesuitas que los tres personajes fundamenta­les a lo largo del siglo XVI habían sido para él la reina de Inglaterra Isabel I, San Ignacio de Loyola… y el corsario Barbarroja. No extraña que José Agustín Ceán Bermúdez, ya en el siglo XIX, calificase a este autor «como el artista más sabio y erudito que ha tenido España».

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EL LEGADO DEL ARTISTA En la imagen principal, bóveda de los Evangelist­as de la Capilla Bonfili de la Iglesia de Santa Trinidad del Monte de Roma; a la derecha, la Sagrada Cena de Céspedes de la Mezquita-Catedral; abajo, retrato de Céspedes, de Franscisco Pacheco.
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Aportación

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