Diego Jordano Salinas, un político de los que ya no quedan
NOS acaba de dejar Diego Jordano, un gran abogado, un amigo leal, un padre ejemplar y un político de los que ya no había ni cuando él se dedicaba en cuerpo y alma a esta vocación. Recuerdo perfectamente a Diego Jordano, cuando a caballo entre los ochenta y los noventa, se hizo cargo de la entonces Alianza Popular en Córdoba. Sustituía en la presidencia al político que más admiró y al que siempre fue leal: Antonio Hernández-Mancha, a quien tanto le unía y a quien tan poco se parecía.
Diego era tímido, pero empático; reservado, pero muy sincero; serio, pero con un finísimo sentido del humor; honesto, pero no ingenuo y, sobre todo, era una persona con una firmeza en sus convicciones que aún me sorprende que hubiese podido mantenerse cuatro legislaturas en el Congreso de los Diputados y casi una década de presidente del Partido Popular de Córdoba, con alguno de ellos compatibilizando la Secretaría General del Partido Popular de Andalucía.
En una vida política que ya empezaba a estar dominada por la imagen y donde daban sus coletazos los primeros rasgos de populismo (nada comparable con lo de ahora, claro) a Diego Jordano, un hombre elegante también en la indumentaria, no le quitaba nadie su traje impecable —a lo sumo el jersey a la caja los fines de semana si iba a algún pueblo— por mucho que el director de Comunicación le dijera «que la política de hoy quiere otra cosa y tal y tal…», ¡No le cambiaban ni las gafas! Varias veces tuvo conflictos con la dirección del grupo parlamentario por sostener posturas propias sobre los asuntos que defendía y siempre, siempre, escuchaba al que pensaba de otra manera, con un respeto que hoy ya parece de otro mundo.
Estudioso, analítico y buen orador, recuerdo también cómo preparaba sus intervenciones, cómo nos las contaba, como ensayando, a los que le acompañábamos en el coche allí donde tuviese el acto. Nos defendía sus ideas con la misma convicción y firmeza que a la vuelta se convertía en sincera humildad cuando nos preguntaba: «¿Qué os ha parecido?, ¿me he explicado bien?, ¿creéis que se me ha entendido?...».
Diego fue un buen ejemplo para quienes empezábamos a conocer la política en esa fase posterior a la Transición en la que los cambios se nos caían encima. Él nos hablaba del declive y desaparición de la UCD y juntos debatíamos del posterior declive del PSOE. Nos llenó de orgullo ver un gobierno, por fin, del Partido Popular y también sufrimos alguna decepción por cosas que no se pudieron hacer.
Parte de ese ejemplo que nos llevamos de Diego fue su salida de la política. Sin portazos, sin espectáculos, sin discordias… De pronto un día se despidió de nosotros, nos dijo que siempre podíamos acudir a él si necesitábamos algo y cruzó la calle Cruz Conde y Ronda de los Tejares y siguió siendo el mismo, el gran abogado, el amigo leal, el padre ejemplar y el político de los que ya no quedan. Descanse en paz.