ABC (Córdoba)

Madre y pilingui

La solución la tiene la secretaria de Estado de Igualdad: violadores, dejen de violar. Cómo no se nos había ocurrido antes

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POR la pretensión, qué ingenuidad, de abolir la prostituci­ón, leo el domingo en ABC: «Soy mujer, tengo 41 años y estudios. La ley que quieren sacar me infantiliz­a: mi consentimi­ento es igual de válido que el de cualquier mujer». El consentimi­ento. La joya de la corona. Las putas se quejan en el reportaje de Elena Calvo de que los planes para acabar con la prostituci­ón las llevarán a la clandestin­idad. «Quieren acabar con las mafias y lo que hacen es empujarnos a ellas, porque si la persona que a mí me alquila el espacio… es declarada como proxeneta ya no me lo alquilará y tendré que irme a sitios clandestin­os». Grecia tiene una ley desde 1999 y la misma trata de mujeres y niñas. Se advierte de lo pernicioso de las leyes y, salvo con la Selectivid­ad tipo test, no se recula. Luego vendrán las madres mías, sólo que las putas importarán menos.

Esto de abolir la prostituci­ón es como lo de Ángela Rodríguez Pam, secretaria de Estado de Igualdad, que, con el goteo de rebajas de penas y excarcelac­iones de delincuent­es sexuales, tiene la solución: «El mensaje que tenemos que lanzar como institucio­nes a la sociedad es: violadores, dejen de violar». Cómo no se nos había ocurrido antes. Pero les parece mal que institucio­nes como la Xunta alerten de los peligros. Aunque las que hemos tenido madre no necesitamo­s nunca institucio­nes para gastar cuidado. Vale, una madre es la mayor institució­n.

Una madre (y puta) se ha colocado la primera entre las mejores películas de todos los tiempos de ‘Sight and Sound’. Diez años esperando la lista y pensando que era la hora de ‘El padrino’ y, zas, ‘Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles’ (1976), de Chantal Akerman. La mejor no sé, pero la de título más largo, quizá. Una viuda con un hijo que cuando el muchacho está en el instituto se prostituye en su casa para ganarse la vida. ‘The New York Times’ la calificó como «la primera obra maestra de lo femenino en la historia del cine». La rutina casi maquinal de una mujer donde no me queda muy claro si lo peor es ser puta o ser madre.

Hay una repetición en las labores del hogar, en las de madre y en las de prostituta. Coge al hijo el abrigo de la misma manera que a los clientes. Un poco de ‘Atrapado en el tiempo’ muchos años antes de que nos familiariz­áramos con la marmota que predice el tiempo porque aquí, como cosa arcaica, teníamos las cabañuelas. Hipnotiza Delphnie Seryrig como Jeanne Dielman durante tres días. Como la mujer en su laberinto, que no es otra cosa que su hogar, su pequeño espacio carcelario, donde la pérdida de un botón parece una tragedia. Y cómo se frota en la bañera después de cada cliente.

Es una película que gustará a nuestras atolondrad­as legislador­as porque lo de la prostituci­ón no sale bien. Prefiero ‘Cantando bajo la lluvia’, que está en el décimo lugar. Señor, dame paciencia.

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