«La acción y la palabra refuerzan el ego; el silencio es humilde y por eso cuesta tanto»
El autor llega hoy a la Feria del Libro de Córdoba con la idea de llevar al lector donde no imagina
Pablo d’Ors (Madrid, 1963) confiesa con humor que desde que publicó el libro ‘Biografía del silencio’ en 2012 no ha dejado de hablar. Desde su irrupción en la literatura a comienzos del siglo XXI, su vocación literaria se repartió entre la narración y su interés como sacerdote en unir la meditación al catolicismo, en lo que tomó el testigo de los maestros del desierto. Todo ello aparece en su última obra, ‘Los contemplativos’. A las ocho de esta tarde protagoniza la Feria del Libro de Córdoba.
—Su trayectoria como escritor ha estado entre la narración y la literatura creativa y la difusión de la contemplación y el silencio. ¿Cree que la contemplación y la creación son distintas o forman parte de lo mismo?
—Contemplación y creación son las dos caras de la misma moneda. Es como hablar de silencio y palabra, o experiencia y expresión, o mística y poética, o, incluso, en contexto religioso, María, que es la creación, y José, que es la contemplación, y que unidos pueden ofrecer Luz.
—¿Ayudan la escritura y la lectura al camino del silencio?
—Muchísimo, aunque también pueden ser un obstáculo. La vía cognitiva, propia de la palabra, refuerza y alienta la vía contemplativa, que es la
del silencio. El problema es cuando las palabras se quedan en la mente y no van más allá, al mundo del espíritu. Utilizamos las palabras normalmente para amueblar la cabeza, y está bien; pero hay algo mejor: alimentar el alma.
—En una ocasión le escuché que estamos hechos para la acción y por eso cuesta más detenerse. ¿Es la contemplación algo natural en nosotros, es algo que tenemos pero está muy escondido?
—¡No! Estamos hechos para la acción y para la pasión, para dar y para recibir, para inspirar y exhalar: es ese doble movimiento lo que nos sana. Lo que pasa es que la acción, al igual que la palabra, es casi siempre auto-afirmativa, es decir, refuerza el ego, cosa que no sucede con el silencio, que es estructuralmente humilde, razón por la que nos cuesta tanto.
—De las definiciones sobre la meditación me llamó la atención la de concentrarse, buscar el centro de uno mismo. ¿Es un proceso difícil?
—La meditación es un proceso de relajación, lo que atañe al cuerpo, de concentración, lo que se refiere a la mente, y de contemplación, lo que apunta al espíritu. Podemos concentrarnos sobre diferentes objetos. Llamamos contemplación cuando el foco de atención es Dios mismo. ¿Difícil? En el fondo, no hay nada más sencillo.
—Otra reflexión: para amar al prójimo como a uno mismo hay que amarse a uno mismo, y eso implica conocerse. ¿Qué necesita este trabajo de conocerse a uno mismo?
—Si para aprender a tocar la guitarra, o el piano, o simplemente para aprender a leer y a escribir, es preciso invertir unos cuantos años en el aprendizaje, también para aprender a conocernos y, sobre todo, a realizarnos, a llevar a plenitud lo que tenemos como germen o potencialidad, hay que invertir cierto tiempo. ¡pero no habrá mejor tiempo invertido que ese!
—¿Es la escritura también una forma de buscar el yo profundo? Así parece por su continua aparición en su obra.
—Desde luego. Me interesa la escritura creativa, y la literatura en general, no como vía de entretenimiento o evasión, sin querer decir que eso esté necesariamente mal, sino de conocimiento de sí. Yo busco dar lo más auténtico y genuino de mí en mis libros y, en general en la vida; y eso exige una tarea, cultivo, un oficio, una pasión…
—Su último libro, ‘Los contemplativos’, muestra unas consideraciones al lector sobre distintas formas de lectura. ¿Qué le ha llevado a conducir al lector de esa forma, teniendo en cuenta que ninguna narración de ficción lo hace?
—Quizá soy excesivamente didáctico, no puedo evitarlo. Es posible que sea por deformación profesional. En cualquier caso, creo verdaderamente que todo texto es susceptible de distintos niveles de lectura, no siendo el artístico o poético por fuerza el más profundo; y que a veces hay que provocar al lector para que se dé cuenta de que tiene un artefacto peligroso entre las manos, pues puede despertarle de su letargo y llevarle a donde no sospecha.
—De sus primeras palabras en el libro destaca el que nos haga caer en que la narración está presente en las religiones y en la palabra de Dios. Jesús habló en las parábolas para explicar su mensaje. ¿Qué tiene la narración para hacer aprender?
—’Los contemplativos’ lo escribí con dos libros de cabecera o base: los relatos de Kafka, de los que nunca me separo, y el evangelio de san Marcos, que es mi preferido de los cuatro. Ambos textos son profundamente parabólicos y eso, parábolas, es exactamente lo que he querido escribir en mi última entrega narrativa. Confío, en cualquier caso, que, además de pensar, estas narraciones hagan reír, emocionarse, soñar…
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