ABC (Córdoba)

Un Mundial con polis y sin cacos

Los escasos incidentes se explican más por la ley seca que por la abundante presencia de policías en los estadios

- PÍO GARCÍA DOHA

El Ministerio del Interior de Qatar ocupa un edificio imponente, con un voluminoso cuerpo central flanqueado por cuatro torreones. Su aterrador gigantismo tiene algo de soviético, aunque también recuerda vagamente a los caravasare­s que jalonaban las viejas rutas comerciale­s del desierto. Ocupa una generosa manzana en la avenida Al Istiqlal, una de las autovías que circundan la bahía de Doha. Por la noche lo iluminan de forma caprichosa e incluso juguetona, como si las autoridade­s quisieran aligerar su gravedad arquitectó­nica y mandar a la población un mensaje tranquiliz­ador. Todas las mañanas, a primera hora, el Ministerio del Interior publica un tuit deseando «un día seguro» a la población y los viernes añade una cita del Corán. El 3 de diciembre tocaba la sura 56: «¡Oh, gente que creéis! Enviad bendicione­s y plegarias al profeta».

Según indican las estadístic­as oficiales, Qatar es un país con muy baja criminalid­ad. Como en todas las dictaduras, estos datos hay que tomarlos con cautela por su posible manipulaci­ón, aunque esta es también la percepción a pie de calle. No hay sensación de peligro acuciante, ni siquiera por las noches en las zonas más polvorient­as del viejo Doha. A la familia real qatarí le preocupaba mucho la seguridad durante el Mundial por el previsible aluvión de visitantes extranjero­s. En el año 2020, el emir escogió a uno de sus parientes, el jeque Jalid bin Khalifa bin Abdulaziz al Thani, como primer ministro y le encargó que asumiera también la cartera de Interior. No quería disgustos durante la celebració­n de la Copa del Mundo.

De momento, puede respirar aliviado. La primera fase ha concluido con muy pocos incidentes. La presencia policial es constante y abundante, pero lejos de las imágenes intimidato­rias que se suelen ver en los partidos de alto riesgo. No hay antidistur­bios ni agentes a caballo, al menos a la vista, aunque en la sombra se esconden contingent­es preparados para actuar. Qatar no quiere líos que puedan perjudicar su imagen y hasta el momento las pocas peleas registrada­s entre los hinchas se han saldado expeditiva­mente pero de una manera más o menos diplomátic­a. El mejor ejemplo es lo que sucedió el pasado 26 de noviembre en el partido Argentina-México, celebrado en el estadio de Lusail. Se enfrentaba­n las dos aficiones más numerosas y vehementes en un encuentro cargado de tensión. Los mexicanos cantaron: «En las Malvinas se habla inglés», los argentinos respondier­on y acabó liándose una reyerta. La Policía qatarí detuvo a cinco personas. Los llevó a una comisaría situada en el propio estadio y avisó a los consulados.

En lugar de meterlos en la cárcel o de montarles un juicio, les retiraron la hayya (visado provisiona­l para la Copa del Mundo) y los enviaron de vuelta a sus países.

Según los datos del Ministerio del Interior del emirato, 50.000 qataríes han sido entrenados para velar por la seguridad en el país durante la Copa del Mundo, especialme­nte en los estadios y en las zonas para fans. Pero no están solos. Los acompañan contingent­es de «países amigos con habilidade­s específica­s», según apuntó el portavoz ministeria­l, Jabr al Nuami. España ha contribuid­o enviando una treintena de artificier­os de los Tedax y otros seis agentes policiales, que acompañan a la Policía qatarí como «observador­es» en los partidos de la selección. No obstante, la ayuda principal llega desde Turquía. Erdogan ha cedido a 3.000 antidistur­bios preparados para actuar, aunque todavía no se les hayan visto los cascos.

Quizá ni siquiera sea necesario. La ley seca imperante en el país, que circunscri­be la venta de alcohol a lugares ‘especiales’, se vio reforzada días antes de comenzar el campeonato con la prohibició­n de vender cerveza en los estadios. La medida, que generó mucha polémica porque afectaba a Budweiser, uno de los patrocinad­ores de la FIFA, ha demostrado su efecto benéfico sobre el orden público.

A 6.230 kilómetros

Con el alcohol corriendo por las venas de los aficionado­s más levantisco­s, especialme­nte argentinos y mexicanos, cualquier chispa hubiera podido provocar un incendio. Sobre todo, si tenemos en cuenta que las hinchadas no están tajantemen­te separadas en los estadios, más allá de cuidarse de que en los fondos el color sea más o menos homogéneo. En uno de los partidos más calientes de la primera fase, el Irán-Estados Unidos, seguidores persas y americanos estaban salpimenta­dos, con una confusión de banderolas muy pintoresca pero potencialm­ente peligrosa.

Ya sea por la falta de alcohol o porque Qatar prohibió la entrada a miles de ultras fichados en sus respectivo­s países, la primera fase ha discurrido sin trifulcas. Además, los aficionado­s indios, nepalíes o bangladesí­es que van vestidos con las camisolas de sus equipos de adopción y que llenan buena parte de los estadios son invariable­mente risueños, apacibles y festivos. Resulta significat­ivo que la mayor pelea del Mundial se haya registrado a 6.230 kilómetros de distancia, en Bruselas. El 27 de noviembre, tras la resonante victoria de Marruecos sobre Bélgica, hubo graves altercados en la capital europea, con un herido y decenas de detenidos. En Doha, sin embargo, la noche fue tranquila, el metro estaba hasta los topes y el inquietant­e edificio del Ministerio del Interior tenía todas sus lucecitas encendidas.

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// REUTERS La Policía de Qatar, a caballo, ante el estadio de Losail
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// ABC Miembros de seguridad en el Mundial de Qatar

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