ABC (Córdoba)

Diego Jordano Salinas, un político de los que ya no quedan

- JOSÉ ANTONIO NIETO BALLESTERO­S José Antonio Nieto Ballestero­s es consejero de Justicia. Fue alcalde de Córdoba y presidente del PP

NOS acaba de dejar Diego Jordano, un gran abogado, un amigo leal, un padre ejemplar y un político de los que ya no había ni cuando él se dedicaba en cuerpo y alma a esta vocación. Recuerdo perfectame­nte a Diego Jordano, cuando a caballo entre los ochenta y los noventa, se hizo cargo de la entonces Alianza Popular en Córdoba. Sustituía en la presidenci­a al político que más admiró y al que siempre fue leal: Antonio Hernández-Mancha, a quien tanto le unía y a quien tan poco se parecía.

Diego era tímido, pero empático; reservado, pero muy sincero; serio, pero con un finísimo sentido del humor; honesto, pero no ingenuo y, sobre todo, era una persona con una firmeza en sus conviccion­es que aún me sorprende que hubiese podido mantenerse cuatro legislatur­as en el Congreso de los Diputados y casi una década de presidente del Partido Popular de Córdoba, con alguno de ellos compatibil­izando la Secretaría General del Partido Popular de Andalucía.

En una vida política que ya empezaba a estar dominada por la imagen y donde daban sus coletazos los primeros rasgos de populismo (nada comparable con lo de ahora, claro) a Diego Jordano, un hombre elegante también en la indumentar­ia, no le quitaba nadie su traje impecable —a lo sumo el jersey a la caja los fines de semana si iba a algún pueblo— por mucho que el director de Comunicaci­ón le dijera «que la política de hoy quiere otra cosa y tal y tal…», ¡No le cambiaban ni las gafas! Varias veces tuvo conflictos con la dirección del grupo parlamenta­rio por sostener posturas propias sobre los asuntos que defendía y siempre, siempre, escuchaba al que pensaba de otra manera, con un respeto que hoy ya parece de otro mundo.

Estudioso, analítico y buen orador, recuerdo también cómo preparaba sus intervenci­ones, cómo nos las contaba, como ensayando, a los que le acompañába­mos en el coche allí donde tuviese el acto. Nos defendía sus ideas con la misma convicción y firmeza que a la vuelta se convertía en sincera humildad cuando nos preguntaba: «¿Qué os ha parecido?, ¿me he explicado bien?, ¿creéis que se me ha entendido?...».

Diego fue un buen ejemplo para quienes empezábamo­s a conocer la política en esa fase posterior a la Transición en la que los cambios se nos caían encima. Él nos hablaba del declive y desaparici­ón de la UCD y juntos debatíamos del posterior declive del PSOE. Nos llenó de orgullo ver un gobierno, por fin, del Partido Popular y también sufrimos alguna decepción por cosas que no se pudieron hacer.

Parte de ese ejemplo que nos llevamos de Diego fue su salida de la política. Sin portazos, sin espectácul­os, sin discordias… De pronto un día se despidió de nosotros, nos dijo que siempre podíamos acudir a él si necesitába­mos algo y cruzó la calle Cruz Conde y Ronda de los Tejares y siguió siendo el mismo, el gran abogado, el amigo leal, el padre ejemplar y el político de los que ya no quedan. Descanse en paz.

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// EFE Diego Jordano, con la ministra Loyola de Palacio en 1998

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