Luces y sombras
En España, los Jímenez de Puente Genil ponen las primeras, y Sánchez, de Madrid, las segundas
Hágase la luz en Córdoba, dijo Dios hace 77 años. Y nació Iluminaciones Jiménez, en Puente Genil, que hoy ilumina todo el mundo. Dios no pretendía tanto. El viernes se encendió el alumbrado Jiménez en Córdoba. Y miraban con envidia las estrellas. Por un momento, pareció que sobre el suelo de la calle Cruz Conde cayera en cascada la cabellera de oro de la dulce Rapunzel. Un rato después de iniciado el milagro se produjo un apagón, que afectó al espectáculo y a otras zonas de Córdoba. Me han dicho que algunos vigorosos pensadores aprovecharon la poesía para hacer crítica política. Igual que si el exaltado feminismo monteril se propusiera redimir a la princesa cortándole la melena interminable en una sesión del Congreso de los Diputados. Eso tampoco sería original, porque ya lo habían previsto los Hermanos Grimm. La decepción duró poco. El resentimiento permanece. El gran Hölderlin, que también era alemán y contemporáneo de los hermanos cuentistas, escribió, pensando en Iluminaciones Jiménez: «Para qué poetas en tiempos tan mezquinos».
El director de Ximenez Group, nombre más duro que el tierno Iluminaciones Jiménez, ha contado que su empresa tiene un proyecto novedoso de iluminación decorativa, que por un lado evita la contaminación lumínica, y por otro reduce el consumo energético. Además de poetas, ahorrativos. Eso les permitirá dar respuesta a lo que preguntó el escritor barcelonés Josep Pla cuando le enseñaron la deslumbrante iluminación de la Gran Manzana neoyorquina: «Y todo esto, ¿quién lo paga?» Hay que añadir, por si parece poco, que para la fabricación se emplearán materiales reciclables y biodegradables, como botellas de plástico del fondo del mar y huesos de aceituna. Conviene no hacerse ilusiones. Lo que funciona para las bombillas de la calle no funciona para las bombillas de la cabeza. Eso que nos anuncia el jefe Mariano Jiménez pertenece a la moderna revolución industrial. No sé cuántas revoluciones industriales llevamos ya. Deben de ser muchas, para justificar que haya tantos escritores. La más reciente parece que consiste en mejorar la evolución de la especie humana mediante máquinas que sean más inteligentes que ella, lo que no resultará difícil. Y ya se anuncia la última y definitiva revolución, más bien cataclismo, y que al mundo le llega desde España. Tiene sus protagonistas más gloriosos entre algunos ministros del gobierno de Sánchez, con él como cabeza embistiente. Consiste en aprovechar lo que no sirve para nada para hacer daño a todo lo demás. España lleva muchos años preparándose para esta aventura: El aprovechamiento político de la estupidez, que es una forma del mal. Pablo Iglesias, tan vanidoso, para la soberbia le falta capacidad, usa con frecuencia la palabra estupidez, porque lo que más le gusta es hablar de sí mismo. En España, los Jiménez, de Puente Genil, ponen la luz, y los Sánchez, de Madrid, ponen las sombras. Los Jiménez son la prueba de que lo que queda, al final es la obra bien hecha y no la campaña de publicidad sobre su autor.