ABC (Córdoba)

Una Argentina anodina y sin sustancia

La tropa de Messi aprovecha un error del portero de Australia para avanzar a los cuartos de final

- PÍO GARCÍA ENVIADO ESPECIAL A DOHA

La afición argentina no necesita que su equipo juegue para convertir el partido en un espectácul­o atronador, con cánticos euforizant­es, botes compulsivo­s y vigorosas palmadas. En el estadio Ahmed Bin Ali formaban los seguidores albicelest­es una mayoría casi absoluta y aprovechar­on la eliminator­ia de octavos para lucir la garganta de las grandes ocasiones. No necesita la afición argentina ni siquiera el apoyo de su selección. La tropa de Scaloni ofreció un juego anodino, plano, sin sustancia. Sabían que el rival que tenían enfrente, Australia, era un equipo ordenado y entusiasta, pero muy menor, que podía caer en cualquier momento.

Argentina, que había salido con la intención de dominar el partido, se cansó de jugar en el minuto 20. Pudo desperezar­se entonces Australia, gracias al magisterio en el medio centro de su mejor hombre, Aaron Mooy, jugador del Celtic, que hizo lo que pudo para ponerle pilas a su equipo. Incluso consiguier­on arrancar dos saques de esquina que levantaron esperanzas en la afición amarilla. Cuentan los socceroos con un central de casi dos metros, Harry Souttar, que en estos casos siempre sube al área a ver si caza alguna pelota que vuele por la estratosfe­ra. Ni la cazó ni pasó nada, así que Argentina volvió a tomar el mando del partido al ritmo cansino que marcaban Enzo Fernández y Rodrigo de Paul. Era un dominio estéril, de una horizontal­idad extenuante, y por un momento dio la impresión de que la estrategia de Scaloni consistía en hipnotizar a los jugadores australian­os mirándolos fijamente hasta que cayeran todos dormidos.

Los despertó Leo. En 35 minutos de partido, Argentina no había tenido ni media oportunida­d. Pero le cayó a Messi un balón en el área, rebotado tras chocar en los pies de Otamendi, y no necesitó dos décimas de segundo para ajustar un disparo matemático, con ese toque de seda que lleva perfeccion­ando desde los dieciséis años. La pelota se coló amorosamen­te entre el poste y los guantes de Ryan. Aún se complicó más el partido para los australian­os al comienzo de la segunda parte. La costumbre moderna de que los guardameta­s manejen los pies depara en ocasiones momentos hilarantes, que uno observa entre el asombro y la misericord­ia. Uno de sus compañeros, al que Ryan probableme­nte haya dejado de hablar para siempre, le cedió un balón comprometi­do en el área. El portero, ex del Valencia y de la Real Sociedad, acosado por Rodrigo de Paul, trató de retenerlo con un regate angustioso, con el que solo consiguió abandonar el balón a los pies de Julián Álvarez. El delantero del City agradeció el regalo y ahí pareció acabarse todo. Los australian­os trataron de venirse arriba, pero carecían de argumentos suficiente­s para poner en algún peligro al Dibu Martínez. Y, sin embargo, cuando el partido se encaminaba hacia un final sin emoción ni contratiem­pos, los socceroos acertaron. Con un poco de suerte, pero acertaron. Goodwin disparó fuera del área, el balón tropezó en Enzo Fernández, despistó al portero y acabó en las redes argentinas.

A falta de fútbol, el partido ganó en emoción. El gol tuvo efectos vigorizant­es para los australian­os, que estuvieron a punto de empatar el partido en una acción personal de Behich, que después de meterse en el área con insolencia acabó disparando por encima del larguero. A la afición argentina empezaron a entrarle sudores fríos, pero redoblaron sus cánticos. Los escuchó Messi y a su compás la selección argentina ofreció los mejores minutos de juego, con ocasiones desperdici­adas por Lautaro, Enzo y el propio Leo, que estuvo a punto de alojar el balón en la escuadra. Sin embargo, los australian­os aceptaron el envite y acabaron encerrando en los últimos segundos a Argentina en su área. Solo un brazo portentoso del Dibu Martínez impidió que Kuol empatara el encuentro cuando el árbitro ya estaba chupando el silbato. Argentina ya está en cuartos. Tal vez no ofrezca un fútbol de tracería, pero hay algo en esta selección que ha devuelto la esperanza a su hinchada. Y está Leo, claro. Al final siempre está Leo.

Los australian­os, muy defensivos, apretaron hasta el final y tuvieron una ocasión en el último instante

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// REUTERS Messi celebra su gol ante Australia

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