La napia de Fares
Un arte como el que derrama sólo lo he conocido en otro actorazo. Se llamaba Pepe Isbert
JUSTO cuando acaba el año resulta fácil deslizarse por la pendiente de la melancolía. Semejante arrebato destila la vulgaridad de la caspa que pespuntea los hombros de esa persona que se abandonó. Lo sé. Pero, en ocasiones, es complicado esquivar la tristeza tontarras que nos embarga sin motivo aparente. Aunque he aprendido, con el transcurrir del tiempo, que una alegría banal, personalísima y algo frikilondia puede proporcionar alivio gracias a la distracción que produce. Por ejemplo, la futilidad de un nuevo descubrimiento ayuda a regatear ese ánimo alicaído, y acabo de descubrir al actor Fares Fares, con lo cual el entretenimiento del hallazgo me colma de un gozo más bien absurdo pero, en cualquier caso, eficaz.
A Fares Fares, nacido en el Líbano y luego trasplantado a Suecia, hay que verle en la película ‘Conspiración en El Cairo’. Qué napia, la de Fares Fares. Desfila en esa obra luciendo el mismo traje arrugado que también parece usar de pijama. Y unas greñas, y unas gafas, que redondean su estampa de militroncho bellaco que maneja los hilos de una investigación allá en la gran mezquita repleta de enturbantados desafectos al régimen egipcio. Su presencia hipnotiza, seduce, atrae, atrapa. No puedes dejar de mirarle y se merienda al resto de actores sin hacer nada, sólo con su presencia. Y sospecho que su irresistible fuerza de camello desflecado reside, insisto, en esa narizota que impresiona porque en ella cristaliza un talento puro, sin pedanterías ni muecas, sin histrionismos ni artificios. Si posees la belleza de Brad Pitt, coño, pues es normal que el respetable permanezca ojiplático ante la hermosura. Sin embargo, el verdadero mérito consiste en hechizar al público cuando gastas un careto como el de Fares Fares. Para evitar los cotillones nocheviejiles voy a repasar la filmografía de este actor. Un arte como el que derrama sólo lo he conocido en otro actorazo, en este caso español. Se llamaba Pepe Isbert y con su mera estampa y su voz quebrada conseguía el mismo efecto de pura magia.