«Empresarios del campo»
Resulta que mis abuelos eran empresarios, y uno, a estas alturas, lo ignoraba
GRACIAS a los sindicatos del sector zampagambas descubro extasiado que se anaboliza el pedigrí de mi linaje. Mis abuelos, pequeños propietarios, no eran humildes labradores sino «empresarios del campo», como les han bautizado para expresar el asquito que les producen los que se manifiestan sin obedecer las consignas de los sindicalistas que jamás mancharon sus manos destripando terrones, que nunca doblaron el lomo y que no sufrieron los rigores de sequías e inundaciones. Resulta que mis abuelos eran empresarios, y uno, a estas alturas, lo ignoraba.
Deben de creer estos bravos sindicalistas y ciertas almas cándidas del ecologismo que, lo de trabajar al aire libre, es un gozo que hidrata el cutis y tonifica la osamenta. A mis abuelos les recuerdo, ambos viejos, desgastados por el esfuerzo, con la faz repleta de surcos, las manos encallecidas y el cuerpo roturado de heridas. Sospecho que fingían para dar pena. Agarraban la azada y marchaban hasta sus huertos en bici. Se conoce que eran empresarios visionarios y adivinaron que la bici era el futuro para no contaminar. Se adelantaron a su tiempo y fortalecieron las piernas sin castigos de gimnasio. Lo extraño es que nadie en la familia optase por abrazar tan dulce y bucólica actividad empresarial. Imagino que, en vista de la mala fama de los empresarios en este páis, los descendientes, avergonzados, huyeron del campo para abrazar profesiones vinculadas con la docencia, la abogacía e incluso la farándula (servidor). Qué tontos. Pudiendo heredar unos campitos, mira que empollaron duro e incluso opositaron con éxito. Y todo por no ejercer de «empresarios del campo». No me lo explico. Nadie, en efecto, ni los hijos ni los nietos, agarraron el testigo para forrarse sin pegar palo al agua, en plan señoritos, gracias a la agricultura. Qué parentela tan desagradecida, la mía. Renunciaron al lujo de currar entre acequías y alcachofas, de sol a sol, para encadenarse a tareas absurdas. Sólo hay algo mejor que ser «empresario del campo». Sindicalista, naturalmente.