Pedroche, la chica que se viste de campanada
A veces alcanza el mérito mágico de salir con un modelito, o modelazo, que no sabemos si pertenece al género de la corsetería o al género del esquí
Cristina Pedroche es, ya, una postal de Navidad, porque ha inventado el vestido de campanada. Un trapo o ingenio, ese vestido, que existe o no tanto, porque Cristina descubrió hace tiempo no la ropa sino el cuerpo, como los poetas surrealistas, o los modistos mirones. Pedroche no viste ni mucho ni poco, en la retransmisión de Nochevieja, entre otras cosas porque las campanadas, con ella, vienen a durar un par de semanas, donde se pone y se quita desnudos en Instagram, y da pistas en la tele sobre su apuesta atuendaria, como quien entorna el alegre delito de arrimarnos un año más, previo estriptis sin estriptis. Las campanadas de Pedroche no son las campanadas, naturalmente, sino esos vestidos de fantasía con el que va saliendo desnuda en medio del frío del cambio de año, pero desnuda sin enseñar nada.
Pedroche tiene cátedra en la lencería de mucho abrigo, y a veces alcanza el mérito mágico de salir con un modelito, o modelazo, que no sabemos si pertenece al género de la corsetería o al género del esquí. Tampoco hace mucha falta salir de la duda. De modo que de pronto estamos, con Pedroche, ante un cruce de capa y braga, que ya es ponerse a lograr un cruce. Eso, o desafíos mejores o peores. Pedroche viene inventado las campanadas como una acampada de corsés alrededor de las campanadas, y eso es un ‘show’ nuevo, mientras que sus ropajes de rebeldía sí tienen precedentes, porque siempre existieron las famosas que se visten mucho para salir luego a la calle medio desnudas.
Y no hablo, obviamente, de las que usan la corsetería de pasamontañas, sino de las artistas maravillosas que tardan mucho en vestirse para salir luego minuciosamente desvestidas, como si las hubieran vestido cosiendo retales de estrellas, como a Pedroche. Enseguida, ponerse un vestido así se llegó llamar «hacerse un Pedroche». A mí me sale que también han hecho en su día un Pedroche Rihanna, Beyoncé o Charlize Theron. De todo este jaleo atuendario lo que deducimos es lo que ya sabemos: que la mujer, últimamente, he entendido que la ropa interior es una ropa exterior, y mucho que la lucen, desde las tenistas, como Serena Williams, o Venus Williams, a criaturas diversas de la alineación de Victoria’s Secret, que son unos ángeles sexuales que presentan corpiños o tangas como las que pasean pamelas. Pedroche ha innovado, incluso, en el posado de gestante, porque las embarazadas famosas hacían un posado, hasta ella, que hizo varios. O muchos, o muchísimos.
Quiero decir que Cristina iba por ahí, con la tripa al aire, igual a un cóctel que a un plató, con lo que no ha hecho un posado de embarazada sino un reportaje de un embarazo. Algún día adornamos a Cristina Pedroche de «sultana de Vallecas», y la sultana de Vallecas se va poniendo harapos de oro que la hacen un poco musa de champán, un poco trapecista del tanga, un poco novia del Tropicana. Duran con ella las campanadas una quincena. Y luego hay colapso de pedidos del trapo del éxito seguro. De modo que pudiera haber muchas nocheviejas cualquier otra noche. Dice Pedroche que la indumentaria de mañana incluye pilas. Pero a mí no me despista. Será como echarse por encima el chal del propio desnudo.*
Tripa al aire Ha innovado, incluso, en el posado de gestante, porque las embarazadas famosas hacían un posado, hasta ella, que hizo varios