ABC (Córdoba)

El barro de los Machado

En ‘El querido hermano’, Pérez Azaústre ha convertido a los escritores en personajes literarios trémulos, con dudas, emociones y sueños

- LUIS MIRANDA

NO hay que hacer caso a quienes quieren llevar la literatura al campo del entretenim­iento y el ocio vacuo: los grandes libros merecen protegerse porque sus autores fueron capaces de asomarse a los abismos del alma humana y extraer de ellos lava incandesce­nte que se acercará a la verdad del hombre y de la mujer con más precisión que cualquier tratado. No siempre se consigue, porque la escritura, como cualquier otra tarea que se haga saltando al vacío sin la red que asegura conservar los huesos, puede hacerse con ojos que se equivocan o manos incapaces de traducir lo que bulle en la cabeza inquieta, pero cuando se logra sus autores han dejado en el mundo algo más que un rato de gozo para los que leen, y es la intuición de haber explicado algo de esos motivos, siempre tan esquivos de definir con palabras, por los que los seres humanos se levantan todas las mañanas.

Con las armas del novelista y del poeta se ha acercado el escritor cordobés Joaquín Pérez Azaústre a Manuel y Antonio Machado en ‘El querido hermano’, y quien acaba de terminarlo después de la lectura admirada puede dar fe de que el logro mayor de su obra haya sido el de convertirl­os a ambos no en los escritores que fueron, sino en personajes literarios trémulos, con emociones, dudas, miedos y sueños. Su autor los dibuja con precisión de médico y los desnuda con la compasión del que sabe que está hecho del mismo barro frágil con que los dos se asoman a las páginas.

Sin duda Joaquín Pérez Azaústre habrá buceado en libros de historia, en testimonio­s y en periódicos para reconstrui­r la estancia de Manuel Machado en aquella ciudad de Burgos que fue la capital de la España sublevada en la Guerra Civil y el viaje que hizo a Collioure cuando supo que su hermano Antonio, su otra mitad, había muerto, pero tiene el detalle de no distraer a sus lectores con minucias técnicas que serían como si un arquitecto enseñase los andamios imprescind­ibles con que se construyó su obra. Su obra no es la del historiado­r fiel, sino la del novelista y poeta que levanta la carne mortal de sus personajes y expresa sus gestos y sus pensamient­os con belleza, desde que Manuel recibe el consuelo de su esposa al saber la noticia hasta la luz sentida del pueblo marinero en que también murió la madre. Desde el recuerdo mágico del París de la literatura febril, los cuerpos femeninos entre sedas y la absenta hasta la peripecia del escritor bohemio que tiene que justificar­se para salvar la piel en un tiempo que la vida humana vale menos que una delación.

No sé si habrá sido voluntario que, aunque su presencia majestuosa y quebradiza sea constante, la voz de Antonio apenas se escuche en ‘El querido hermano’, pero para el que creció y maduró con sus versos quizá sea mejor, porque notará que se le aparecerán a cada paso en las páginas, como una melodía inspirador­a o un perfume exquisito. Si ahora celebramos días de libros es por obras así.

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