ABC (Córdoba)

Felipe II regresa a casa

La Galería de las Coleccione­s Reales acoge por un año su retrato pintado por Antonio Moro. Asistimos al montaje de esta obra maestra, préstamo del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que lo adquirió en 1992 al padre de Diana de Gales

- NATIVIDAD PULIDO

Ocho de la mañana. La explanada de la Plaza de la Armería aún no ha sido invadida por los cientos de turistas que hacen cola a diario para visitar el Palacio Real. Nos aguarda en los almacenes de la Galería de las Coleccione­s Reales, encerrado en una caja, un huésped muy especial: Felipe II, retratado por Antonio Moro. Es la primera obra invitada del flamante museo, préstamo excepciona­l del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que se halla inmerso en un ambicioso proyecto de ampliación. Como contrapart­ida, Patrimonio Nacional ha cedido al museo vasco tres piezas procedente­s de la Armería del Palacio Real de Madrid para una exposición sobre la Fábrica de Armas de Eugui (Navarra).

Pasadas las ocho y media, tres operarios de la empresa SIT trasladaba­n ayer la caja con el cuadro hasta un montacarga­s para llevarlo al espacio dedicado a los Austrias. Donde antes lucía el tapiz ‘Ciro liberta a los hebreos’ se ha instalado un montaje especial para colgar el retrato. A un lado, la escultura del monarca en mármol, obra de Pompeo Leoni. Enfrente, la armadura ecuestre de Felipe II llamada de ondas o nubes, regalo de su padre, Carlos V, con motivo de su boda con María Tudor. Faltaba un retrato de Felipe II. Solo aparece en un vecino cuadro del Greco, ‘Alegoría de la Santa Liga’, en primer plano, arrodillad­o y de negro riguroso.

La pintura se coloca sobre una mesa para inspeccion­arla. Lo hacen Mercedes Briones, restaurado­ra de Museo de Bellas Artes de Bilbao y correo que viajó con ella; y Natalia Martín, restaurado­ra de Patrimonio Nacional. Supervisa la operación Carmen García Frías, conservado­ra de esta institució­n. Muy atentos, Leticia Ruiz, directora de la Galería de las Coleccione­s Reales, y Manuel Blanco, autor de la museografí­a del centro y del montaje del cuadro. Luz verde. Toca colgarlo y ajustar la luz con los lux precisos. Algo que quedó desbaratad­o minutos después con los potentes focos usados para la rueda de prensa ante el disgusto de Mercedes Briones, que trataba de que los apagaran.

Ha sido un día de regresos. Felipe II vuelve a casa como invitado, rodeado de familiares. Antonio Moro, pintor holandés (nació en Utrecht), regresa a Madrid, donde estuvo poco tiempo. En 1559, acompañand­o al séquito del entonces Príncipe, apenas permaneció unos meses en España, pues estaba en el punto de mira de la Inquisició­n. Y Miguel Zugaza, director del Bellas Artes de Bilbao, regresa a la capital: durante quince años fue director del Prado.

Un príncipe de 22 años

Antonio Moro pintó al entonces joven príncipe (tenía 22 años), entre abril de 1549 y mayo de 1550, en Bruselas durante su particular Grand Tour, conocido como el ‘Felicíssim­o Viaje’ a Europa. De 1548 a 1551 recorrió Italia, Amberes, Bruselas, Augsburgo... y fue presentado por su padre, el emperador Carlos V, como heredero de la Casa de Austria en los Estados Generales de Flandes. Un viaje iniciático en el que el futuro rey, gracias a su tía, María de Hungría, gobernador­a de los Países Bajos, entró en contacto con el arte internacio­nal y con artistas como Tiziano, Coxcie, Leoni o el propio Moro. También, con talleres de armas y tapices. Así fue cómo comenzó a gestarse su figura como gran mecenas y coleccioni­sta.

Es una de las primeras imágenes de Felipe II. Moro lo retrata como un Príncipe del Renacimien­to, con el rostro inexpresiv­o, distante, símbolo de majestad áulica. Pintado sobre un fondo neutro, luce un lujoso jubón negro bordado

en plata, con botonadura dorada y un rico talabarte. Porta el Toisón de Oro. Destaca la empuñadura de la espada con piedras preciosas. Posa su mano derecha sobre un bufete. Encarna sus dotes de buen gobierno. Tiziano lo retrataría en 1551. El cuadro está en el Prado. El de Moro no figura en los inventario­s reales españoles. Aparece documentad­o por vez primera en 1746, en la colección de los condes de Spencer.

Lo pagó el Gobierno vasco

En 1992, el padre de Diana de Gales lo vendió al Museo de Bellas Artes de Bilbao. Cuenta Zugaza que la galería Caylus de Madrid facilitó la oportunida­d de su adquisició­n. Explica a ABC José Antonio de Urbina, uno de los directores de la galería, que el entonces director del museo bilbaíno, Jorge Barandiará­n, ya había comprado un Sánchez Coello y estaba interesado en adquirir una obra de Moro: «Supimos que el conde de Spencer lo sacaba a la venta e hicimos la gestión». ¿Se ofreció antes al Prado? «No, tiene muchas obras de Moro y el que hizo la petición fue el Bellas Artes de Bilbao». Su precio, en torno al millón de euros. Según Zugaza, el dinero partió del Gobierno vasco, que se había incorporad­o al Patronato del museo.

La presidenta de Patrimonio Nacional, Ana de la Cueva, agradeció su generosida­d por prestar esta obra capital durante un año y anunció que ya ha habido contactos con otras institucio­nes como el Prado, el Louvre y Versalles. Además, subrayó que, tras ocho meses de apertura, «la Galería se consolida como oferta cultural de Madrid». En 2023 recibió 336.058 visitantes. Aunque abrió a finales de junio, las cifras quedan muy alejadas de las altas expectativ­as que despertó: en torno a un millón o millón y medio al año. Explica Leticia Ruiz que «uno de los temores es que nos hiciéramos la competenci­a con el Palacio Real, pero no ha sido así. Son públicos distintos. Desde Seguridad nos advirtiero­n de que el edificio, aunque es enorme, tiene un aforo muy limitado. Pero estamos muy contentos, cada vez hay más gente y sale muy contenta de la visita. Las críticas son buenísimas. Además, cuando abrimos en junio de 2023 no pudimos aspirar a grupos de colegios. Ya están viniendo».

Miguel Zugaza tuvo grandes elogios para este «magnífico» nuevo museo público y nacional: «Soy fan». Las obras de ampliación del museo que dirige permiten la oportunida­d de compartir sus coleccione­s con otras institucio­nes, como es el caso de «este imponente retrato, icono del arte del Renacimien­to».

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Mercedes Briones y Natalia Martín inspeccion­an el cuadro tras el desembalaj­e
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// FOTOS: ERNESTO AGUDO Instalació­n del retrato de Felipe II pintado por Moro

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