ABC (Córdoba)

Ese portugués qué oportuno es

- JOSÉ MIGUÉLEZ

Otra revancha de Joao

Suena con fuerza en el Metropolit­ano el grito de «ese portugués, qué hijo puta es». No es xenofobia (aunque el insulto sí lo sea) por más que se empeñen, ni tampoco es la primera vez. La novedad es que el agredido no es un jugador del eterno rival sino uno del propio equipo, aunque prestado al adversario. Y no sólo eso, Joao Félix, que juega en el Barça pero pertenece al Atlético, escucha silbidos al recitarse las alineacion­es y luego, ya en el partido, cada vez que toca la pelota. Lo previsible. Esa gente lo desprecia, es un desafecto irreversib­le. Y más allá de la incorrecci­ón de lo gritado, el jugador se lo había ganado a pulso. Fue él quien se encargó intenciona­damente de ofender a la grada y distanciar­se de ella, de faltarla al respeto de palabra y obra, cuando en realidad su combate lo lidiaba con el entrenador que lo marginó y maltrató. Y en esa otra batalla, pese a lo que pregona la falacia popular, sí llevaba la razón el menino. Su fútbol no merecía el linchamien­to que le dedicó su jefe Simeone. Y ya lo demostró con creces enfundado en la rojiblanca, aunque la manipulabl­e memoria del fútbol insista en desmentirl­o. Por si acaso, Joao Félix volvió a recordar ayer lo que es capaz de hacer cuando le sacan al campo para jugar a lo que sabe. No hace falta correr como un poseso cuando lo tuyo es el talento, ni siquiera participar en todas las jugadas. Basta con aparecer cuando más conviene. Para decidir y ganar. Y esta vez sin celebrarlo de mala manera como en Montjuic. No hubo reacción a los improperio­s ni dedicatori­a ventajista por el resultado. Fue más bien la patada que recibió (coreada por la tribuna) de un compañero la que estuvo fuera de lugar. Maneras de perder.

Mercadeo de banderas

De la Fuente trata de vestir de normalidad sus actuacione­s y sus comparecen­cias, esa virtud que dominan tipos como Ancelotti o Del Bosque, pero le queda tan artificial, impostado y torpe que acaba por enredarse y meterse gratuitame­nte en líos. Como con la convocator­ia o no de Brahim, un caso perfectame­nte manejable que, ensuciado de ataques velados, mentiras y contradicc­iones, ha derivado en el escándalo de la semana.

El selecciona­dor resolvió mal el asunto en el fondo (el malagueño es un futbolista excelente, aprovechab­le como recurso en el peor de los casos), aunque con el derecho que le proporcion­a el cargo, pero sobre todo en las formas. Con altanería, irresponsa­bilidad, cobardía y mala idea, dejando caer para luego negarlo el chantaje del jugador y de su entorno, y escondiénd­ose detrás de voceros para propagar el mal comportami­ento del madridista. Pero Brahim tampoco ha sido trigo limpio en el caso, conciliado­r con el micrófono delante, pero venenoso a través de filtracion­es que demonizan y desnudan al técnico y a la federación para desviar el foco de lo principal, que renunció personalme­nte a su país natal para abrazarse por interés al marroquí de sus familiares. Era una decisión fácil de hablar, justificar y explicar por ambas partes, hasta de entender, pero los dos han preferido jugar innecesari­amente a las intrigas y el cinismo.

Y ocultar de paso una realidad vergorzant­e y habitual, el problema capital, el mercadeo miserable en el que se han convertido las banderas en el deporte. Y que España usa a menudo y sin ningún pudor a su favor, aunque de vez en cuando también las sufra en su contra. Ya no son seleccione­s en defensa de un país, sino clubes que compran y venden nacionalid­ades al mejor postor. Un negocio finalmente legal, pero lleno de trampa. No se trata de acogerse al pasaporte que a uno más le identifica, que siente, sino de usar el que sale más rentable. Es dinero.

Prisas con Cubarsí

La huida de Brahim ante el desinterés o la ineptitud de sus paisanos originales, hizo pasar más o menos de largo la llamada para la selección de Pau Cubarsí, 17 años y apenas una docena de partidos en la élite. Una citación precipitad­a, basada más en la intuición (con la que coincidimo­s todos, el central tiene una pinta extraordin­aria; y volvió a ratificarl­o anoche) que en la seguridad de una trayectori­a. Igual que su presencia en el once del Barcelona sí es un acierto de Xavi, que cree en la juventud y el talento que detecta en el día a día, que arriesga a sabiendas de lo que tiene y ve, que actúa por convicción (también un poco por necesidad) y que convierte sus apuestas en un indiscutib­le legado, el salto tan rápido al combinado español suena más bien a temeridad. Y en ningún caso a meritocrac­ia. Agranda la sensación de que jugar en la Roja definitiva­mente se ha abaratado.

Igual le sale bien a De la Fuente, como le salió a Luis Enrique con Gavi el guiño a su amigo representa­nte, pero no parece serio ni fundamenta­do por más que el técnico venga a insinuar ahora que lo descubrió y lo seguía incluso antes que Xavi y que, bien populista, afirme que nunca mira el DNI. Sí le disculpa al selecciona­dor, y es un mensaje nítido que le lanza a todos los defensas del fútbol español, que el puesto realmente aquí está hecho un desastre. Que no hay un solo central de garantías que llevarse a la boca y que ninguno de los que han ido participan­do en el casting desde que se acabaron Puyol, Piqué y Ramos han llenado el paladar. O sea que no es que sea demasiado pronto para acudir a Cubarsí, sino que encontrarl­o era una urgencia.

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EFE Brahim en Pamplona//
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// REUTERS Joao Félix

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