ABC (Córdoba)

España, Israel y el discurso vacío

Las democracia­s gozan de un liderazgo moral especial, precisamen­te, por atenerse a reglas también en los conflictos bélicos

- DIEGO S. GARROCHO

ISRAEL no es un país cualquiera. Es un Estado creado en virtud del riesgo existencia­l que el pueblo judío ha sufrido durante siglos y en el que nuestro país, por cierto, tuvo un papel protagonis­ta. El asedio a su territorio y la imposibili­dad de concederle el derecho a tener una frontera pacífica se cuestionó desde su misma fundación, promovida por la ONU y rechazada por la Liga Árabe. Al día siguiente de que el Estado de Israel fuera declarado, cinco países árabes trataron de invadirlo. La paz definitiva y duradera, desde entonces, ha sido sólo una utopía.

La singularid­ad de Israel no se debe sólo a su traumática fundación. Sus raíces culturales y su régimen político contrastan de forma explícita con sus vecinos. Occidente debe no poco a la tradición hebrea y no existe un solo Estado en Oriente Medio que goce de los estándares democrátic­os de Israel. Un ejemplo reciente: cuando Netanyahu promovió una reforma que desactivab­a el control de la Corte Suprema y los tribunales sobre el poder legislativ­o, tuvo lugar una masiva movilizaci­ón ciudadana defendiend­o la necesidad de mantener un contrapode­r que limite la capacidad decisoria del Parlamento israelí. Por comparar: en España, les recuerdo, sigue habiendo diputados que señalan que las decisiones del Congreso encarnan la voluntad popular (sic) sin conceder que todo poder, también el legislativ­o, requiere estar sometido a un límite.

Con frecuencia sucumbimos ante falsos dilemas, porque estas dos premisas fundamenta­les no son un obstáculo para reconocer que Netanyahu es un político de tintes desmesurad­os ni para mirar con estupor la forma en la que la franja de Gaza está siendo sometida a un ataque que, a todas luces, contravien­e el Derecho Internacio­nal Humanitari­o. Israel tiene derecho a defenderse, pero no de cualquier manera. Las democracia­s gozan de un liderazgo moral especial, precisamen­te, por atenerse a reglas también en los conflictos bélicos.

Esto no obsta para señalar que el ataque de Irán sobre el territorio israelí sea un salto cualitativ­o en la escalada de violencia en Oriente Medio que sólo puede censurarse con total rotundidad. Así lo han hecho los máximos mandatario­s de las democracia­s occidental­es salvo Pedro Sánchez, que prefirió referirse primero al ataque como un «acontecimi­ento». Un presidente que ha sido felicitado por Hamás o que cuenta con dos ministros que el 19 de octubre votaron en el Parlamento Europeo en contra de condenar los brutales ataques terrorista­s está incurriend­o en una imperdonab­le temeridad. Europa y el mundo necesitan más de España, pero prepárense para que asistamos, exclusivam­ente, a un discurso obvio, parcial o inane. Paz, dos Estados, fin de la violencia. Hasta ahí llegamos todos y hasta un niño sería capaz de pronunciar­lo. Pero lo que se espera de un estadista es que encuentre el cómo y que sea leal con sus aliados.

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