«A mi edad ya es muy difícil verme llorar en un entrenamiento»
El b-boy cordobés se jugará su clasificación a los Juegos de París en dos duros torneos preolímpicos
Juan de la Torre (Lucena, 1987), conocido como Xak en el mundo del breaking, aspira a convertirse en el primer español olímpico en esa especialidad. También el único, porque la disciplina no seguirá más allá de París 2024. Para ello debe sellar su clasificación en dos torneos preolímpicos (Shanghái y Budapest) ante la élite de su deporte. Será el momento de sacar a la luz todo el trabajo realizado desde que, al cumplir los 30 años, decidiera dejar atrás su carrera como abogado, apostar por su gran pasión y toparse con la posibilidad de ganar una medalla olímpica.
—¿Es duro jugarse la clasificación en tan poco tiempo?
—Sí, parece que todo lo que ha pasado durante estos años da igual. Los cuarenta mejores del mundo empezamos de cero. Si en uno de los dos torneos cojeas, te quedas fuera. Pero estoy muy mentalizado. Liberándome y soltando el estrés y la responsabilidad que generan esa expectativa. Y a nivel físico estoy muy bien.
—¿Se atreve a definir el breaking en pocas palabras?
—Sí. El breaking es un arte, una forma de expresión y, en este contexto, un deporte en el que hay una persona que hace con su cuerpo figuras, giros, paradas… de forma muy rápida y flexible, y en el que necesita generar su propio lenguaje para ser diferente a los demás. Sería una mezcla entre un artista, un gimnasta, un actor y un músico.
—¿Qué aspira a transmitir?
—A nivel competitivo, confianza, maestría y dominio sobre lo que hago. De una forma más personal, intento drenarme de todas esas emociones que pueda tener, que a veces son mejores y otras peores. Cuando acabo me siento vacío, y lo que espero es que el que me haya visto sienta ese derroche energético.
—¿Cuál es su punto fuerte?
—El nivel interpretativo es donde más puntos suelen darme. No tanto en la parte física o artística, sino en la de performance, que implica cómo estás siendo de espontáneo, cómo estás siguiendo la canción, cómo vas introduciendo tus movimientos a lo que está ocurriendo... Es lo que más trabajo.
—Le he escuchado decir que convive con dos partes de sí mismo. Juan sería su yo tranquilo y Xak, el guerrero. ¿Qué le dice Juan a Xak?
—Leí un libro que decía que todos tenemos dos ‘yoes’, uno que habla y otro que escucha. Creo que es cierto. Hay alguien dentro de ti que cuenta cosas a otro, que solo recibe los mensajes. Juan siempre le dice lo mismo a Xak: ‘no llegues al punto de esfuerzo en el que dejes de disfrutar’. Alguna vez he pasado esos límites y me han provocado una frustración mental que me ha obligado a buscar ayuda psicológica. Crucé un límite de entrenamientos que no era sano y ya no me gustaba lo que hacía.
—Y Xak, ¿hace caso a Juan?
—No siempre (ríe). Pero vamos mejorando.
—El breaking no tendrá una segunda oportunidad olímpica. ¿Queda una sensación de frustración?
—A mí no. En lo personal, no creo que hubiese preparado otros Juegos. Tengo más proyectos de vida, muchos relacionados con el breaking y la enseñanza. Y por otro lado, siento que nos han invitado a una casa que no es la nuestra, y tenía claro que mi invitación se acabaría y volvería a lo de siempre. En realidad, me siento un privilegiado porque en mi época haya ocurrido todo esto y lo haya podido vivir. Lo veo como un regalo, no como algo que nos hayan dado y ahora nos quieran quitar.
—Ese regalo, entre otras cosas, le ha llevado a convivir con otros deportistas en un Centro de Alto Rendimiento. ¿Llegar a un sitio así pasada la treintena, es mejor o peor que hacerlo de jovencito?
—Es mejor en cuanto a la forma en la que soy capaz de lidiar con todo esto. Veo a gente allí con mi mismo objetivo a quienes les pasa factura anímicamente. En cambio, a mi edad tengo una capacidad para gestionar los problemas en la que es muy difícil verme llorando en un entrenamiento. Tengo más control de mi cuerpo, de mi mente, de gestionar lo que me rodea. Por otro lado, siento que estoy más expuesto a lesiones de lo que pueden estar otros deportistas que son quince o veinte años más jóvenes. Allí a veces no me atrevo a decir mi edad. A lo mejor viene una chica de rítmica que con 23 años ya se ve mayor y pienso: ‘¿pero qué me estás contando?’. Luego digo que tengo 37 y se quedan todos con la boca abierta.
—¿Qué se llevará de ese ambiente el día que lo deje?
—Mucha motivación. Tengo cerca a la gente de gimnasia artística, a Ray Zapata, a Alba Petisco... También a Carolina Marín. Cuando estoy allí y me paro a observar, veo una cantidad enorme de historias de superación, de sacrificio… Todo eso se impregna. La sensación al entrar es que allí se va a currar a tope.
—¿Antes no tenía esa capacidad?
—Sí, pero había días que me costaba más. Sobre todo apretar, quedarme un poco más. Allí salgo de la sala, escucho las voces de cómo entrenan los de gimnasia o los de judo y digo: ‘buah, entra otra vez y sigue’. De hecho, cuando me tocan entrenamientos suaves prefiero no ir al CAR, porque corro el riesgo de fliparme y hacerlo demasiado intenso.
—¿Y el futuro?
—No descarto ninguna vía. Soy muy artístico, me gusta crear, pintar, la moda… Tengo el objetivo de escribir un libro sobre toda esta experiencia. Ya sé hasta el título: ‘Cicatriz dorada’. La huella que van a dejar los Juegos en mí.
—Tomó una decisión difícil al apostar por el breaking. ¿Qué opinaba su familia y qué le dice ahora?
—Ellos lo han vivido de forma muy progresiva y un tanto confusa. Al principio les parecía muy bien que hiciera deporte, que viajara... Luego, cuando vieron que cada vez me ocupaba más tiempo, que perdía clase… Y cuando dije que me iba, que apostaba por el breaking en lugar de la abogacía, no lo apoyaron, pero me dejaron ser. Ahora ven que tengo estabilidad económica y están tranquilos. Deseando sacar los billetes para París.
Oportunidad olímpica «Siento que nos han invitado a una casa que no es la nuestra; tenía claro que se acabaría y volvería a lo de siempre»
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