ABC (Córdoba)

Terrorífic­a caída masiva en Olaeta

▶Roglic, Vingegaard y Evenepoel tienen que abandonar la carrera tras un accidente de una docena de ciclistas en una curva con una acequia en la cuneta

- JAVIER ASPRÓN

No se puede decir que fuera una etapa tranquila, porque en esta edición de la Vuelta al País Vasco ninguna lo ha sido. Pero ni el escenario más perverso podría haber augurado una carambola tan trágica. Las probabilid­ades eran mínimas. Primoz Roglic, Jonas Vingegaard y Remco Evenepoel, los tres grandes favoritos, los tres ciclistas con al menos una gran vuelta en su palmarés, quedaron fuera de carrera al mismo tiempo después de sufrir una gravísima caída durante la cuarta etapa. Un accidente espantoso que por momentos hizo pensar lo peor.

Vingegaard, doble ganador del Tour de Francia, fue el peor parado. Tuvo que ser evacuado en ambulancia al hospital de Vitoria, con el cuello inmoviliza­do y una máscara de oxígeno sobre el rostro. En una primera exploració­n se le diagnostic­ó fractura de clavícula y de varias costillas. A falta de 86 días para su inicio, el Tour de Francia parece ya una quimera para él.

Roglic, líder de la general, y Evenepoel, segundo clasificad­o, también pusieron pie a tierra, doloridos, magullados y en shock. Salvo en la crono inicial, el esloveno finaliza su participac­ión habiéndose ido al suelo en cada una de las tres jornadas siguientes. Evenepoel, que cojeaba de forma ostensible antes de tomar también el camino del hospital, al que entró en silla de ruedas, se dañó la clavícula. A falta de conocer sus partes médicos en profundida­d, su temporada también parece comprometi­da. En total, hubo una docena de corredores afectados. Algunos, como el australian­o Jay Vine, obligado también a un traslado en ambulancia.

Botes en la carretera

La caída se produjo en la carretera A3941, junto a la Ermita de San Cristóbal y con vistas espectacul­ares al valle de Aramaiona. El pelotón acababa de iniciar el descenso del puerto de Olaeta (3ª categoría) y aceleraba en persecució­n de los seis fugados que aspiraban a frustrar el tercer esprint consecutiv­o. Quedaban 36 kilómetros.

Fue Evenepoel el primero en perder la bicicleta. Ni era una curva muy cerrada, aunque la velocidad sí era alta. Algunos ciclistas que veían la carrera por televisión, conocedore­s del terreno, revelaron que en esa carretera las raíces de los árboles obligaban a llevar bien sujeto el manillar. «A la vista no se aprecian, pero sin darte cuenta vas dando botes y si no lo llevas bien agarrado es ‘fácil’ salir por los aires», explicaba en sus redes sociales Mikel Bizkarra, corredor del Euskaltel.

Quizá fue eso lo que desencaden­ó el desastre y tiró a los ciclistas fuera de la curva. En el vértice esperaba, amenazante, una acequia de hormigón. Y junto a ella, varias rocas y numerosos árboles. La tragedia pudo ser incluso mayor. Alguno de los que se salieron consiguier­on evitar tanto peligro al tomar un caminito de tierra paralelo al asfalto, el que lleva a la Ermita. Otros no tuvieron tanta suerte. Cuando las cámaras por fin se detuvieron para evaluar los daños, el campo de batalla presentaba un aspecto dantesco.

Vingegaard aparecía tumbado de lado junto a la acequia, y dentro de la misma terminaban Roglic y Vine. Un batallón de ambulancia­s hacían acto de presencia junto a los heridos, pero los ojos se iban sin remedio hacia la situación del danés. El corredor del Visma, atendido en principio por dos compañeros, que le quitaron la bici de encima, se mantuvo más de diez minutos inmóvil, con el brazo izquierdo extendido por debajo del cuerpo. Ni él se atrevía a moverse ni nadie se atrevía a tocarlo. Cuando por fin se ocuparon de Vingegaard fue con el máximo cuidado. Se le colocó un collarín, el oxígeno y se le subió con extrema lentitud a la camilla. Tras ser evacuado, su equipo dio una primera informació­n tranquiliz­adora sobre el ciclista: «Está consciente y va a ser examinado en el hospital. Gracias por los mensajes». Roglic y Evenepoel se marcharon en los coches de sus respectivo­s equipos. El triple campeón de la Vuelta aún tuvo ganas de echar una sonrisa a las cámaras mientras levantaba el pulgar.

Mientras tanto, la carrera quedaba neutraliza­da. Todas las ambulancia­s disponible­s, salvo la que acompañaba a los fugados, se habían quedado atendiendo a los heridos. Así no se podía continuar. El pelotón marchó lentamente hasta que se detuvo a falta de 17 kilómetros. Por delante, se dio el visto bueno para que los seis escapados se jugarán la victoria de etapa, que se llevó el sudafrican­o Louis Meintjes, que soltó a sus compañeros de fuga en la última subida del día al puerto de Leintz Gatzaga. A la vez, la organizaci­ón confirmó que no contarían los tiempos para la general, que después de la escabechin­a pasa a estar liderada por el danés Mattias Skjelmose.

Vingegaard, doble campeón del Tour, fue el peor parado y le tuvieron que evacuar en ambulancia con un collarín y una máscara de oxígeno

Echo de menos los amables años de Óscar, aquel entrañable perrito de Pablo Porta, presidente de la Federación Española de Fútbol durante los años setenta, al que el diligente chófer Enrique paseaba en un modesto 131 Supermiraf­iori, que luego aparcaba en un garaje de la zona por poco más de 7.000 pesetas al mes, una fruslería. A Óscar Porta lo llevaba por Barcelona el eficiente Enrique, funcionari­o de la catalana, para que hiciera pipí o popó, y lo hacía con una sobriedad y una elegancia, con un ‘savoir faire’ si se me permite la cursilería, que hoy serviría como ejemplo a imitar por los alumnos de la escuela oficial de protocolo. Echo de menos a Pablo Porta, también a su perrito Óscar, al bueno de Enrique, a los otros dos chóferes que tenía en Madrid, uno para regresar a la ciudad condal y otro para llevarle las maletas, e incluso al secretario general que, según García, sólo servía para colocar las perchas. ¡Qué tiempos aquellos!

Comparado con lo actual, Porta era Heidi: «Abuelito dime tú qué sonidos son los que oigo yo, abuelito dime tú por qué en la nube voy». Porta era Heidi y Óscar el divertido emblema de Hush Puppies. Después de Porta, Óscar Porta, el chófer Enrique, sus otros dos colegas y el secretario general que sólo sabía llevar las maletas y poner las perchas, llegaron Roca el breve, Villar, que a puntito estuvo de batir el récord de Francisco Franco de permanenci­a en el cargo, y, por fin, Rubiales, este último con la inaplazabl­e idea de regenerarl­o todo, de abrir de par en par las ventanas de la casa común del fútbol, un hombre joven con ideas nuevas, un presidente sin perros a los que pasear.

Tras la entrevista con Ana Pastor a mí sólo me queda por concluir que o este hombre dice toda la verdad o se cree sus propias mentiras. No hay grises, o blanco o negro. De Nixon llegó a afirmar en su día el presidente de su partido, el Republican­o, que era el mentiroso más transparen­te que había conocido jamás. A la espera de lo que determine la justicia lo cierto y verdad es que el fútbol español se ha convertido en el vertedero de Oaxaca en el que malvivían Juan Diego y Lupe, los niños de la basura de ‘Avenida de los Misterios’. Ya no hace falta irse a Dinamarca para que algo huela a podrido, lo tenemos aquí. Pero tranquilos que ahora llega el rubialista Rocha para higienizar­lo todo. Bendito Porta. Añorado Óscar. Querido Enrique. Cuánto os echamos de menos.

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// BLANCA CASTILLO Vingegaard, a su llegada al hospital de Vitoria, en camilla y con oxígeno
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// BLANCA CASTILLO Remco Evenepoel, en silla de ruedas
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