De los esquíes a la salud mental
Enseñanza que inicia el riesgo y concluye la experiencia. ▶ Fue olímpica y ahora preside la Fundación Blanca, creada en honor de su hermana para cuidar de la mente de los deportistas
Como al resto de sus siete hermanos, a Lola Fernández-Ochoa, de 57 años, no le quedó más remedio que hacerse esquiadora. Sus padres eran panaderos en Navacerrada y desde sus primeros juegos infantiles la nieve formaba parte de su vida. De manera que su evolución deportiva fue natural y desembocó en una prometedora carrera. «Cuando los cuatro mayores llegaban de viaje con sus maletas llenas de trofeos, de vida y de olores, los cuatro pequeños nos estimulábamos para intentar ser como ellos», recuerda. Y no les fue nada mal, ya que seis de ellos fueron olímpicos, un caso único en el deporte español.
Lo que ocurre es que el éxito no les llegó a todos por igual. El mayor, Paco, logró una histórica medalla de oro en Sapporo 72 y, veinte años después, Blanca una de bronce en Albertville. Lola trató de emularles y estaba bien encaminada. «Pasé por todos los niveles (desde los 8 años estuve becada en lo que antes era el centro de alto rendimiento del valle de Arán) y con 9 años ya gané mi primer campeonato de España. Y claro, en el momento que sientes esa adrenalina ya no puedes parar», rememora. A los catorce ya debutó como internacional, empezó a correr en el extranjero y con diecisiete años se coló entre las sesenta mejores del mundo, que era el requisito indispensable de clasificación para los Juegos Olímpicos.
«Llegué a Sarajevo 84 con toda la ilusión y viví la mejor experiencia de mi vida. Aparte de mi propia emoción por ser una debutante, ver desfilar a Blanca, tener a Luis también en el equipo, a Juanma como entrenador y a Paco como comentarista hizo que fuera una cita muy familiar», apunta. Además, al ser tan joven iba sin ninguna presión y con los ojos bien abiertos para disfrutar de todo lo que tenía por delante. «Yo iba a verlo todo, las carreras o el hockey sobre hielo mientras que mi hermana estaba la pobre muy estresada porque ya tenía opciones y acabó quinta».
Lamentablemente, no fue ese el único momento duro de la cita yugoslava. «Me rompí la rodilla y ahí comenzó mi debacle. Los problemas físicos me obligaron a dejar de competir y a aparcar mis sueños de medallas». Lo malo es que ese convencimiento no le llegó de golpe, sino que tuvo que darse cuenta poco a poco. «Cuando te lesionas
de gravedad por primera vez a esa edad no eres consciente de lo que se te viene encima. Al principio te dicen que es un año de baja y te dedicas a recuperarte lo antes posible, con ansia. Pero en una disciplina como el esquí, si no estás a tope, todas las pupas van al mismo sitio. Por desgracia me volví a romper y después de cinco operaciones me dieron el certificado de ‘no apta para competir’», recuerda con tristeza.
De manera que, oficialmente retirada, se dedicó a participar de los negocios familiares con el apoyo de sus hermanos. «Ellos me ayudaron en esa transición de la vida deportiva a la civil porque ya habían pasado por eso, pero fue muy duro. Pusimos unas tiendas de esquí y tuvimos que aprender a llevar un negocio a la fuerza. Piensas que por tener un apellido detrás la gente va a ir a comprar en masa, pero no es así. Además, luego yo tuve una hija con discapacidad, falleció Paco y tuve que dejarlo todo. Ahora lo recuerdo con cariño, pero fue una época complicada».
Además, la muerte de Blanca en 2019 le dio un vuelco a su vida y le llevó a dedicarse en cuerpo y alma a cuidar la salud mental de los deportistas. «Es fundamental ayudarles, porque te cambia todo de un día para otro y, si no estás preparado, lo puedes pasar muy mal», avisa.*
«La vida te cambia de un día para otro y, si no estás preparado, lo puedes pasar mal»