Entre el runrún y las guasas
Roca Rey roza la puerta grande y corta una oreja, como Ortega, en la vuelta de Morante
Se acrecentó ese runrún que dejó Zulueta en la mañana mientras moría la tarde. Una tarde de destellos: una verónica por aquí, unos ayudados por allá, una estocada en lo alto o ese arrimón de figura del que más billetes cuenta. Llegaba por segundo día consecutivo Roca Rey para demostrar su poder taquillero –rodeado de figuras, eso sí–, aunque estratégicamente no se entiende su doblete en una feria como Olivenza. Eso sí, la empresa se garantizaba dos llenos incluso en la corrida que más cuesta, la del domingo de carretera y manta. A pie se marchó el peruano de nuevo, aunque esta vez rozó la puerta grande y se metió en el bolsillo a la masa, que aplaudía a rabiar desde el tendido. Incluso Daniel Luque tuvo el gesto de tocarle las palmas desde el burladero mientras paseaba la oreja del tercero de García Jiménez, el que más juego dio dentro de un conjunto bastote, áspero y a la defensiva, sin entrega ni romper hacia delante pese a su movilidad.
Un antónimo del bautismo del toro fue la faena roquista: Indeciso se llamaba. Apabullante anduvo Andrés, espoleado bajo la mirada de Luque desde el apretadísimo quite por chicuelinas y tafalleras. El volcán oliventino rugía entonces, aunque sería el prólogo de rodillas lo de mayor impacto. Hasta tres pendulares le robó en paralelo a las tablas: temblaba el graderío; se aplastaba el matador. Con asiento, tiró de Indeciso en series de mando –no todo va a ser regar los ruedos de claveles y alhelí– hasta acabar metido literalmente entre los pitones mientras Indeciso, completamente rendido al valor del limeño, le radiografiaba sus partes nobles. Sólo el descabello se interpuso en la concesión del doble galardón.
En el sexto, un animal de geniudo carbón, sobraron velocidades y faltó una limpieza que se antojaba imposible. Como la jornada se embarró por momentos en el terreno de la guasa, no faltó en el broche la de una voz femenina: «¡Luque, te quiero!», gritó.
La otra guasita se la llevó Juan Ortega
cuando se perfilaba para matar, totalmente a destiempo: «¡Cásate!». Y tras lanzar una seria mirada, el trianero apuntó al morrillo del toro de su debut pacense y enterró una estocada hasta los gavilanes. De esas que antiguamente valían una oreja y que en el siglo XXI lo siguen valiendo: suya fue con un sobrero de La Ventana –el guapo titular se partió un pitón– con expresión para descolgar y embestir, pero que lo hizo sólo a medias, sin apenas celo. Faltó quizá un toquecito más y engancharlo por delante en aquella faena de caricias, desde los delantales a esos mecidos molinetes. El cuadro de mayor belleza lo pintaría por cordobinas ante el quinto, con el que optó demasiado pronto por los terrenos de tablas.
Volvía Morante, el dios terrenal. Y lo hizo sin alegría, sin Lili y también sin que su suerte cambie: a la defensiva su lote. Aun así, dejó los muletazos de más pureza y empaque. En la despedida, cómo no, llegaron los pitos de los guasones y un «aprende de Zulueta».
Llegaba a Olivenza por segundo día consecutivo el diestro Roca Rey para demostrar su poder taquillero