Cazar en abierto
Cuando me inicié en la práctica de la montería, las mallas cinegéticas no existían y las reses de caza mayor pasaban de unas propiedades a otras sin ningún tipo de limitación, obedeciendo simplemente a sus querencias.
Por razones tales como la prevención de daños a cosechas y a plantaciones forestales, evitación de accidentes en vías públicas o seguridad ante actividades furtivas, muchos cotos de caza se han ido cerrando con cercas impermeables al paso de los ungulados salvajes, de forma que actualmente las fincas abiertas constituyen una excepción y proporcionan una caza más incierta y por ello más atractiva para los viejos aficionados, si bien producen generalmente resultados numéricos en cuanto a capturas, que son más modestos.
Recientemente he disfrutado mucho mi asistencia a una cacería en una propiedad sin mallas de la meseta castellana. Enclavada en una sierra dura y extrema donde las rocas graníticas sobrepasan en altura a las encinas, ofrece refugio a una saludable población de recios jabalíes, acostumbrados a carear con nocturnidad en los austeros cultivos de la vecina Moraña abulense.
En este escenario, áspero y quebrado, donde señorea el ubicuo buitre y reina la emblemática águila real, montear adquiere una dimensión especial. El cazador debe pertrecharse adecuadamente para afrontar las agudas y frecuentes vicisitudes climáticas y las rehalas deben estar compuestas por canes resistentes y bien entrenados.
El río Adaja, a su paso por este lugar, se constituye en residencia de la nutria, de la garza gris, del pato real y del mirlo acuático; y en sus pétreos taludes instala su trono el gran duque, el señor de la noche. Cazar en tal escenario tiene un valor incalculable, como cualquier hombre de campo puede advertir.
Las propiedades como esta que visité, mantenidas por sus propietarios con el primordial objetivo de preservar su biodiversidad original y obtener de ellas la exigua renta de una montería de jabalíes, deberían ser objeto de ayudas por parte de la Administración pública y estar inscritas en una lista de ‘intocables’.