ABC (Córdoba)

Los penaltis condenan a España al fracaso

▶Reñido y mediocre partido de octavos, que la selección dominó para nada ante Marruecos y que tiró a la basura en el cara o cruz final: eliminada

- JOSÉ MIGUÉLEZ

La igualdad extrema se rompió en la tanda de penaltis. España no fue mejor que Marruecos, pero tampoco peor. Resultaron unos octavos reñidos, pero también mediocres. Que obligaron a estirar el reloj y a tirar a suertes para resolverlo­s. Quedarse el balón e intentarlo más no le sirvió de nada a la selección, espesa, plana, inofensiva. Quizás le valió para no pasarlo mal por atrás. Pero no para desnivelar una contienda que llegó sin desenlace hasta la prórroga. Y que se desanudó a los penaltis. Y ahí fue mejor Marruecos. Mucho. Los deberes de venir con 1.000 tirados que ordenó Luis Enrique a sus jugadores fueron en balde. Los tiraron fatal. Y terminaron Qatar en fracaso. Se acabaron los Twitch.

Si Marruecos irrumpió eufórica y crecida, gustándose de su trayecto, España lo hizo envuelta en el enigma. Tres partidos y tres versiones diferentes, contradict­orias, y, lo que es peor, descendent­es. De la cara apisonador­a del primer día pasó a la competitiv­a del segundo, para terminar mostrándos­e ingenua e incapaz en el cierre de la fase de grupos. Algo así como una moneda al aire que para su arrogante entrenador merecía hasta ayer un notable alto, si no sobresalie­nte bajo. Lo dijo en la previa, de nuevo borde, y también que el resultado, dejándose llevar por uno de los topicazos de banquillo contra los que dice combatir, le importa cero. Ayer le importaría más. La cara de su equipo se acercó más a la del peor día.

Así que la España imprevisib­le amaneció en octavos con una alineación reconocibl­e, de vuelta al primer partido, el mejor, pero con un toque ‘made in Luis Enrique’ que nunca falta. Marcos Llorente, inédito hasta la fecha, de lateral derecho. Piernas y profundida­d contra la amenaza marroquí, aunque su fuerte está en el otro costado. Y Morata otra vez al banco, el único 9, como recurso, no como plan inicial. Un lateral que no es lateral, un central que no es central, un 9 que no es 9... Regragui sí saltó con los que se esperaba, su once intimidado­r y memorizabl­e. Su 4-3-3 fue en realidad un 4-5-1.

Lo que no cambia es la pelota, que tuvo un solo dueño. Uno porque la quiere, otro porque su renuncia es expresa y maquiavéli­ca («lo importante no es tener el balón, sino saber qué hacer con él», había dejado como confesión inequívoca el técnico marroquí en la víspera). España asumió la posesión y Marruecos se buscó la vida a la defensiva y al contragolp­e. Y en realidad, ni uno ni otro supieron cómo darle jugo a sus ratos de pelota, ni el que la movía en horizontal ni el que lo hacía en vertical.

Marruecos fue un poco más en los uno contra uno (Boufal se hartó de torcer cinturas) y en los balones divididos. Y en la grada, donde escuchaba más a los suyos. También arriesgaba demasiado en la salida, tanto que presionar a Bono (se la jugó más casi que el incorregib­le Unai) fue la mejor fórmula de los de Luis Enrique para arañar ocasiones. Y algún desmarque de ruptura (Alba enviaba, Asensio recibía). Por dentro imposible. Las oportunida­des de Marruecos llegaron por errores españoles en zonas prohibidas, pérdidas o malos despejes. Nada serio. La monotonía colapsaba a España, que nunca se creyó superior a un rival que sí actuó convencido de que era menos. Aunque sin entregarse. Con igualdad y miedo, incertidum­bre en el marcador, se alcanzó el descanso.

La segunda parte insistió en el cuadro. España sin luces ni velocidad para abrir un montaje defensivo muy poblado y Marruecos sin facultades para arañar con recorridos más esporádico­s y también más largos. No había respuestas colectivas ni tampoco destellos individual­es. Rodri, majestuoso e inteligent­e atrás, y los pases de Alba era lo que más se parecía a eso. Por el adversario, los arabescos de Boufal. Nadie sufría; nadie hacía sufrir.

Así que España le llevaba la contraria a su axioma. Ni era capaz de ganar a cualquiera ni tampoco de perder contra cualquiera. La reunión pedía cambios, que alguien se animara a alterar el guion. Lo intentó Luis Enrique vencida la hora de juego con Soler y Morata. La carta del nueve. De uno que había ido creciendo en Doha a gol por partido. Regragui lo probó soltando sobre el césped a un regateador patológico, Abde, aunque retirando a su mejor jugador hasta entonces, Boufal. Más intención y mucha más iniciativa de España, pero también más impotencia. No encontraba grietas en el rival, dominaba otra vez para nada.

Hasta que salió Nico Williams, con poco tiempo por delante, y ahí sí insinuó que su desequilib­rio hacía daño. También Marruecos estiró su afamada banda derecha y el final amagó con volverse un ida y vuelta. Simulacro hasta tocar la prórroga, que tampoco corrigió el marcador, pero en la que la que más lo buscó también fue España (aunque la más clara la tuvo Cheddira y la salvó Unai; hasta que Sarabia tiró al palo en el último aliento). Los cuartos finalmente se jugaron a cara o cruz. Y los penaltis dijeron que se clasificó Marruecos. España los tiró fatal. Y la era Luis Enrique terminó en fracaso.

HUGHES

EDesastre

spaña jugó con miedo todo el partido. Marruecos esperaba los penaltis desde el principio; le dio a España el balón y con un ardor distinto se hizo fuerte en el cogollo importante del campo. Estaban al acecho, todo el espacio para ellos. El juego español empezaba en Rodri y prácticame­nte ahí se quedaba. Nulo Busquets, mal las bandas, alejadísim­o Pedri. España la tenía, claro, cómo no la iba a tener, pero había miedo en los jugadores e incapacida­d. No es que no hubiera disparos, es que no había regates. Muy poco riesgo con la pelota. Le faltaba a España un convencimi­ento total en la idea de Luis Enrique porque la presión arriba tampoco era extrema; quien mejor lo hacía era Gavi, vibrante en los duelos, pero había temor en España a la propia debilidad (los temblores de Unai) y a la propia valía en ataque. Esa desconfian­za es el trabajo inacabado de Luis Enrique o lo que no ha querido ver. Los jugadores no se fiaban de su propia entereza.

El toque suele cansar al rival con los minutos, pero los marroquíes, mediofondi­stas por tradición, lo corrieron todo. Cuando empezaron a acalambrar­se, entraron los nuevos.

Los nuestros, Williams, Fati y Morata, ya pisaban el área, pero faltaba acompañami­ento y acierto, también clase. La estructura del juego español, el toque, sirvió esta vez para que nos metiéramos en ella, incapaces de responder individual­mente. Ha sido una manta con la que tapar carencias y finalmente un caparazón. Los jugadores estaban atenazados y se atisbaba una superiorid­ad física en los marroquíes. El 'toque' quizás no tiene la culpa, nos llevó donde ya nos cuesta estar. Se acaba como en Rusia, con una clamorosa impotencia.

El juego español no de fue ataque, ni de iniciativa. Fue mero control, lleno de miedo, tenerla para que no la tuvieran, tenerla para no tener nada que hacer con ella.

Al llegar los penaltis, Marruecos ya parecía ganadora. Fue un desastre español, con los jugadores incapaces de marcar. Una desmoraliz­ación absoluta, una derrota digna del mayor dramatismo futbolero.

 ?? ?? Achraf, felicitado por sus compañeros tras marcar el penalti de la clasificac­ión
Achraf, felicitado por sus compañeros tras marcar el penalti de la clasificac­ión
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain